DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA*
Sala de los Papas del palacio apostólico vaticano
Sábado 23 de mayo de 2009
Excelencia;
queridos hermanos sacerdotes:
Para mí es una alegría renovada acogeros y saludaros a todos vosotros, que también este año habéis venido a manifestar al Sucesor de Pedro el testimonio de vuestro afecto y vuestra fidelidad. Saludo al presidente de la Academia eclesiástica pontificia, monseñor Beniamino Stella, y le agradezco las palabras que ha tenido la amabilidad de dirigirme, así como el servicio que realiza con gran esmero. Saludo a sus colaboradores, a las religiosas Franciscanas Misioneras del Niño Jesús, y a todos vosotros, que en estos años de vuestra juventud sacerdotal os estáis preparando para servir a la Iglesia y a su Pastor universal, en un ministerio singular como es precisamente el que se lleva a cabo en las Representaciones pontificias.
El servicio en las nunciaturas apostólicas se puede considerar, de alguna manera, como una vocación sacerdotal específica, un ministerio pastoral que conlleva una inserción particular en el mundo y en sus problemáticas a menudo demasiado complejas, de carácter social y político. Por eso, es importante que aprendáis a descifrarlas, sabiendo que el "código", por decirlo así, de análisis y de comprensión de estas dinámicas no puede menos de ser el Evangelio y el Magisterio perenne de la Iglesia.
Es necesario que os forméis en la lectura atenta de las realidades humanas y sociales, a partir de cierta sensibilidad personal, que todo servidor de la Santa Sede debe poseer, y contando con una experiencia específica que es preciso adquirir durante estos años. Además, la capacidad de diálogo con la modernidad que se os pide, así como el contacto con las personas y las instituciones que representan, exigen una robusta estructura interior y una solidez espiritual que permitan salvaguardar, más aún, poner cada vez más de manifiesto vuestra identidad cristiana y sacerdotal. Sólo así podréis evitar que os afecten los efectos negativos de la mentalidad mundana, y no os dejaréis atraer ni contaminar por lógicas demasiado terrenas.
Dado que es el Señor mismo quien os pide que llevéis a cabo en la Iglesia esa misión, a través de la llamada de vuestro obispo que os señala y os pone a disposición de la Santa Sede, es al Señor mismo a quien debéis hacer referencia siempre y sobre todo. En los momentos de oscuridad y de dificultad interior, dirigid vuestra mirada hacia Cristo, que un día os miró con amor y os llamó a estar con él y a ocuparos de su reino, siguiéndolo a él.
Recordad siempre que para el ministerio sacerdotal, cualquiera que sea el modo como se ejerza, es esencial y fundamental mantener una relación personal con Jesús. Él quiere que seamos sus "amigos", amigos que busquen su intimidad, que sigan sus enseñanzas y se comprometan a hacer que todos lo conozcan y lo amen. El Señor quiere que seamos santos, es decir, totalmente "suyos", sin preocuparnos de construirnos una carrera humanamente interesante o cómoda, sin buscar el aplauso y la aprobación de la gente, sino completamente entregados al bien de las almas, dispuestos a cumplir a fondo nuestro deber, conscientes de que somos "siervos inútiles", y alegres de poder dar nuestra pobre aportación a la difusión del Evangelio.
Queridos sacerdotes, sed, en primer lugar, hombres de intensa oración, cultivando una comunión de amor y de vida con el Señor. Sin esta sólida base espiritual, ¿cómo podríais perseverar en vuestro ministerio? Quien trabaja así en la viña del Señor, sabe que lo que se realiza con esmero, con sacrificio y con amor, nunca se pierde. Y si a veces nos toca saborear el cáliz de la soledad, la incomprensión y el sufrimiento; si el servicio en ocasiones nos resulta pesado y la cruz a veces dura de llevar, nos ha de sostener y confortar la certeza de que Dios sabe hacer fecundo todo.
Sabemos que la dimensión de la cruz, bien simbolizada en la parábola del grano de trigo que, sepultado en la tierra, muere para dar fruto —imagen que usó Jesús poco antes de su pasión—, es parte esencial de la vida de todo hombre y de toda misión apostólica. En cualquier situación debemos dar el testimonio gozoso de nuestra adhesión al Evangelio, aceptando la invitación del apóstol san Pablo a gloriarnos únicamente de la cruz de Cristo, con la única ambición de completar en nosotros mismos lo que falta a la pasión del Señor, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1, 24).
Una ocasión muy propicia para renovar y reforzar vuestra respuesta generosa a la llamada del Señor, para intensificar vuestra relación con él, es el Año sacerdotal, que comenzará el próximo día 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada de santificación sacerdotal. Aprovechad al máximo esta oportunidad para ser sacerdotes según el Corazón de Cristo, como san Juan María Vianney, el santo cura de Ars, de cuya muerte nos disponemos a celebrar el 150° aniversario. A su intercesión y a la de san Antonio Abad, patrono de la Academia, encomiendo estos deseos y auspicios.
Que vele maternal sobre vosotros y os proteja María, Madre de la Iglesia. Por lo que a mí respecta, a la vez que os agradezco vuestra visita, os aseguro mi recuerdo especial en la oración, e imparto de corazón la bendición apostólica a cada uno de vosotros, a las reverendas religiosas, al personal de la casa y a todos vuestros seres queridos.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.23, p.6.
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