DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CONGREGACIÓN MARIANA MASCULINA DE RATISBONA
Sábado 28 de mayo de 2011
Querido señor presidente,
queridos compañeros:
Un cordial «Vergelt’s Gott» [«Dios os lo pague»], por vuestra visita, por el don, por el hecho de haber sacado del cajón una fecha olvidada de mi vida. Es una fecha que no es simplemente «pasado»: la admisión en la Congregación mariana mira al futuro y nunca es simplemente un hecho pasado. Por eso, 70 años después, es una fecha del «hoy», una fecha que indica el camino hacia el «mañana». Os estoy agradecido por haber «sacado» esta fecha del olvido y esto me alegra. Le agradezco de corazón a usted, querido presidente, sus amables palabras que vienen del corazón y llegan al corazón. En aquella época, entonces, eran tiempos oscuros; estaba la guerra. Hitler había sometido un país detrás de otro, Polonia, Dinamarca, los estados del Benelux, Francia y en abril de 1941 —precisamente en este tiempo, hace 70 años— había ocupado Yugoslavia y Grecia. Parecía que el continente estuviese en las manos de este poder que, al mismo tiempo, ponía en duda el futuro del cristianismo. Nosotros fuimos admitidos en la Congregación, pero poco después comenzó la guerra contra Rusia; el seminario fue disuelto, y la Congregación —antes de que se reuniera, antes de que consiguiera reunirse— ya había sido dispersada a los cuatro vientos. Así eso no llegó a ser «fecha exterior» de la vida, sino que quedó como «fecha interior» de la vida, porque desde siempre ha quedado claro que la catolicidad no puede existir sin una actitud mariana, que ser católicos quiere decir ser marianos, que eso significa el amor a la Madre, que en la Madre y por la Madre encontramos al Señor.
Aquí, a través de las visitas ad limina de los obispos, experimento constantemente cómo las personas —sobre todo en América Latina, pero también en los demás continentes— pueden encomendarse a la Madre, pueden amar a la Madre, y a través de la Madre, después, aprenden a conocer, a comprender y a amar a Cristo; experimento cómo la Madre continúa encomendando el mundo al Señor; cómo María sigue diciendo «sí» y llevando a Cristo al mundo. Cuando estudiábamos, después de la guerra —y no creo que hoy la situación haya cambiado mucho, no creo que haya mejorado mucho— la mariología que se enseñaba en las universidades alemanas era un poco austera y sobria. Pero creo que allí encontramos lo esencial. En ese tiempo, nos dirigíamos a Guardini y al libro de su amigo, el párroco Josef Weiger, «Maria, Mutter der Glaubenden», (María, Madre de los creyentes), el cual comenta las palabras de Isabel: «¡Dichosa tú que has creído!» (cf. Lc 1, 45). María es la gran creyente. Ella retomó la misión de Abraham de ser creyente y concretó la fe de Abraham en la fe en Jesucristo, indicándonos así a todos el camino de la fe, la valentía de encomendarnos al Dios que se da en nuestras manos, la alegría de ser sus testigos; y después su determinación a permanecer firme cuando todos huyeron, la valentía de estar de parte del Señor cuando parecía perdido, y de hacer propio el testimonio que llevó a la Pascua.
Así pues, me alegra oír que en Baviera hay casi 40 mil miembros; que todavía hoy hay hombres, que junto a María, aman al Señor; que a través de María aprenden a conocer y a amar al Señor, y, como ella, dan testimonio del Señor en las horas difíciles y en las felices; que están con él bajo la cruz y que siguen viviendo alegremente la Pascua junto a él. Os agradezco, por tanto, a todos vosotros que mantengáis vivo este testimonio, para que sepamos que hay hombres católicos bávaros que son miembros de la Congregación mariana, que recorren este camino abierto por los jesuitas en el siglo XVI, y que siguen demostrando que la fe no pertenece al pasado, sino que se abre siempre a un «hoy» y, sobre todo, a un «mañana».
«Vergelt’s Gott für alles» [Dios os lo pague todo], y ¡Dios os bendiga a todos vosotros! Gracias de corazón.
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