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TAIZÉ: ENCUENTRO EUROPEO DE LOS JÓVENES

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Sábado 29 de diciembre de 2012

 

Gracias, querido hermano Alois, por sus cálidas palabras llenas de afecto. Queridos jóvenes, queridos peregrinos de la confianza, ¡bienvenidos a Roma!:

Habéis venido en gran número, de toda Europa y también de otros continentes, para rezar junto a las tumbas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo. Ambos derramaron su sangre por Cristo en esta ciudad. La fe que animaba a estos dos grandes Apóstoles de Jesús es también la fe que os ha puesto en camino. Durante el año que está a punto de comenzar, os proponéis liberar las fuentes de la confianza en Dios para vivir de ellas en la vida cotidiana. Me alegro de que encontréis de esta manera la intención del Año de la fe iniciado en el mes de octubre.

Es la cuarta vez que tenéis un Encuentro europeo en Roma. En esta ocasión, desearía repetir las palabras que mi predecesor, el beato Juan Palo II, dirigió a los jóvenes durante vuestro tercer Encuentro en Roma: «El Papa se siente profundamente comprometido con vosotros en esta peregrinación de confianza sobre la tierra... También yo estoy llamado a ser un peregrino de confianza en nombre de Cristo» (30 de diciembre de 1987).

Hace poco más de 70 años, el hermano Roger dio vida a la comunidad de Taizé, que sigue viendo llegar a ella a miles de jóvenes de todo el mundo en busca de un sentido a su vida. Los Hermanos los acogen en su oración y les ofrecen la ocasión de vivir la experiencia de una relación personal con Dios. Para sostener a estos jóvenes en su camino hacia Cristo el hermano Roger tuvo la idea de comenzar una «peregrinación de confianza sobre la tierra».

Testigo incansable del Evangelio de la paz y de la reconciliación, animado por el fuego de un ecumenismo de la santidad, el hermano Roger animó a todos aquellos que pasan por Taizé a convertirse en los buscadores de comunión. Lo dije al día siguiente de su muerte: «Creo que deberíamos escucharlo, escuchar desde dentro su ecumenismo vivido espiritualmente y dejarnos llevar por su testimonio hacia un ecumenismo interiorizado y espiritualizado». Siguiendo sus huellas, sed todos portadores de este mensaje de unidad. Os aseguro el compromiso irrevocable de la Iglesia católica en continuar la búsqueda de caminos de reconciliación para alcanzar la unidad visible de los cristianos. Y esta tarde quiero saludar con afecto especial a cuántos entre vosotros son ortodoxos o protestantes.

Hoy, Cristo os plantea la pregunta que dirigió a sus discípulos: «¿Quién soy yo para vosotros?». A tal pregunta, Pedro, junto a cuya tumba nos encontramos en este momento, responde: «Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 15-16). Toda su vida se convierte en respuesta a esta pregunta. Cristo quiere recibir también de cada uno de vosotros una respuesta que no proceda de la obligación ni del miedo, sino de vuestra libertad profunda. Respondiendo a tal pregunta, vuestra vida encontrará su sentido más profundo. El texto de la carta de san Juan que hemos escuchado hace un momento nos hace entender con gran sencillez y en modo sintético cómo dar una respuesta: «Que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros» (1 Jn 3, 23). Tener fe y amar a Dios y a los demás. ¿Qué hay que sea más apasionante? ¿Qué hay que sea más bello?

Que durante estos días en Roma dejéis crecer en vuestro corazón este a Cristo, aprovechando especialmente los largos tiempos de silencio que ocupan un lugar central en vuestras oraciones comunitarias, después de la escucha de la Palabra de Dios. Esta Palabra —dice la Segunda Carta de Pedro—, es «como una lámpara que brilla en un lugar oscuro» que vosotros hacéis bien en conservar «hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones» (1, 19). Vosotros lo habéis comprendido: si la estrella de la mañana debe nacer en vuestro corazón es porque no siempre está presente en él. A veces el mal y el sufrimiento de los inocentes crean en vosotros la duda y la turbación. Y el sí a Cristo puede llegar a ser difícil. Pero esta duda no os convierte en no creyentes. Jesús no rechazó al hombre del Evangelio que gritó: «Creo; pero ayuda mi falta de fe» (Mc 9, 24).

Para que en este combate no perdáis la confianza, Dios no os deja solos y aislados. Él nos da a todos la alegría y el consuelo de la comunión de la Iglesia. Durante vuestra permanencia en Roma, gracias especialmente a la acogida generosa de tantas parroquias y comunidades religiosas, podéis hacer una nueva experiencia de Iglesia. Al volver a casa, en vuestros diversos países, os invito a descubrir que Dios os hace corresponsables de su Iglesia, en toda la variedad de las vocaciones. Esta comunión que es el Cuerpo de Cristo necesita de vosotros y vosotros tenéis en él vuestro lugar. A partir de vuestros dones, de aquello que es específico de cada uno de vosotros, el Espíritu Santo plasma y da vida a este misterio de comunión que es la Iglesia, con el fin de transmitir la buena nueva del Evangelio al mundo de hoy.

Con el silencio, el canto ocupa un lugar importante en vuestras oraciones comunitarias. Los cantos de Taizé llenan estos días las basílicas de Roma. El canto es un apoyo y una expresión incomparable de la oración. Cantando a Cristo os abrís también al misterio de su esperanza. No tengáis miedo de preceder a la aurora para alabar a Dios. No seréis defraudados.

Queridos jóvenes amigos, Cristo no os saca del mundo. Os envía allí donde falta la luz para que la llevéis a los demás. Sí: todos estáis llamados a ser pequeñas luces para quienes os rodean. Con vuestra atención a una repartición más equitativa de los bienes de la tierra, con el compromiso por la justicia y por una nueva solidaridad humana, ayudaréis a cuantos os rodean a comprender mejor cómo el Evangelio nos conduce, al mismo tiempo, hacia Dios y hacia los demás. De este modo, con vuestra fe contribuís a hacer brotar la confianza sobre la tierra.

Estad llenos de esperanza. Que Dios os bendiga, con vuestros familiares y amigos.



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