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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL CENTRO TURÍSTICO JUVENIL
Y LA OFICINA INTERNACIONAL DEL TURISMO SOCIAL

Sala de los Suizos del Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sábado, 27 de septiembre de 2008

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos:

Con alegría os acojo y os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Martino, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, por haberme ilustrado las motivaciones de este encuentro y también por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Saludo al arzobispo Agostino Marchetto, secretario de dicho dicasterio dedicado a la pastoral de la movilidad humana, al que compete también la atención pastoral al turismo. Mi saludo se extiende a la señora Maria Pia Bertolucci y a monseñor Guido Lucchiari, respectivamente presidenta y consiliario eclesiástico del Centro turístico juvenil (CTG), principal artífice de esta visita, así como al doctor Norberto Tonini, presidente de la Oficina internacional de turismo social (BITS), que se ha unido a la iniciativa. Un saludo afectuoso a todos vosotros aquí presentes.

Nuestro encuentro tiene lugar con ocasión de la celebración hoy de la Jornada mundial del turismo. El tema de este año —El turismo afronta el desafío del cambio climático— indica una problemática de gran actualidad, que hace referencia al potencial del sector turístico con respecto al estado del planeta y del bienestar de la humanidad. Vuestras dos instituciones ya están comprometidas en un turismo atento a la promoción integral de la persona, con una visión de sustentabilidad y solidaridad, y esto os convierte en protagonistas cualificados de la obra de custodia y valoración responsable de los recursos de la creación, inmenso don de Dios a la humanidad.

La humanidad tiene el deber de proteger este tesoro y evitar un uso indiscriminado de los bienes de la tierra. En efecto, sin un adecuado límite ético y moral, el comportamiento humano puede transformarse en amenaza y desafío. La experiencia enseña que la gestión responsable de la creación forma parte, o así debería ser, de una economía sana y sostenible del turismo. Al contrario, el uso impropio de la naturaleza y el daño causado a la cultura de las poblaciones locales perjudican al mismo tiempo al turismo. Aprender a respetar el ambiente enseña también a respetar a los demás y a sí mismos. Ya en 1991, en la encíclica Centesimus annus, mi amado predecesor Juan Pablo II había denunciado el consumo excesivo y arbitrario de los recursos, recordando que el hombre es colaborador de Dios en la obra de la creación y no puede sustituirlo. Había subrayado, además, cómo la humanidad de hoy debe "ser consciente de sus deberes y de su cometido para con las generaciones futuras" (n. 37).

Por tanto, es necesario, sobre todo en el ámbito del turismo, gran usuario de la naturaleza, que todos tiendan a una gestión equilibrada de nuestro hábitat, de la que es nuestra casa común y lo será para todos los que vengan después de nosotros. La degradación ambiental sólo puede frenarse difundiendo una adecuada cultura de comportamiento, que comprenda estilos de vida más sobrios. De ahí la importancia, como recordé recientemente, de educar en una ética de la responsabilidad y proceder a "hacer propuestas más constructivas para garantizar el bien de las generaciones futuras" (Discurso en el Elíseo, 12 de septiembre de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 2008, p. 5).

La Iglesia, además, comparte con vuestras instituciones y otras organizaciones análogas el compromiso por la difusión del llamado turismo social, que promueve la participación de los sectores más débiles y puede ser así un valioso instrumento de lucha contra la pobreza y contra numerosas formas de fragilidad, proporcionando empleos, custodiando los recursos y promoviendo la igualdad. Este turismo constituye un motivo de esperanza en un mundo en el que se han acentuado las distancias entre quienes tienen todo y los que sufren hambre, carestía y sequía. Ojalá que la reflexión suscitada por esta Jornada mundial del turismo, gracias al tema propuesto, logre influir positivamente en el estilo de vida de muchos turistas, de modo que cada uno dé su contribución al bienestar de todos, que, en definitiva, resulta ser el de cada uno.

Por último, dirijo una invitación a los jóvenes para que, a través de estas instituciones vuestras, sostengan y se hagan protagonistas de comportamientos que tiendan al aprecio de la naturaleza y a su defensa, dentro de una correcta perspectiva ecológica, como lo subrayé más de una vez con ocasión de la Jornada mundial de la juventud en Sydney, en julio pasado. También les compete a las nuevas generaciones promover un turismo sano y solidario, que evite el consumismo y el derroche de los recursos de la tierra, para dar cabida a gestos de solidaridad y amistad, de conocimiento y comprensión. De este modo, el turismo puede transformarse en un instrumento privilegiado de educación para la convivencia pacífica. Que Dios os ayude en vuestro trabajo. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, a la vez que con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros aquí presentes, a vuestros seres queridos y a los miembros de vuestras beneméritas instituciones.



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