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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE DINAMARCA ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 17 de diciembre de 2009

 

Excelencia:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas credenciales con las que se le nombra embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino de Dinamarca ante la Santa Sede. Le agradezco el amable saludo que me trae de Su Majestad la Reina Margarita II, y le pido que transmita a Su Majestad, al Gobierno y al pueblo de su país mi gratitud por sus buenos deseos y la seguridad de mis oraciones por el bienestar espiritual de la nación.

Las relaciones diplomáticas de la Iglesia forman parte de su misión de servicio a la comunidad internacional. Este compromiso con la sociedad civil se caracteriza por su convicción de que, en un mundo cada vez más globalizado, los esfuerzos para promover un desarrollo humano integral y un orden económico sostenible deben tener en cuenta la relación fundamental entre Dios, la creación y sus criaturas. Desde esta perspectiva, las tendencias hacia la fragmentación social y las iniciativas de desarrollo incompletas pueden superarse por el reconocimiento de la dimensión moral unificadora constitutiva de todo ser humano y de las consecuencias de carácter moral que tienen todas las decisiones económicas (cf. Caritas in veritate, 37). De hecho, el escepticismo contemporáneo ante la retórica política y el creciente malestar por la falta de puntos de referencia éticos que rigen los avances tecnológicos y los mercados comerciales, indican las imperfecciones y limitaciones que existen en los individuos y la sociedad, así como la necesidad de un redescubrimiento de los valores fundamentales y una profunda renovación cultural en armonía con el designio de Dios para el mundo (cf. ib., 21).

Excelencia, actualmente la atención del mundo está centrada en Dinamarca, puesto que alberga la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Las deliberaciones políticas y diplomáticas que se están realizando para afrontar las exigencias de una cuestión tan compleja prueban la determinación de los participantes de renunciar a las posibles ventajas nacionalistas, o a corto plazo, a fin de conseguir beneficios a más largo plazo para toda la familia humana internacional. Aunque seguramente se puede alcanzar cierto consenso a través de la elaboración de las aspiraciones compartidas, unidas a políticas y objetivos, el cambio fundamental de cualquier forma de comportamiento humano —individual o colectivo— requiere la conversión del corazón. El valor y el sacrificio, fruto de un despertar ético, nos permiten entrever un mundo mejor y nos alientan a acometer con esperanza todo lo que sea necesario para garantizar que las generaciones futuras reciban la creación en su conjunto en unas condiciones tales que también ellos pueden llamarla "su casa". Sin embargo, cuando "la capacidad moral de la sociedad" (ib., 51) desciende, los desafíos que afrontan los líderes actuales no puede menos de aumentar.

Esta necesidad urgente de hacer hincapié en el deber moral de distinguir entre el bien y el mal en toda acción humana, con el fin de redescubrir y alimentar el vínculo de comunión que une a la persona humana y la creación, fue un tema central de mi reciente discurso ante la FAO. En esa ocasión la comunidad internacional debatió sobre la apremiante cuestión de la seguridad alimentaria. Una vez más afirmé que los planes de desarrollo, las inversiones y la legislación, aunque sean importantes, no bastan. Más bien, los individuos y las comunidades deben cambiar su comportamiento y su percepción de las necesidades. Para los propios Estados esto conlleva una redefinición de los conceptos y los principios que han regido hasta ahora las relaciones internacionales, a fin de incluir el principio del altruismo y la decisión de buscar nuevos parámetros —éticos, jurídicos y económicos— capaces de construir relaciones de mayor justicia y equilibrio entre los países en vías de desarrollo y los países desarrollados (cf. Discurso a la FAO, 16 de noviembre de 2009).

Dentro de este marco puede surgir una comprensión integral de la salud de la sociedad, en la que nuestros deberes respecto al medio ambiente nunca se separen de nuestros deberes para con la persona humana, y en la que una crítica moral de las normas culturales que forjan la convivencia humana, con solicitud especial por los jóvenes, se considere fundamental para el bienestar de la sociedad. Con demasiada frecuencia los esfuerzos para promover una comprensión integral del medio ambiente se han realizado junto a una comprensión restrictiva de la persona. Normalmente, esta comprensión restrictiva no respeta la dimensión espiritual de los individuos y, a veces, es hostil hacia la familia, enfrentando a los cónyuges entre sí a través de una imagen distorsionada de la complementariedad de hombres y mujeres, y enfrentando a la madre y al niño por nacer a través de una concepción errónea de la "salud reproductiva". La responsabilidad en las relaciones, incluyendo la responsabilidad del cuidado de los hijos (cf. Caritas in veritate, 44; Familiaris consortio, 35), nunca se puede cultivar realmente sin un profundo respeto por la unidad de la vida familiar según el designio amoroso de nuestro Creador.

El apoyo de Dinamarca a las causas humanitarias es amplio y múltiple. La Santa Sede reconoce de buen grado la generosidad y la profesionalidad del compromiso del Reino para sostener las operaciones de mantenimiento de la paz y los proyectos de desarrollo, así como de su creciente compromiso en favor del continente africano. Entre los principios que compartimos en materia de desarrollo está la convicción de que cualquier forma de corrupción es siempre una ofensa a la dignidad de la persona humana, y siempre será un grave obstáculo para el progreso justo y equitativo de los pueblos. La situación interna de Dinamarca, desde este punto de vista, es digna de elogio, y sus políticas de ayuda financiera extranjera insisten con razón en la responsabilidad y la transparencia por parte de las naciones receptoras.

Señor embajador, los miembros de la Iglesia católica en su país seguirán orando y trabajando por el desarrollo espiritual, social y cultural de todo el pueblo danés. En colaboración ecuménica con los demás cristianos, están atentos a las necesidades de las comunidades de emigrantes que se encuentran en su país, así como de otros grupos que son vulnerables en diversos aspectos. Además, las escuelas de la Iglesia, a cuyos alumnos acojo regularmente en mi audiencia general semanal, sirven a la nación tratando de dar testimonio del amor y la verdad de Cristo.

Excelencia, durante su encargo como representante de Dinamarca ante la Santa Sede, los distintos dicasterios de la Curia romana harán todo lo posible para ayudarle en el desempeño de sus funciones. Le ofrezco mis mejores deseos de éxito en sus esfuerzos para afianzar las cordiales relaciones ya existentes entre nosotros. Invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todos sus conciudadanos las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n°52, p.7.



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