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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE AUSTRALIA ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 12 de febrero de 2009

 

Señor embajador:

Con particular placer le doy la bienvenida al Vaticano y acepto las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Australia ante la Santa Sede. Le pido por favor que transmita a la gobernadora general, señora Quentin Bryce, al Gobierno y a los habitantes de su nación, mi gratitud por su saludo. Recordando vivamente mi reciente visita a su hermoso país, le aseguro mis oraciones por el bienestar de su nación y, en particular, deseo enviar mi condolencia a las personas y familias de Victoria que están de luto por haber perdido a sus seres queridos en los recientes incendios forestales.

El nombramiento de su excelencia como primer embajador residente de Australia ante la Santa Sede inaugura una nueva etapa en nuestras relaciones diplomáticas y ofrece una oportunidad para profundizar la comprensión mutua y ampliar nuestra ya significativa colaboración. El compromiso de la Iglesia con la sociedad civil está fundado en la convicción de que el progreso humano, tanto el de los individuos como el de las comunidades, depende del reconocimiento de la vocación sobrenatural de toda persona. Es de Dios de quien los hombres y las mujeres reciben su dignidad esencial (cf. Gn 1, 27) y la capacidad de buscar la verdad y la bondad. Desde esta amplia perspectiva podemos afrontar tendencias al pragmatismo y al consecuencialismo, tan dominantes hoy, que sólo se ocupan de los síntomas y los efectos de los conflictos, de la fragmentación social y de la ambigüedad moral, en lugar de buscar sus causas. Cuando sale a la luz la dimensión espiritual de la humanidad, el corazón y la mente de las personas se vuelve hacia Dios y hacia las maravillas de la vida humana: el ser mismo, la verdad, la belleza, los valores morales y las demás personas. De esta forma se puede encontrar un fundamento seguro para unir a la sociedad y para sostener una visión de esperanza.

La Jornada mundial de la juventud fue un acontecimiento de singular importancia para la Iglesia universal y para Australia. Siguen resonando ecos de aprecio en su nación y en todo el mundo. Cada Jornada mundial de la juventud es sobre todo un acontecimiento espiritual: un momento en que numerosos jóvenes, no todos íntimamente relacionados con la Iglesia, encuentran a Dios en una intensa experiencia de oración, aprendizaje y escucha, para vivir la fe en acción. Como ha observado usted, excelencia, a los propios ciudadanos de Sydney les admiró la alegría de los peregrinos. Rezo para que esta generación joven de cristianos en Australia y en todo el mundo canalice el entusiasmo hacia todo lo que es verdadero y bueno, forjando amistades por encima de las divisiones y creando lugares de fe viva en nuestro mundo y para él, como ambientes de esperanza y de caridad práctica.

Señor embajador, la diversidad cultural enriquece el entramado social de la Australia de hoy. Durante décadas esta mezcla se ha visto empañada por las injusticias sufridas tan dolorosamente por los pueblos indígenas. Con la petición de perdón hecha el año pasado por el primer ministro Rudd, se confirmó un profundo cambio del corazón. Ahora, renovados en el espíritu de reconciliación, tanto las agencias gubernamentales como los ancianos aborígenes pueden afrontar con determinación y compasión los numerosos retos que se plantean. Otro ejemplo del deseo de su Gobierno de promover el respeto y la comprensión entre las culturas es su laudable esfuerzo para facilitar el diálogo y la cooperación entre las religiones tanto en el país como en la región. Estas iniciativas contribuyen a conservar herencias culturales, alimentan la dimensión pública de la religión y reavivan los valores sin los cuales pronto se pararía el corazón de la sociedad civil.

La actividad diplomática de Australia en el Pacífico, en Asia y más recientemente en África es muy variada y cada vez más amplia. El apoyo activo de la nación a los Objetivos de desarrollo del milenio, a los numerosos organismos regionales, a las iniciativas para reforzar el Tratado de no proliferación nuclear, y la gran preocupación por un desarrollo económico justo son bien conocidos y respetados. Y mientras las sombras y las luces de la globalización envuelven nuestro mundo con formas cada vez más complejas, su nación se está mostrando dispuesta a responder a la creciente variedad de exigencias de un modo innovador, responsable y fundado en principios. No menos preocupantes son las amenazas a la creación de Dios a través del cambio climático. Quizás ahora más que nunca en la historia humana, la relación fundamental entre el Creador, la creación y la criatura debe ser ponderada y respetada. Desde este reconocimiento podemos descubrir un código ético común, que consiste en normas enraizadas en la ley natural inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano.

En mi mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, llamé la atención en particular sobre la necesidad de un enfoque ético con vistas a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil y Estados (cf. n. 12). A este respecto, constato con interés la determinación del Gobierno australiano de establecer relaciones de cooperación basadas en los valores de la equidad, el buen gobierno y el sentido de vecindad regional. Una verdadera posición ética está en el centro de toda política de desarrollo responsable, respetuosa y socialmente inclusiva. Es la ética la que hace imperativa una respuesta compasiva y generosa a la pobreza. La ética hace urgente sacrificar los intereses proteccionistas de una correcta accesibilidad de los países pobres a los mercados desarrollados, a la vez que hace razonable la insistencia de las naciones donantes en la responsabilidad y la transparencia en el uso de la ayuda financiera por parte de las naciones receptoras.

Por su parte, la Iglesia tiene una larga tradición en el sector sanitario, en el que pone de relieve un enfoque ético de todas las exigencias particulares de todo individuo. Especialmente en los países más pobres, las Órdenes religiosas y las organizaciones eclesiales, incluidos muchos misioneros australianos, financian y dirigen una vasta red de hospitales y clínicas, a menudo en áreas remotas en las que los Estados no han logrado servir a sus propios ciudadanos. Es interesante en especial el ofrecimiento de cuidados médicos a las familias, incluyendo cuidados obstétricos de alta calidad a las mujeres. Sin embargo, resulta paradójico que algunos grupos, a través de programas de ayuda, promuevan el aborto como forma de asistencia a la "maternidad": eliminan una vida supuestamente para mejorar la calidad de vida.

Excelencia, estoy seguro de que su nombramiento reforzará aún más los vínculos de amistad que ya existen entre Australia y la Santa Sede. En el ejercicio de sus nuevas responsabilidades todos los dicasterios de la Curia romana están dispuestos a ayudarle en el cumplimiento de sus tareas. Sobre usted y sobre su familia, así como sobre todos sus conciudadanos, invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n°8, p.5.



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