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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE ANGOLA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sala del Consistorio
Sábado 29 de octubre de 2011

 

Señor cardenal,
amados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

En la alegría de la fe, cuyo anuncio es nuestro servicio común de pastores, os doy la bienvenida a este encuentro con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que tiene lugar después de mi visita a Luanda, en marzo de 2009, durante la cual pude encontrarme con vosotros y celebrar con vosotros a Jesucristo en medio de un pueblo que no se cansa de buscarlo, amarlo y servirlo con generosidad y alegría. Llevo a ese pueblo en el corazón y, en cierto modo, esperaba vuestra visita para tener noticias de él. Agradezco a monseñor Gabriel Mbilingi, arzobispo de Lubango y presidente de la Conferencia episcopal, la presentación de vuestras comunidades, con sus desafíos y sus esperanzas en el momento presente, y con las fuerzas y los favores que el cielo les ha otorgado. Vuestra ayuda recíproca y fraterna, la solicitud por el pueblo de Dios en Angola y en Santo Tomé y Príncipe, la unión con el Papa y el deseo de permanecer fieles al Señor, son para mí fuente de profunda alegría y de sentida acción de gracias.

Vosotros, amados hermanos, en virtud de la misión apostólica recibida, estáis en condiciones de introducir a vuestro pueblo en el corazón del misterio de la fe, encontrando a la persona viva de Jesucristo. Con la esperanza de «iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo» (Motu proprio Porta fidei, 2), he decidido proclamar un Año de la fe, para que la Iglesia entera pueda presentar a todos un rostro más bello y creíble, reflejo más claro del rostro del Señor. De hecho, como subrayó justamente la segunda Asamblea para África del Sínodo de los obispos, cuyos frutos, bajo la forma tradicional de exhortación apostólica, espero poder encomendar a todo el pueblo de Dios en mi próxima visita a Benín, «la contribución primera y específica de la Iglesia a los pueblos de África es la proclamación del Evangelio de Cristo. Nos comprometemos, pues, a seguir proclamando vigorosamente el Evangelio a los pueblos de África, porque “el anuncio de Cristo es el primer y principal factor de desarrollo” (...). El compromiso en favor del desarrollo proviene del cambio del corazón que deriva de la conversión al Evangelio» (Mensaje final, n. 15: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de octubre de 2009, p. 8). El Evangelio no ofrece «una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con él, por el cual florece una humanidad nueva» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 93).

En verdad, los cristianos respiran el espíritu de su tiempo y sufren la presión de las costumbres de la sociedad en la que viven; pero, por la gracia del bautismo, están llamados a renunciar a las tendencias nocivas imperantes y a caminar contracorriente guiados por el espíritu de las Bienaventuranzas. En esta línea, quiero abordar tres escollos, donde naufraga la voluntad de numerosos habitantes de Angola y de Santo Tomé que se han adherido a Cristo. El primero es el así llamado «amigamento» (concubinato), que contradice el plan de Dios para la procreación y para la familia humana. El reducido número de matrimonios católicos en vuestras comunidades indica una hipoteca que grava sobre la familia, cuyo valor insustituible para la estabilidad del edificio social conocemos. Consciente de este problema, vuestra Conferencia episcopal ha elegido el matrimonio y la familia como prioridades pastorales del trienio actual. ¡Que Dios colme de frutos las iniciativas para el bien de esta causa! Ayudad a los cónyuges a adquirir la madurez humana y espiritual necesaria para asumir de modo responsable su misión de esposos y padres cristianos, recordándoles que su amor esponsal debe ser único e indisoluble, como la alianza entre Cristo y su Iglesia. Es preciso salvaguardar este valioso tesoro, cueste lo que cueste.

Un segundo escollo en vuestra obra de evangelización es el corazón de los bautizados aún dividido entre el cristianismo y las religiones africanas tradicionales. Afligidos por los problemas de la vida, no dudan en recurrir a prácticas incompatibles con el seguimiento de Cristo (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2117). Efecto abominable es la marginación e incluso el asesinato de niños y ancianos, que son condenados por falsos dictámenes de brujería. Queridos obispos, recordando que la vida humana es sagrada en todas sus fases y situaciones, seguid elevando vuestra voz en favor de sus víctimas. Pero, tratándose de un problema regional, hace falta un esfuerzo conjunto de las comunidades eclesiales afectadas por esta calamidad, procurando determinar el significado profundo de tales prácticas, identificar los riesgos pastorales y sociales que implican y llegar a un método que conduzca a su definitiva erradicación, con la colaboración de los gobiernos y de la sociedad civil.

Por último, quiero aludir a los residuos del tribalismo étnico que se pueden percibir en las actitudes de comunidades que tienden a cerrarse, sin aceptar a personas originarias de otras partes de la nación. Expreso mi aprecio a aquellos de vosotros que han aceptado una misión pastoral fuera de los confines de su propio grupo regional o lingüístico, y doy las gracias a los sacerdotes y a las personas que os han acogido y ayudado. En la Iglesia, como nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc 3, 31-35), no hay lugar para ningún tipo de división. «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo» (Juan Pablo II, Carta Novo millennio ineunte, 43). En torno al altar se reúnen los hombres y las mujeres de tribus, lenguas y naciones diversas que, compartiendo el mismo cuerpo y la misma sangre de Jesús Eucaristía, se convierten en hermanos y hermanas verdaderamente consanguíneos (cf. Rm 8, 29). Este vínculo de fraternidad es más fuerte que el de nuestras familias terrenas y que el de vuestras tribus.

Quiero concluir estas consideraciones con algunas palabras que pronuncié a mi llegada a Luanda, en la visita antes mencionada: «Dios ha concedido a los seres humanos la capacidad de elevarse, por encima de sus tendencias naturales, con las alas de la razón y de la fe. Si os dejáis llevar por estas alas, no os será difícil reconocer en el otro a un hermano que ha nacido con los mismos derechos humanos fundamentales» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de abril de 2009, p. 7). Sí, amados pastores de Angola y de Santo Tomé y Príncipe, formáis un pueblo de hermanos, al que desde aquí abrazo y saludo.

Llevad mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los obispos eméritos, a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas, a los catequistas y a los animadores de los movimientos, y a todos los fieles laicos. A la vez que os encomiendo a la protección de la Virgen María, tan amada en vuestras naciones sobre todo en el santuario de Mamã Muxima, de corazón os imparto a todos la bendición apostólica.



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