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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL XXIII CONGRESO MUNDIAL
DEL APOSTOLADO DEL MAR


Sala Clementina
Viernes 23 de noviembre de 2012

 

Venerados hermanos,
queridos hermanos y hermanas:

Os acojo con alegría, al final de los trabajos del XXIII Congreso mundial del apostolado del mar. Saludo cordialmente al cardenal Antonio Maria Vegliò, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, agradecido por sus amables palabras, así como a los colaboradores del Dicasterio y a cuantos trabajáis en este sector específico. Habéis vivido jornadas intensas de profundización sobre temas importantes, como el anuncio del Evangelio a un número creciente de marítimos pertenecientes a las Iglesias orientales, la asistencia a los no cristianos o no creyentes, y la búsqueda de una colaboración ecuménica e interreligiosa cada vez más sólida. Ante las dificultades que hoy afrontan los trabajadores de la industria marítima, así como los pescadores y sus familias, se manifiesta cada vez más claramente la necesidad de encarar los problemas con «una visión integral del hombre que refleje los diversos aspectos de la persona humana, considerada con la mirada purificada por la caridad» (Enc. Caritas in veritate, 32).

Estos son solamente algunos de los múltiples aspectos que suscitan el interés del apostolado del mar, tratados durante vuestro congreso y, sobre todo, bien testimoniados por la larga historia de esta benemérita obra. En efecto, ya en 1922 el Papa Pío XI aprobó sus Constituciones y su Reglamento, animando a los primeros capellanes y voluntarios en la misión de «expandir el ministerio marítimo»; y, setenta y cinco años después, el beato Papa Juan Pablo II confirmó dicha misión con el motu proprio Stella maris. Siguiendo esta valiosa tradición, os habéis reunido para reflexionar sobre el tema de la nueva evangelización en el mundo marítimo, en la misma aula donde, el mes pasado, se celebró la XIII Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos «para elaborar nuevos modos y expresiones de la Buena Nueva que hay que transmitir al hombre contemporáneo con renovado entusiasmo» (Lineamenta, Introducción). De esta manera, habéis respondido al llamamiento que dirigí a todos al convocar el Año de la fe, a fin de dar renovado impulso a la misión de toda la Iglesia, «para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa» (Motu proprio Porta fidei, 8).

Desde los albores del cristianismo, el mundo marítimo ha sido vehículo eficaz de evangelización. Los Apóstoles y los discípulos de Jesús tuvieron la posibilidad de ir a todo el mundo y predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) también gracias a la navegación marítima; basta pensar en los viajes de san Pablo. De este modo, iniciaron el camino para difundir la Palabra de Dios «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). También hoy la Iglesia surca los mares para llevar el Evangelio a todas las naciones, y vuestra presencia capilar en las escalas portuarias del mundo, las visitas que hacéis diariamente a las naves atracadas en los puertos y la acogida fraterna en las horas de pausa de los equipajes son el signo visible de la solicitud con cuantos no pueden recibir atención pastoral ordinaria. Este mundo del mar, en su continua peregrinación de personas, hoy debe tener en cuenta los efectos complejos de la globalización y, por desgracia, también tiene que afrontar situaciones de injusticia, especialmente cuando los equipajes están sujetos a restricciones para bajar a tierra, cuando son abandonados junto con las embarcaciones en las que trabajan, y cuando caen bajo la amenaza de la piratería marítima o sufren los daños de la pesca ilegal (cf. Ángelus, 18 de enero de 2009). La vulnerabilidad de los marítimos, pescadores y navegantes, debe hacer aún más atenta la solicitud de la Iglesia y estimular el cuidado materno que, a través de vosotros, manifiesta a todos los que encontráis en los puertos o en las naves, o asistís a bordo en los largos meses de embarque.

Un pensamiento particular va a cuantos trabajan en el vasto sector de la pesca y a sus familias. En efecto, más que otros deben afrontar las dificultades del presente y viven la incertidumbre del futuro, marcado por los efectos negativos de los cambios climáticos y por la explotación excesiva de los recursos. A vosotros pescadores, que buscáis condiciones de trabajo dignas y seguras, salvaguardando el valor de la familia, la protección del ambiente y la defensa de la dignidad de toda persona, desearía garantizaros la cercanía de la Iglesia. En este ámbito, el apostolado de los laicos ya es particularmente activo, contando con muchos diáconos permanentes y voluntarios en los Centros Stella maris, pero también y sobre todo ve entre los mismos marítimos una creciente atención por apoyar a los demás miembros del equipaje, animándolos también a reencontrar e intensificar su relación con Dios durante las largas travesías oceánicas, y asistiéndolos con espíritu de caridad en las situaciones de peligro.

Retomando una metáfora que os es muy conocida, os exhorto también a vosotros a tener en cuenta el Concilio Vaticano II, que es como «una brújula que permite a la barca de la Iglesia avanzar mar adentro, en medio de tempestades o de ondas serenas y tranquilas, para navegar segura y llegar a la meta» ( Audiencia general, 10 de octubre de 2012: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de octubre de 2012, p. 24). En particular, recordando el decreto Ad gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, hoy deseo renovar el mandato eclesial que, en comunión con vuestras Iglesias locales de pertenencia, os sitúa en primera línea en la evangelización de numerosos hombres y mujeres de diferentes nacionalidades que transitan por vuestros puertos. Sed apóstoles fieles a la misión de anunciar el Evangelio, mostrad el rostro solícito de la Iglesia que acoge y también está cercana a esta porción del pueblo de Dios, y responded sin titubear a la gente de mar que os espera a bordo para colmar la profunda nostalgia del alma y sentirse parte activa de la comunidad. Deseo que cada uno de vosotros redescubra cada día la belleza de la fe, para testimoniarla siempre con la coherencia de la vida. Que la Bienaventurada Virgen María, Stella maris y Stella matutina, ilumine siempre vuestra obra para que la gente de mar pueda conocer el Evangelio y encontrar al Señor Jesús, que es Camino, Verdad y Vida. De corazón os imparto la bendición apostólica a vosotros, a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos.


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