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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS FIELES DE PESCOPENNATARO POR EL REGALO DEL ABETE NAVIDEÑO

Sala Clementina
Viernes 14 de diciembre de 2012

 

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra recibiros el día en que se presenta el árbol de Navidad en la Plaza de San Pedro, un abeto que este año procede de Pescopennataro, de la provincia de Isernia, en Molise. ¡Pienso que hoy está aquí todo el pueblo! Dirijo a cada uno mi cordial saludo, empezando por el alcalde Pompilio Sciulli, a quien agradezco las palabras que me acaba de expresar en nombre de los presentes. Saludo además a las autoridades civiles, con un pensamiento especial al presidente de la región. Con fraternal afecto me complace saludar al obispo de Trivento, monseñor Domenico Scotti, y al párroco de Pescopennataro.

Esta tarde, al término de la ceremonia de entrega oficial, se encenderán las luces que adornan el árbol. Este permanecerá junto al Belén hasta el final de las festividades navideñas y será admirado por los numerosos peregrinos procedentes de toda parte del mundo. Gracias por este devoto regalo, así como por los otros árboles más pequeños destinados al Palacio apostólico y a las salas del Vaticano. El abeto blanco que habéis querido regalarme, queridos pescolani y habitantes de toda la región de Molise, manifiesta también la fe y la religiosidad de la gente molisana, que a través de los siglos ha custodiado un importante tesoro espiritual expresado en la cultura, en el arte y en las tradiciones locales. Es tarea de cada uno de vosotros y de vuestros coterráneos acudir constantemente a este patrimonio e incrementarlo a fin de poder afrontar las nuevas urgencias sociales y los desafíos culturales actuales en el surco de la consolidada y fecunda fidelidad al cristianismo.

Os deseo de corazón a todos los presentes, a vuestros conciudadanos y a todos los habitantes de vuestra región que paséis con serenidad e intensidad la Navidad del Señor. Él, según el célebre oráculo del profeta Isaías, apareció como una gran luz para el pueblo que caminaba en las tinieblas (cf. Is 9, 1). Dios se hizo hombre y vino entre nosotros para disipar las tinieblas del error y del pecado, trayendo a la humanidad su luz divina. Esta luz altísima, de la que es signo y recordatorio el árbol navideño, no sólo no ha sufrido ninguna bajada de tensión con el paso de los siglos y de los milenios, sino que sigue resplandeciendo sobre nosotros e iluminando a cada hombre que viene al mundo, especialmente cuando debemos atravesar momentos de incertidumbre y dificultad. Jesús dirá de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).

Y cuando en las diversas épocas se ha intentado apagar la luz de Dios para encender fulgores ilusorios y engañosos, se han abierto estaciones marcadas por trágicas violencias sobre el hombre. Esto porque, cuando se pretende cancelar el nombre de Dios de las páginas de la historia, el resultado es que se trazan renglones torcidos en los que hasta las palabras más bellas y nobles pierden su verdadero significado. Pensemos en términos como «libertad», «bien común», «justicia»: privados de arraigo en Dios y en su amor, en el Dios que ha mostrado su rostro en Jesucristo, estas realidades quedan, con mucha frecuencia, a merced de los intereses humanos, perdiendo su conexión con las exigencias de verdad y de responsabilidad civil.

Queridos amigos, os reitero mi agradecimiento de corazón por el gesto que habéis realizado. Vuestro Árbol es el del Año de la fe: que el Señor recompense vuestro obsequio reforzando la fe en vosotros y en vuestras comunidades. Lo ruego por intercesión de la Virgen María, la primera que acogió y siguió al Verbo de Dios hecho hombre, mientras os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.



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