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CEREMONIA DE ENTREGA DEL "PREMIO RATZINGER" 2012

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala Clementina
Sábado, 20 de octubre de 2012

 

Venerados hermanos,
ilustres señores y señoras,
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra dirigiros mi saludo a todos vosotros, reunidos en esta ceremonia. Agradezco al cardenal Ruini su intervención, así como a monseñor Scotti, que ha introducido el encuentro. Me congratulo vivamente con el profesor Daley y con el profesor Brague, quienes, con su personalidad, ilustran esta iniciativa en su segunda edición. Y entiendo «personalidad» en sentido pleno: el perfil de la investigación y de todo el trabajo científico; el precioso servicio de la enseñanza, que ambos desarrollan desde hace largos años; pero también su ser, naturalmente en modos diversos —uno es jesuita; el otro laico casado—, comprometidos en la Iglesia, activos para ofrecer su contribución cualificada a la presencia de la Iglesia en el mundo de hoy.

Al respecto he observado algo que me ha hecho reflexionar, esto es, que los dos premiados de este año son competentes y están comprometidos en dos aspectos decisivos para la Iglesia en nuestro tiempo: me refiero al ecumenismo y al cara a cara con las demás religiones. El padre Daley, estudiando a fondo a los Padres de la Iglesia, se ha situado en la mejor escuela para conocer y amar a la Iglesia una e indivisa, pero en la riqueza de sus diversas tradiciones; por esto lleva a cabo también un servicio de responsabilidad en las relaciones con las Iglesias ortodoxas. Y el profesor Brague es un gran estudioso de la filosofía de las religiones, en particular de la judía e islámica en el medioevo. Pues bien, a los 50 años del inicio del concilio Vaticano II me gustaría releer junto a ellos dos documentos conciliares: la declaración Nostra aetate sobre las religiones no cristianas y el decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo, a los que añadiría otro documento que se ha revelado de extraordinaria importancia: la declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa. Con seguridad sería muy interesante, querido padre y querido profesor, escuchar vuestras reflexiones y también vuestras experiencias en estos campos, donde se juega una parte relevante del diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo.

En realidad, este ideal encuentro y confrontación ya sucede leyendo sus publicaciones, que en parte están disponibles en distintos idiomas. Siento que debo expresar particular aprecio y gratitud por este esfuerzo de comunicar los frutos de tales investigaciones. Un compromiso que es arduo, pero precioso para la Iglesia y para cuantos trabajan en ámbito académico y cultural. Al respecto desearía sencillamente subrayar el hecho de que los dos premiados son profesores universitarios, muy comprometidos en la enseñanza. Este elemento merece que se ponga de relieve, pues muestra un aspecto de coherencia en la actividad de la Fundación, que, además del Premio, promueve becas de estudio para doctorandos en Teología y también congresos de estudio a nivel universitario, como el que se ha celebrado este año en Polonia y el que tendrá lugar dentro de tres semanas en Río de Janeiro. Personalidades como el padre Daley y el profesor Brague son ejemplares para la transmisión de un saber que une ciencia y sabiduría, rigor científico y pasión por el hombre, a fin de que descubra el «arte de vivir». Y es precisamente de personas que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan a Dios cercano y creíble para el hombre de hoy, de lo que tenemos necesidad; hombres que mantengan la mirada fija en Dios sacando de esta fuente la verdadera humanidad para ayudar a quien el Señor pone en nuestro camino a fin de que comprenda que es Cristo el camino de la vida; hombres cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios, para que puedan hablar también a la mente y al corazón de los demás. Trabajar en al viña del Señor, donde nos llama, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo puedan descubrir y redescubrir el verdadero «arte de vivir»: esta fue también una gran pasión del concilio Vaticano II, más actual que nunca en el compromiso de la nueva evangelización.

Renuevo de corazón mis felicitaciones a los premiados, así como al Comité científico de la Fundación y a todos los colaboradores. Gracias.



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