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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO,
DEL MUNICIPIO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA


Lunes 12 de enero de 2009

 

Ilustres señores y amables señoras:

Es buena tradición que el Papa, al inicio del año nuevo, acoja en su casa a los administradores de Roma, de su provincia y de la región del Lacio para un intercambio cordial de felicitaciones. Es lo que sucede también esta mañana en un clima de estima y de sincera amistad; por tanto, gracias por vuestra grata presencia.

Saludo cordialmente, en primer lugar, al presidente de la Junta regional del Lacio, señor Pietro Marrazzo; al alcalde de Roma, honorable Gianni Alemanno; y al presidente de la provincia de Roma, señor Nicola Zingaretti, agradeciéndoles las amables palabras que gentilmente han querido dirigirme también en nombre de las respectivas administraciones. Mi saludo se extiende a los presidentes de los diversos concejos y a cada uno de vosotros, aquí presentes, a vuestras familias y a las queridas poblaciones que representáis idealmente.

En los discursos que se acaban de pronunciar he captado esperanzas y preocupaciones. Es indudable que la comunidad mundial está atravesando un tiempo de grave crisis económica, que se une a la crisis estructural, cultural y de valores. La difícil situación, que está afectando a la economía mundial, tiene en todas partes consecuencias inevitables y, por tanto, incide también en Roma, en su provincia y en las ciudades y pueblos del Lacio. Ante un desafío tan arduo, como emerge también de vuestras palabras, la voluntad de reaccionar debe ser concorde, superando las divisiones y concertando estrategias que, si por una parte afrontan las emergencias de hoy, por otra miran a diseñar un proyecto estratégico orgánico para los años futuros, inspirado en los principios y los valores que forman parte del patrimonio ideal de Italia, y más específicamente de Roma y del Lacio. En los momentos difíciles de su historia, el pueblo sabe mantener unidad de propósitos y valentía en torno a la sabia guía de administradores prudentes, cuya preocupación fundamental es el bien de todos.

Queridos amigos, vuestras intervenciones muestran claramente que las administraciones que dirigís aprecian la presencia y la actividad de la comunidad católica. Aquí quiero reafirmar que la comunidad católica no pide ni ostenta privilegios, sino que desea que su misión espiritual y social siga suscitando aprecio y cooperación. Os agradezco vuestra disponibilidad. Recuerdo que Roma y el Lacio desempeñan un papel peculiar para la cristiandad. Los católicos aquí se sienten estimulados a un vivo testimonio evangélico y a una solícita acción de promoción humana, de manera especial hoy ante las dificultades que bien conocemos. A este respecto, aunque las Cáritas diocesanas, las comunidades parroquiales y las asociaciones católicas no escatimen esfuerzos para prestar ayuda a cuantos se encuentran en necesidad, es indispensable una sinergia entre todas las instituciones para dar respuestas concretas a las necesidades crecientes de la gente. Pienso aquí en las familias, sobre todo en las que tienen hijos pequeños, los cuales tienen derecho a un porvenir sereno, y en los ancianos, muchos de los cuales viven en soledad y en condiciones difíciles; pienso en la emergencia de viviendas, en la carencia de trabajo y en el desempleo juvenil, en la difícil convivencia entre grupos étnicos diversos y en la gran cuestión de la inmigración y de los nómadas.

Aunque poner en marcha políticas económicas y sociales adecuadas es tarea del Estado, la Iglesia, a la luz de su doctrina social, está llamada a dar su aportación estimulando la reflexión y formando las conciencias de los fieles y de todos los ciudadanos de buena voluntad. Quizás hoy más que nunca, la sociedad civil comprende que solamente con estilos de vida inspirados en la sobriedad, la solidaridad y la responsabilidad es posible construir una sociedad más justa y un futuro mejor para todos. Los poderes públicos tienen el deber institucional de garantizar a todos los habitantes sus derechos, tomando en consideración que se definan claramente y se apliquen realmente los deberes de cada uno. Por eso es prioridad inderogable la formación en el respeto de las normas, en la asunción de las propias responsabilidades y en un planteamiento de vida que reduzca el individualismo y la defensa de intereses partidarios, para tender juntos al bien de todos, preocupándose de modo especial por las expectativas de las personas más débiles de la población, a las que no ha de considerar como un peso sino como un recurso para valorar.

