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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA,
CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN ENRIQUE


Jueves 17 de enero de 2013

 

Eminencia,
excelencia,
queridos amigos:

Una vez más me alegra acoger a vuestra delegación ecuménica con ocasión de su visita anual a Roma para la fiesta de san Enrique, patrono de Finlandia. Es apropiado que nuestro encuentro tenga lugar la víspera de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, cuyo tema, este año, está tomado del libro del profeta Miqueas: «¿Qué exige el Señor de nosotros?» (cf. 6, 6-8).

El profeta, naturalmente, explica lo que el Señor exige de nosotros: «practicar la justicia, amar la piedad, caminar humildemente con nuestro Dios» (cf. 6, 8). El tiempo de Navidad, apenas celebrado, nos recuerda que es Dios quien, desde el inicio, ha caminado con nosotros y que, en la plenitud de los tiempos, se ha hecho carne para salvarnos de nuestros pecados y para guiar nuestros pasos por el camino de la santidad, de la justicia y de la paz. Caminar humildemente en presencia del Señor, en obediencia a su palabra salvífica y con confianza en su designio generoso, es una imagen elocuente no sólo de la vida de fe sino también de nuestro itinerario ecuménico por el camino hacia la unidad plena y visible de todos los cristianos. En este camino de discipulado, estamos llamados a avanzar juntos por el sendero estrecho de la fidelidad a la voluntad soberana de Dios, afrontando todo tipo de dificultades u obstáculos que podamos encontrar.

Para avanzar por los caminos de la comunión ecuménica es, pues, necesario que estemos cada vez más unidos en la oración, cada vez más comprometidos en la búsqueda de la santidad y cada vez más implicados en los campos de la investigación teológica y de la cooperación al servicio de una sociedad justa y fraterna. Por este camino de ecumenismo espiritual en verdad avanzamos con Dios y unos con otros en la justicia y en el amor (cf. Mi 6, 8), puesto que, como afirma la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, «somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras» (n. 15).

Queridos amigos, es mi deseo que vuestra visita a Roma ayude a reforzar las relaciones ecuménicas entre todos los cristianos en Finlandia. Demos gracias a Dios por todo lo que se ha realizado hasta ahora, y recemos para que el Espíritu de verdad guíe a los discípulos de Cristo en vuestro país hacia un amor y una unidad cada vez más grandes, mientras tratan de vivir a la luz del Evangelio y llevar dicha luz a las grandes cuestiones morales que nuestras sociedades deben afrontar hoy.

Caminando juntos con humildad por el sendero de la justicia, de la misericordia y de la rectitud que el Señor nos ha indicado, los cristianos no sólo permanecerán en la verdad, sino también serán faros de alegría y de esperanza para todos los que están buscando un punto de referencia seguro en nuestro mundo en rápida mutación. Al inicio de este nuevo año, os aseguro mi cercanía en la oración. Sobre todos vosotros invoco de corazón la sabiduría, la gracia y la paz de Jesucristo nuestro Redentor.



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