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VISITA A LA REDACCIÓN DE «L'OSSERVATORE ROMANO»
CON MOTIVO DEL 150º ANIVERSARIO DE FUNDACIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Martes 5 de julio de 2011

 

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra poderme encontrar con vosotros en la sede del periódico «L’Osservatore Romano», donde cada día realizáis vuestro trabajo, un trabajo valioso y cualificado, al servicio de la Santa Sede. Os saludo a todos con afecto. Saludo al director, profesor Giovanni Maria Vian, al subdirector, a los redactores y a toda la gran familia de este diario. Hace pocos días, el 1 de julio, «L’Osservatore Romano» alcanzó la notable meta de los 150 años de vida. Quiero deciros de todo corazón como se hace en casa: ¡Feliz cumpleaños! Este aniversario suscita sentimientos de gratitud y de legítimo orgullo, pero, junto a las conmemoraciones particulares y solemnes, he querido venir también aquí, en medio de vosotros, para expresar mi agradecimiento a cada uno de los que «hacen» concretamente el diario con pasión humana y cristiana, y con profesionalidad.

Desde hace mucho tiempo sentía realmente curiosidad por ver cómo se hace hoy un periódico, dónde nace el periódico, y conocer al menos por un momento a las personas que hacen este —nuestro— periódico. He tenido ahora la alegría de descubrir el modo moderno en que un diario nace, totalmente distinto del de hace cincuenta años. Exige mucha más —digamos— creatividad humana que trabajo técnico. Y así este «taller» está ciertamente dedicado a hacer, pero primero, sobre todo, a conocer, a pensar, a juzgar, a reflexionar. Ni siquiera es sólo un «taller»: es sobre todo un gran observatorio, come lo dice su nombre. Observatorio para ver las realidades de este mundo e informarnos de estas realidades. Me parece que desde este observatorio se ven tanto las cosas lejanas como las cercanas. Lejanas en un doble sentido: ante todo lejanas en todas las partes del mundo, como son Filipinas, Australia, América Latina; para mí esta es una de las grandes ventajas de «L'Osservatore Romano», que ofrece en verdad una información universal, que realmente ve el mundo entero y no sólo una parte. Por esto me siento agradecido, porque normalmente en los periódicos se dan informaciones, pero con una preponderancia del propio mundo y eso hace que se olviden muchas otras partes de la tierra, que no son menos importantes. Aquí se ve algo de la coincidencia de Urbs et Orbis que es característica de la catolicidad y, en cierto sentido, también es una herencia romana: verdaderamente ver el mundo y no sólo verse a sí mismos.

En segundo lugar, desde este observatorio se ven las cosas lejanas también en otro sentido: «L'Osservatore» no se queda en la superficie de los sucesos, sino que va a las raíces. Más allá de la superficie nos muestra las raíces culturales y el fondo de las cosas. Para mí no es solamente un periódico, sino también una revista cultural. Admiro cómo es posible cada día ofrecer grandes contribuciones que nos ayudan a entender mejor al ser humano, las raíces de donde vienen las cosas y cómo se las debe comprender, realizar, transformar. Pero este periódico ve asimismo las cosas cercanas. Algunas veces ciertamente es difícil ver lo cercano, nuestro pequeño mundo, que sin embargo es un mundo grande.

Hay otro fenómeno que me hace pensar y que también agradezco: que nadie puede informar sobre todo. Incluso los medios más universalistas, por así decir, no pueden decir todo; es imposible. Siempre es necesaria una elección, un discernimiento. Y por ello, en la presentación de los hechos es decisivo el criterio de selección: nunca existe el hecho puro, siempre hay una opción que determina qué aparece y qué no aparece. Y sabemos bien que actualmente en muchos órganos de la opinión pública las elecciones de las prioridades a menudo son muy discutibles. Y «L'Osservatore Romano», como ha dicho el director, en su cabecera se ha dado desde siempre dos criterios: «Unicuique suum» y «Non praevalebunt». Esta es una síntesis característica para la cultura del mundo occidental. Por una parte, el gran derecho romano, el derecho natural, la cultura natural del hombre concretizada en la cultura romana, con su derecho y el sentido de justicia; y por otra, el Evangelio. Se podría decir incluso: con estos dos criterios —el del derecho natural y el del Evangelio— tenemos como criterio la justicia y, por otro lado, la esperanza que viene de la fe. Estos dos criterios juntos —la justicia que respeta a cada uno y la esperanza que ve también las cosas negativas a la luz de una bondad divina de la que estamos seguros por la fe— ayudan a ofrecer en verdad una información humana, humanística, en el sentido de un humanismo que tiene sus raíces en la bondad de Dios. Y así no es sólo información, sino realmente formación cultural.

Por todo esto os estoy agradecido. De corazón imparto a todos vosotros, y a vuestros seres queridos, la bendición apostólica.



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