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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE GRAN BRETAÑA ANTE LA SANTA SEDE

Palacio pontificio de Castelgandolfo
Viernes 9 de septiembre de 2011

 

Excelencia:

Me complace acogerle y recibir las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ante la Santa Sede. Al mismo tiempo le agradezco las afectuosas palabras con las que me ha expresado la cercanía de Su Majestad, la Reina, y le ruego que transmita mis mejores recuerdos en la oración por su salud y su prosperidad. Me complace también enviar mis más cordiales saludos al Gobierno de Su Majestad y a todo el pueblo británico.

La Santa Sede y el Reino Unido han gozado de relaciones excelentes en los treinta años que han transcurrido desde el establecimiento de plenas relaciones diplomáticas. El estrecho vínculo entre nosotros se reforzó ulteriormente el año pasado, durante mi visita a su país, una ocasión única en el curso de una historia compartida entre la Santa Sede y los países que hoy componen el Reino Unido. Por ello quiero comenzar mis observaciones reiterando mi gratitud al pueblo británico por la calurosa acogida que me reservó durante mi estancia. Su Majestad y Su Alteza Real, el duque de Edimburgo, me recibieron de la manera más afable y me complació encontrar a los responsables de los tres principales partidos políticos y de tratar con ellos cuestiones de mutuo interés. Como sabe, un motivo particular de mi visita fue la beatificación del cardenal John Henry Newman, un gran inglés que admiro desde hace muchos años y cuya elevación a los honores de los altares fue el cumplimiento de un deseo personal. Estoy convencido de la importancia de las ideas de Newman acerca de la sociedad, porque, actualmente, Reino Unido, Europa y Occidente en general afrontan desafíos que él identificó con notable claridad profética. Espero que una renovada conciencia de sus escritos traerá nuevos frutos entre quienes buscan soluciones a los problemas políticos, económicos y sociales de nuestra época.

Como ha observado justamente en su discurso, señor embajador, la Santa Sede y el Reino Unido siguen compartiendo un interés común por la paz entre las naciones, por el desarrollo integral de los pueblos en todo el mundo, en especial por los más pobres y los más débiles, y por la difusión de derechos humanos auténticos, en particular mediante el estado de derecho y un correcto gobierno participativo, con una especial atención a los más necesitados y aquellos a quienes se les niegan los derechos naturales. Respecto a la cuestión de la paz, me complace mucho constatar el buen éxito de la reciente visita de Su Majestad a la República de Irlanda, una importante piedra miliar en el proceso de reconciliación que se está consolidando cada vez más en Irlanda del Norte, no obstante los desórdenes que se verificaron allí este verano reciente. Una vez más, aprovecho la ocasión para exhortar a todos aquellos que recurrirían a la violencia a dejar a un lado su rencor y procurar, en cambio, un diálogo con sus vecinos por la paz y la prosperidad de toda la comunidad.

Como usted ha señalado en su discurso, su Gobierno desea emplear políticas basadas en valores duraderos que no se pueden expresar simplemente en términos legales. Esto es particularmente importante a la luz de los acontecimientos de este verano. Cuando las políticas no suponen ni promueven valores objetivos, el consiguiente relativismo moral, en vez de conducir a una sociedad libre, justa, equitativa y compasiva, tiende a producir frustración, desesperación, egoísmo y desprecio por la vida y por la libertad de los demás. Quien toma las decisiones políticas, por lo tanto, hace bien en buscar urgentemente nuevas modalidades para sustentar la excelencia en la educación, para promover oportunidades sociales y movilidad económica, para examinar modos de favorecer la ocupación de larga duración y distribuir la riqueza de manera mucho más equitativa y amplia en la sociedad. Además, la promoción activa de los valores esenciales de una sociedad sana, a través de la defensa de la vida y de la familia, la sana educación moral de los jóvenes y una solicitud fraterna por los pobres y los débiles, contribuirá ciertamente a recrear un sentido positivo del deber propio, en la caridad, hacia amigos y desconocidos en la comunidad local. Tenga la seguridad de que la Iglesia católica en su país está deseosa de seguir ofreciendo su contribución sustancial al bien común mediante sus oficinas y sus agencias, en conformidad con sus principios y a la luz de la visión cristiana de los derechos y de la dignidad de la persona humana.

Mirando más allá, su Excelencia ha mencionado varias áreas en las que la Santa Sede y el Reino Unido han ya concordado y cooperado, incluyendo iniciativas para la reducción de la deuda y el financiamiento del desarrollo. El desarrollo sostenible de las poblaciones más pobres del mundo a través de una asistencia bien focalizada permanece un objetivo válido, ya que las poblaciones de los países en vía de desarrollo son nuestros hermanos y hermanas, de igual dignidad y valores, y merecedores de nuestro respeto en todo sentido; y dicha asistencia debería siempre mirar a mejorar sus existencias y perspectivas económicas. Como sabéis, el desarrollo a su vez beneficia a los países donantes, no sólo por la creación de mercados económicos, sino también a través de la promoción del respeto recíproco, de la solidaridad y, sobre todo, de la paz por medio de la prosperidad para todos los pueblos del mundo. Promover modelos de desarrollo que comprometan conocimientos modernos para administrar sabiamente los recursos naturales será asimismo beneficioso para proteger mejor el medio ambiente de los países emergentes y ya industrializados. Por ello, el año pasado, en Westminster Hall, observé que el desarrollo humano integral, y todo lo que este comporta, es una iniciativa que realmente merece la atención del mundo y es demasiado grande como para consentirse un fracaso. De allí que la Santa Sede acoge de buen grado el reciente anuncio del primer ministro David Cameron, acerca de su intención de blindar el presupuesto de asistencia de Gran Bretaña. Por lo demás, Excelencia, lo invito durante su mandato a estudiar modalidades para promover la cooperación en el desarrollo entre su Gobierno y las agencias caritativas y de desarrollo de la Iglesia, en particular, aquellas con sede en Roma y en su país.

Finalmente, señor embajador, al transmitirle mis más fervientes deseos por el éxito de su misión, permítame asegurarle que todos los organismos de la Curia romana están dispuestos a apoyarle en el desempeño de sus tareas. Sobre usted, su familia y sobre todo el pueblo británico invoco de corazón abundantes bendiciones de Dios.



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