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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO EN SU HONOR
POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA

Aula Pablo VI
Viernes 11 de mayo de 2012

 

Señor presidente de la República,
señores cardenales,
honorables ministros y autoridades,
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
amables señores y señoras:

Un afectuoso y deferente saludo al presidente de la República italiana, honorable Giorgio Napolitano, y a su amable esposa, al cual uno mi sincero agradecimiento por sus cordiales palabras, por el regalo de un violín y de una valiosa partitura, y por este concierto de música sacra de dos grandes autores italianos. Son signos que manifiestan, una vez más, el vínculo entre el Sucesor de Pedro y esta querida nación. Un saludo al presidente del Consejo, senador Mario Monti, y a todas las autoridades. Un sincero agradecimiento a la orquesta y al coro del Teatro de la Ópera de Roma, a las dos sopranos y, sobre todo, al maestro Riccardo Muti por la intensa interpretación y ejecución. Es conocida la sensibilidad del maestro Muti por la música sacra, así como su compromiso para que se conozca más este rico repertorio que expresa con música la fe de la Iglesia. También por este motivo me alegra concederle una condecoración pontificia. Expreso mi gratitud al ayuntamiento de Cremona, al Centro de musicología Walter Stauffer y a la Fundación Antonio Stradivari-La Triennale por haber puesto a disposición de las primeras partes de la orquesta algunos antiguos y valiosos instrumentos de sus propias colecciones.

Antonio Vivaldi es un gran exponente de la tradición musical veneciana. ¿Quién no conoce al menos sus Cuatro Estaciones? Pero sigue siendo aún poco conocida su producción sacra, que ocupa un lugar significativo en su obra y es de gran valor, sobre todo porque expresa su fe. El Magníficat que hemos escuchado es el canto de alabanza de María y de todos los humildes de corazón, que reconocen y celebran con alegría y gratitud la acción de Dios en su vida y en la historia; de Dios, que tiene un «estilo» distinto del hombre, porque siempre toma partido por los últimos, para darles esperanza. Y la música de Vivaldi expresa la alabanza, el júbilo, la acción de gracias y también la admiración ante la obra de Dios, con una extraordinaria riqueza de sentimientos: desde el solemne coral al inicio, en el que toda la Iglesia alaba al Señor, pasando por el brioso «Et exultavit», hasta el bellísimo momento coral del «Et misericordia», en el que se detiene con audaces armonías, ricas en modulaciones improvisas, para invitarnos a meditar en la misericordia de Dios, que es fiel y se extiende de generación en generación.

Con las dos piezas sacras de Giuseppe Verdi, que hemos escuchado, el registro cambia: nos hallamos ante el dolor de María al pie de la cruz: Stabat Mater dolorosa. El gran operista italiano, como había indagado y expresado el drama de numerosos personajes en sus obras, aquí esboza el de la Virgen, que contempla a su Hijo en la cruz. La música se hace esencial, casi se «aferra» a las palabras para expresar del modo más intenso posible su contenido, en una gran gama de sentimientos. Basta pensar en el doloroso sentido de «piedad» con el que comienza la Secuencia, en el dramático «Pro peccatis suae gentis», en el susurrado «dum emisit spiritum» y en las invocaciones corales llenas de emoción, pero también de serenidad, dirigidas a María, «fons amoris», a fin de que podamos participar en su dolor materno y nuestro corazón arda de amor a Cristo, hasta llegar a la estrofa final, súplica intensa y fuerte a Dios para que al alma se le otorgue la gloria del paraíso, aspiración última de la humanidad.

También el Te Deum es una sucesión de contrastes, pero la atención de Verdi por el texto sacro es minuciosa y hace una lectura diversa de la tradición. No ve tanto el canto de las victorias o de las coronaciones, sino —como escribe— una sucesión de situaciones: el júbilo inicial, «Te Deum», «Sanctus»; la contemplación del Cristo encarnado, que libera y abre el reino de los cielos; la invocación al «Judex venturus» para que tenga misericordia; y, al final, el grito repetido por la soprano y el coro «In te, Domine speravi», con que se concluye el pasaje, casi una súplica del mismo Verdi para tener esperanza y luz en el último tramo de la vida (cf. Giuseppe Verdi, Carta a Giovanni Tebaldini, 1 de marzo de 1896). Esta tarde hemos escuchado las dos últimas piezas escritas por el compositor, no destinadas a la publicación, sino escritas sólo para sí mismo; más aún, habría querido que lo enterraran con la partitura del Te Deum.

Queridos amigos, deseo que esta noche repitamos a Dios, con fe: En ti, Señor, pongo con alegría mi esperanza; haz que te ame como tu santa Madre, para que a mi alma, al final del camino, se le otorgue la gloria del paraíso. Renuevo mi agradecimiento al señor presidente de la República italiana, a las solistas, a los conjuntos del Teatro de la Ópera de Roma, al maestro Muti, a los organizadores y a todos los presentes. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos. Gracias de corazón.



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