Desde esta perspectiva, con una intuición que definiría profética, desde hace años la Iglesia concentra sus esfuerzos en el tema de la educación. Deseo expresar mi gratitud por la colaboración que se ha establecido entre vuestras administraciones y las comunidades eclesiales por lo que respecta a los oratorios y a la construcción de nuevos complejos parroquiales en los barrios que carecen de ellos. Confío en que en el futuro este apoyo mutuo, respetando las competencias recíprocas, se consolide ulteriormente, teniendo presente que las estructuras eclesiales, en el corazón de un barrio, además de permitir el ejercicio del derecho fundamental de la persona humana, que es la libertad religiosa, en realidad son centros de asociación y de formación en los valores de la sociabilidad, de la convivencia pacífica, de la fraternidad y de la paz.

¿Cómo no pensar especialmente en los muchachos y en los jóvenes, que son nuestro futuro? Cada vez que la crónica refiere episodios de violencia juvenil, cada vez que la prensa informa sobre accidentes de tráfico en los que mueren tantos jóvenes, me viene a la mente el tema de la emergencia educativa, que hoy requiere la mayor colaboración posible. Se debilitan, especialmente entre las generaciones jóvenes, los valores naturales y cristianos que dan significado a la vida diaria y forman en una visión de la vida abierta a la esperanza. En cambio, emergen deseos efímeros y expectativas no duraderas, que al final generan aburrimiento y fracasos.

Todo esto tiene como resultado nefasto la consolidación de tendencias que subestiman el valor de la vida misma, para refugiarse en la transgresión, en la droga y en el alcohol, que para algunos se han convertido en un rito habitual del fin de semana. Incluso el amor corre el riesgo de reducirse a "simple objeto que se puede comprar y vender" y, "más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía" (Deus caritas est, 5). Ante el nihilismo que impregna de manera creciente al mundo juvenil, la Iglesia invita a todos a dedicarse seriamente a los jóvenes, a no dejarlos abandonados a sí mismos y expuestos a la enseñanza de "malos maestros", sino a comprometerlos en iniciativas serias, que les permitan comprender el valor de la vida en una familia estable fundada en el matrimonio. Sólo así se les da la posibilidad de proyectar con confianza su futuro.

Por lo que respecta a la comunidad eclesial, está cada vez más dispuesta a ayudar a las nuevas generaciones de Roma y del Lacio a proyectar de modo responsable su futuro. Les propone, sobre todo, el amor de Cristo, el único que puede dar respuestas exhaustivas a los interrogantes más profundos de nuestro corazón.

Por último, permitidme una breve consideración relativa al mundo de la sanidad. Sé bien cuán difícil es la tarea de garantizar a todos una adecuada asistencia sanitaria en el campo de las enfermedades físicas y psíquicas, y cuán grande es el costo que implica. También en este ámbito, como por lo demás en el escolar, la comunidad eclesial, heredera de una larga tradición de asistencia a los enfermos, con muchos sacrificios sigue prestando su servicio a través de hospitales y clínicas inspirados en los principios evangélicos. Durante el año que acaba de terminar, a pesar de las dificultades de la situación actual, en la región del Lacio se apreciaron señales positivas para ayudar también a las instituciones sanitarias católicas. Confío en que, prosiguiendo los esfuerzos actuales, dicha colaboración se incentive oportunamente, de modo que la gente pueda seguir beneficiándose del valioso servicio que esas instituciones de reconocida excelencia prestan con competencia, profesionalidad, seriedad en la gestión financiera y solicitud para con los enfermos y sus familias.

Ilustres señores y amables señoras, la tarea que los ciudadanos os han confiado no es fácil: debéis afrontar numerosas y complejas situaciones que necesitan, cada vez más a menudo, intervenciones y decisiones complejas y a veces impopulares. Os ha de animar y consolar la certeza de que, mientras prestáis un servicio importante a la sociedad actual, contribuís a construir un mundo verdaderamente humano para las nuevas generaciones. La contribución más importante que el Papa os asegura, y lo hace con mucho afecto, es su oración diaria para que el Señor os ilumine y os haga siempre servidores honrados del bien común.

Con estos sentimientos, invoco la protección maternal de la Virgen, venerada en numerosas localidades del Lacio, y del apóstol san Pablo, de cuyo nacimiento estamos conmemorando el bimilenario, e imploro la bendición de Dios sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre cuantos viven en Roma, en su provincia y en toda la región.



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