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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A SU BEATITUD ANASTASIOS,
ARZOBISPO DE TIRANA, DURRËS Y TODA ALBANIA


Viernes 4 de diciembre de 2009

 

Beatitud:

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (2 Ts 1, 2). Me alegra dar una fraterna bienvenida a Su Beatitud y a los demás distinguidos representantes de la Iglesia ortodoxa autocéfala de Albania, que lo acompañan hoy. Recuerdo con gratitud, a pesar de las tristes circunstancias, nuestro encuentro en el funeral del Papa Juan Pablo II. Recuerdo también, con satisfacción, que este predecesor mío se encontró con usted en Tirana durante la visita apostólica a Albania.

Como sabemos, el Ilírico acogió el Evangelio desde los tiempos de los Apóstoles (cf. Hch 17, 1; Rm 15, 19). Desde entonces hasta nuestros días, el mensaje salvífico de Cristo ha dado fruto en su patria. Como testimonian los primerísimos escritos de vuestra cultura, una antigua fórmula bautismal latina y un himno bizantino sobre la resurrección del Señor que han llegado hasta nosotros, la fe de nuestros antepasados cristianos ha dejado huellas espléndidas e indelebles en las primeras líneas de la historia, de la literatura y de las artes de vuestro pueblo.

Sin embargo, el testimonio más extraordinario se encuentra sin duda en la vida misma. Durante la segunda parte del siglo pasado, los cristianos en Albania, tanto ortodoxos como católicos, mantuvieron viva la fe a pesar de vivir bajo un régimen ateo sumamente represivo y hostil; y, como sabemos bien, muchos cristianos pagaron cruelmente esa fe con su vida. La caída de ese régimen dio felizmente paso a la reconstrucción de las comunidades católicas y ortodoxas en Albania. La actividad misionera de Su Beatitud es bien conocida, especialmente en la reconstrucción de los lugares de culto, en la formación del clero y en la obra de catequesis que ahora se realiza: un movimiento de renovación que Su Beatitud ha descrito muy bien como Ngjallja (Resurrección).

Desde que obtuvo la libertad, la Iglesia ortodoxa de Albania pudo participar provechosamente en el diálogo teológico internacional católico-ortodoxo. Vuestro compromiso al respecto refleja felizmente las relaciones fraternas entre católicos y ortodoxos en vuestro país y es una inspiración para todo el pueblo albanés, pues demuestra que los cristianos pueden vivir en armonía.

En este sentido, debemos subrayar los elementos de fe que comparten nuestras Iglesias: la profesión común del Credo niceno-constantinopolitano; el Bautismo común para la remisión de los pecados y para incorporarnos a Cristo y a la Iglesia; la herencia de los primeros concilios ecuménicos; la comunión real, aunque imperfecta, que ya compartimos; y el deseo común, acompañado por los esfuerzos de colaboración, de edificar sobre lo que ya existe. A este propósito quiero recordar dos iniciativas importantes en Albania: la fundación de la Sociedad bíblica interconfesional y la creación del Comité para las relaciones interreligiosas. Se trata de esfuerzos oportunos para promover la comprensión mutua y la cooperación concreta, no sólo entre católicos y ortodoxos, sino también entre cristianos, musulmanes y bektashi.

Me congratulo con usted, Beatitud, y con todos los albaneses por esta renovación espiritual. Al mismo tiempo, con gratitud a Dios todopoderoso, reflexiono sobre su servicio a su país y sobre su contribución personal a la promoción de las relaciones fraternas con la Iglesia católica. Puede estar seguro de que nosotros, por nuestra parte, haremos todo lo posible para dar un testimonio común de fraternidad y paz, y para buscar junto con vosotros un compromiso renovado con vistas a la unidad de nuestras Iglesias, en obediencia al mandamiento nuevo del Señor.

Beatitud, en este espíritu de comunión, me complace darle la bienvenida a la ciudad de los Apóstoles san Pedro y san Pablo.



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