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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA
DE LA «REUNIÓN DE LAS OBRAS DE AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES» (ROACO)


Sala Clementina
Jueves 21 de junio de 2012

 

Señor cardenal,
Beatitud,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos miembros de la ROACO
:

Me alegra acogeros y saludaros en este tradicional encuentro. Saludo al cardenal prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales y presidente de la ROACO, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido. Saludo asimismo al arzobispo secretario, al subsecretario, a los colaboradores y a todos los presentes, renovando mi gratitud a las Obras aquí representadas, a las Iglesias de los continentes europeo y americano que las sostienen, así como a los numerosos bienhechores. Aseguro mi oración al Señor, con la consoladora certeza de que él «ama al que da con alegría»(2 Co 9, 7).

Ante todo, espero que perseveréis en «el movimiento de caridad que, por mandato del Papa, lleva a cabo la Congregación para que, de modo ordenado y equitativo, Tierra Santa y las demás regiones orientales reciban la ayuda espiritual y material necesaria para hacer frente a la vida eclesial ordinaria y a necesidades particulares» (Discurso a la Congregación para las Iglesias orientales, 9 de junio de 2007: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 7). Pronuncié estas palabras hace cinco años al visitar el dicasterio para las Iglesias orientales y ahora deseo reafirmar con fuerza esa exhortación para subrayar las urgentes necesidades de este momento.

La actual coyuntura económico-social, de hecho, tan delicada por la dimensión global que ha asumido, ciertamente está afectando a las regiones del mundo económicamente desarrolladas pero, en medida aún más preocupante, afecta a las más pobres, penalizando seriamente su presente y su futuro. A Oriente, madre patria de antiguas tradiciones cristianas, le está afectando de modo especial ese proceso, que genera inseguridad e inestabilidad también a nivel eclesial y en el campo ecuménico e interreligioso. Se trata de factores que alimentan las endémicas heridas de la historia y contribuyen a hacer más frágiles el diálogo, la paz y la convivencia entre los pueblos, así como el respeto auténtico de los derechos humanos, especialmente el derecho a la libertad religiosa personal y comunitaria. Este derecho se debe garantizar en su profesión pública y no sólo en términos cultuales, sino también pastorales, educativos, asistenciales y sociales, todos ellos aspectos indispensables para su ejercicio efectivo.

A los representantes de Tierra Santa, comenzando por el delegado apostólico, monseñor Antonio Franco, el vicario del patriarca latino de Jerusalén y el padre custodio, que participan de modo permanente en la ROACO, se han unido este año los arzobispos mayores de la Iglesia siro-malabar de la India, Su Beatitud el cardenal George Alencherry y de la Iglesia greco-católica de Ucrania, Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, así como el nuncio apostólico en Siria, monseñor Mario Zenari, y el obispo presidente de la Cáritas siria. Esto me permite ensanchar aún más la mirada de la Iglesia de Roma a la dimensión universal que la caracteriza profundamente y que constituye una de las notas esenciales del misterio de la Iglesia. También es una ocasión para reafirmar mi cercanía a los grandes sufrimientos de los hermanos y hermanas de Siria, en especial de los pequeños inocentes y de los más débiles. Que nuestra oración, nuestro compromiso y nuestra fraternidad concreta en Cristo, como aceite de consolación, les ayuden a no perder la luz de la esperanza en estos momentos de oscuridad, y alcancen de Dios la sabiduría del corazón para quienes tienen cargos de responsabilidad, a fin de que cese todo derramamiento de sangre y la violencia, que sólo produce dolor y muerte, y se deje espacio a la reconciliación, a la concordia y a la paz. Que no se escatime ningún esfuerzo, también por parte de la comunidad internacional, para hacer que Siria salga de la actual situación de violencia y de crisis, que dura ya desde hace mucho tiempo y corre el riesgo de convertirse en un conflicto generalizado que tendría consecuencias fuertemente negativas para el país y para toda la región. Asimismo, hago un apremiante y encarecido llamamiento para que, ante la necesidad extrema de la población, se garantice la necesaria asistencia humanitaria, también a las numerosas personas que se han visto forzadas a abandonar sus casas, algunas refugiándose en los países vecinos: el valor de la vida humana es un bien precioso que se debe proteger siempre.

Queridos amigos de la ROACO, el Año de la fe que convoqué con ocasión del 50° aniversario del inicio del concilio ecuménico Vaticano II ofrecerá fecundas orientaciones a las Obras de ayuda a las Iglesias orientales, que representan un testimonio providencial de lo que dice la Palabra de Dios: la fe sin obras se apaga y muere (cf. St 2, 17). Sed siempre signos elocuentes de la caridad que brota del corazón de Cristo y presenta al mundo la Iglesia en su verdadera identidad y misión, poniéndola al servicio de Dios, que es Amor. A san Luis Gonzaga, a quien celebramos hoy en la liturgia latina, pido que sostenga nuestra acción de gracias al Espíritu Santo y que ore con nosotros para que el Señor suscite también en nuestro tiempo agentes ejemplares de caridad hacia el prójimo. La intercesión de la santísima Madre de Dios acompañe siempre a las Iglesias orientales en la madre patria y en la diáspora, proporcionando en todas partes estímulo y esperanza para un renovado servicio al Evangelio. Que ella vele también sobre el próximo viaje que —Dios mediante— realizaré al Líbano para poner el sello sobre la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos. Deseo desde ahora anticipar a la Iglesia y a la nación libanesas mi abrazo de padre y de hermano, a la vez que de corazón imparto a vuestras organizaciones, a los presentes y a vuestros seres queridos, así como a las comunidades encomendadas a vosotros, mi afectuosa bendición apostólica.



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