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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL DE LA PRENSA CATÓLICA


Jueves 7 de octubre de 2010

 

Queridos hermanos en el episcopado;
ilustres señoras y señores:

Os acojo con alegría al término de las cuatro jornadas de intenso trabajo promovidas por el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales y dedicadas a la prensa católica. Os saludo cordialmente a todos vosotros —provenientes de 85 países—, que trabajáis en los periódicos, en los semanarios o en otras revistas y en las páginas web. Saludo al presidente del dicasterio, el arzobispo Claudio Maria Celli, a quien agradezco que se haya hecho intérprete de los sentimientos de todos, así como a los secretarios, al subsecretario, a todos los oficiales y al personal. Me alegra poder dirigiros unas palabras de aliento a seguir adelante, con renovadas motivaciones, con vuestro importante y cualificado compromiso.

El mundo de los medios de comunicación está sufriendo una profunda transformación también en su seno. El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en particular, la multimedialidad generalizada, parecen poner en tela de juicio el papel de los medios más tradicionales y consolidados. Vuestro Congreso se detiene oportunamente a considerar el papel peculiar de la prensa católica. De hecho, una atenta reflexión sobre este campo, pone de relieve dos aspectos particulares: por un lado la especificidad del medio, la prensa, es decir, la palabra escrita y su actualidad y eficacia, en una sociedad que ha visto cómo se multiplicaban antenas, parabólicas y satélites, que se han convertido casi en los emblemas de un nuevo modo de comunicar en la era de la globalización. Por otro lado, la connotación «católica», con la responsabilidad que deriva de ser fieles a ella de modo explícito y substancial, mediante el empeño diario de recorrer el camino maestro de la verdad.

Los periodistas católicos deben buscar la verdad con mente y corazón apasionados, pero también con la profesionalidad de operadores competentes y dotados de medios adecuados y eficaces. Esto resulta todavía más importante en el actual momento histórico, que exige a la figura misma del periodista, como mediador de los flujos de información, un cambio profundo. Por ejemplo, en la comunicación hoy tiene un peso cada vez mayor el mundo de la imagen con el desarrollo de tecnologías siempre nuevas; pero si por una parte todo esto conlleva indudables aspectos positivos, por otra, la imagen también puede convertirse en independiente de la realidad, puede dar vida a un mundo virtual, con varias consecuencias, la primera de las cuales es el riesgo de la indiferencia respecto de lo verdadero. De hecho, las nuevas tecnologías, junto con los avances que aportan, pueden hacer que lo verdadero y lo falso sean intercambiables; pueden inducir a confundir lo real con lo virtual. Además, se puede presentar un acontecimiento, alegre o triste, como si fuera un espectáculo y no como ocasión de reflexión. La búsqueda de los caminos para una auténtica promoción del hombre pasa entonces a un segundo plano, porque el acontecimiento se presenta principalmente para suscitar emociones. Estos aspectos suenan como una alarma: invitan a considerar el peligro de que lo virtual aleje de la realidad y no estimule a la búsqueda de lo verdadero, de la verdad.

En ese contexto, la prensa católica está llamada, de modo nuevo, a expresar todas sus potencialidades y a dar razón día a día de su irrenunciable misión. La Iglesia dispone de un elemento facilitador, pues la fe cristiana tiene en común con la comunicación una estructura fundamental: el hecho de que el medio y el mensaje coinciden; de hecho, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, es al mismo tiempo, mensaje de salvación y medio a través del cual la salvación se realiza. Y esto no es un simple concepto, sino una realidad accesible a todos, también a quienes, aun viviendo como protagonistas en la complejidad del mundo, son capaces de conservar la honradez intelectual propia de los «pequeños» del Evangelio. Además, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, presente simultáneamente en todas partes, alimenta la capacidad de relaciones más fraternas y más humanas, proponiéndose como lugar de comunión entre los creyentes y a la vez como signo e instrumento de la vocación de todos a la comunión. Su fuerza es Cristo, y en su nombre «busca» al hombre por las calles del mundo para salvarlo del mysterium iniquitatis, que obra en él insidiosamente. La prensa evoca de manera más directa, respecto a cualquier otro medio de comunicación, el valor de la palabra escrita. La Palabra de Dios ha llegado a los hombres y se ha transmitido, también a nosotros, mediante un libro, la Biblia. La palabra sigue siendo el instrumento fundamental y, en cierto sentido, constitutivo de la comunicación: hoy se utiliza de varias formas, y también en la llamada «civilización de la imagen» conserva todo su valor.

A la luz de estas breves consideraciones, resulta evidente que el desafío comunicativo es muy arduo para la Iglesia y para cuantos comparten su misión. Los cristianos no pueden ignorar la crisis de fe que afecta a la sociedad o simplemente confiar en que el patrimonio de valores transmitido a lo largo de los siglos pasados pueda seguir inspirando y plasmando el futuro de la familia humana. La idea de vivir «como si Dios no existiera» se ha demostrado deletérea: el mundo necesita más bien vivir «como si Dios existiera», aunque no tenga la fuerza para creer; de lo contrario produce sólo un «humanismo inhumano».

Queridos hermanos y hermanas, quien trabaja en los medios de comunicación, si no quiere ser sólo «bronce que suena o címbalo que retiñe» (1 Co 13, 1) —como diría san Pablo— debe tener fuerte en sí la opción de fondo que lo habilita a tratar las cosas del mundo poniendo siempre a Dios en el primer puesto de la escala de valores. Los tiempos que estamos viviendo, aunque tengan una carga notable de positividad, porque los hilos de la historia están en manos de Dios y su eterno designio se revela cada vez más, están marcados por muchas sombras. Vuestra tarea, queridos operadores de la prensa católica, es ayudar al hombre contemporáneo a orientarse hacia Cristo, único Salvador, y a mantener encendida en el mundo la llama de la esperanza, para vivir dignamente el presente y construir adecuadamente el futuro. Por esto, os exhorto a renovar constantemente vuestra elección personal por Cristo, alimentándoos de los recursos espirituales que la mentalidad mundana subestima, mientras que son muy valiosos, es más, indispensables. Queridos amigos, os aliento a proseguir en vuestro compromiso, nada fácil, y os acompaño con la oración, para que el Espíritu Santo haga que sea siempre provechoso. Mi bendición, llena de afecto y de gratitud, que imparto de buen grado, quiere abrazar a los aquí presentes y a cuantos trabajan en la prensa católica en todo el mundo.



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