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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO EN SU HONOR
POR LA TELEVISIÓN BÁVARA BAYERISCHER RUNDFUNK


Sala Clementina
Viernes 2 de diciembre de 2011

 

Eminencias,
excelencias,
amables señoras y señores;
queridos amigos:

Al final de este momento de Adviento aquí, en el palacio apostólico, quiero dirigiros algunas palabras. Ante todo, un cordial agradecimiento a todos los que han hecho posible esta velada. Agradezco al señor Hans Berger, así como a su conjunto y al «Coro Montini» la presentación del «Oratorio navideño de los Alpes», que verdaderamente me ha conmovido en lo más profundo. Gracias de corazón. Asimismo expreso mi agradecimiento a la Radiotelevisión Bávara, representada por el señor Mandlik y por la señora Sigrid Esslinger, por la proyección del filme sobre el Adviento y la Navidad en los Prealpes bávaros. Todos vosotros habéis traído un poco de costumbres y de sentido de la vida típicamente bávaros a la casa del Papa: os digo de corazón «Que el Señor os recompense» por este regalo.

Y espero que también nuestros amigos italianos hayan disfrutado con esta inculturación de la fe en nuestras tierras, especialmente usted, eminencia [dirigiéndose al cardenal Bertone], en el día de su cumpleaños. Entre nosotros, como se ha dicho, el Adviento se suele llamar «tiempo silencioso» (staade Zeit). La naturaleza hace una pausa; la tierra está cubierta de nieve; en el mundo campesino no se puede trabajar en el exterior; todos están necesariamente en casa. El silencio de la casa se convierte, por la fe, en espera del Señor, en alegría por su presencia. Así han surgido todas estas melodías, todas estas tradiciones que, en cierto sentido, —como se ha dicho también hoy— hacen «presente el cielo en la tierra». Tiempo silencioso, tiempo de silencio. Hoy, a menudo, el Adviento es precisamente lo contrario: tiempo de una actividad desenfrenada; se compra, se vende, se hacen preparativos para la Navidad, para las grandes comidas, etcétera. Así sucede también entre nosotros. Pero, como habéis visto, las tradiciones populares de la fe no han desaparecido; más aún, se han renovado, profundizado, actualizado. Y de este modo crean islas para el alma, islas de silencio, islas de fe, islas para el Señor, en nuestro tiempo, y esto me parece muy importante. Y debemos dar gracias a todos los que lo hacen: lo hacen en las familias, en las iglesias, con grupos más o menos profesionales, pero todos hacen lo mismo: hacer presente la realidad de la fe en nuestras casas, en nuestro tiempo. Y esperamos que permanezca también en el futuro esta fuerza de la fe, su visibilidad, y que ayude a caminar, como quiere el Adviento, hacia el Señor.

Una vez más, gracias de todo corazón y que «Dios os recompense» por todo.



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