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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 29 de agosto de 2018

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Viaje apostólico del Santo Padre a Irlanda

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El fin de semana pasado hice un viaje a Irlanda para participar en el Encuentro Mundial de Familias: estoy seguro de que lo visteis en la televisión. Mi presencia quería ante todo confirmar a las familias cristianas en su vocación y misión. Las miles de familias —esposos, abuelos, hijos— reunidas en Dublín, con toda la variedad de sus idiomas, culturas y experiencias, han sido un signo elocuente de la belleza del sueño de Dios para toda la familia humana. Y lo sabemos: el sueño de Dios es la unidad, la armonía y la paz, en las familias y en el mundo, fruto de la fidelidad, del perdón y de la reconciliación que Él nos ha dado en Cristo.

Él llama a las familias a participar en este sueño y a hacer del mundo una casa donde nadie esté solo, nadie sea no querido, nadie sea excluido. Pensad bien en esto: lo que Dios quiere es que ninguno esté solo, ninguno sea no querido, ninguno sea excluido. Por eso, era muy apropiado el tema de este Encuentro mundial. Se llamaba así: «El Evangelio de la familia, alegría para el mundo».

Estoy agradecido al presidente de Irlanda, al primer ministro, a las diversas autoridades gubernativas, civiles y religiosas y a las muchas personas de cada nivel que ayudaron a preparar y realizar los eventos del Encuentro. Y muchas gracias a los obispos, que han trabajado tanto. Dirigiéndome a las autoridades, en el Castillo de Dublín, reafirmé que la Iglesia es familia de familias y que, como un cuerpo, sostiene sus células en el indispensable papel para el desarrollo de una sociedad fraterna y solidaria.

Verdaderos «puntos-luz» de estas jornadas fueron los testimonios de amor conyugal dados por parejas de todas las edades. Sus historias nos han recordado que el amor del matrimonio es un don especial de Dios, a cultivar cada día en la «iglesia doméstica» que es la familia. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de una revolución de amor, de una revolución de ternura, que nos salve de la actual cultura de lo provisorio! Y esta revolución comienza en el corazón de la familia.

En la pro-catedral de Dublín encontré a cónyuges comprometidos en la Iglesia y a tantas parejas de jóvenes esposos y encontré después a algunas familias que afrontan particulares desafíos y dificultades. Gracias a los Hermanos capuchinos, que siempre son cercanos al pueblo, y a la más amplia familia eclesial, experimentan la solidaridad y el apoyo que son fruto de la caridad.

Momento culminante de mi visita fue la gran fiesta con las familias, el sábado por la tarde, en el estadio de Dublín, seguida el domingo de la misa en el Phoenix Park. En la vigilia escuchamos testimonios muy conmovedores de familias que han sufrido por las guerras, familias renovadas por el perdón, familias a las que el amor ha salvado de la espiral de dependencias, familias que han aprendido a usar bien los teléfonos y tablet y a dar prioridad al tiempo pasado juntos. Y se resaltaron los valores de la comunicación entre generaciones y el papel específico que espera a los abuelos al consolidar los lazos familiares y transmitir el tesoro de la fe. Hoy —es duro decirlo— pero parece que los abuelos molestan. En esta cultura del descarte, los abuelos «se descartan», se alejan.

Pero los abuelos son la sabiduría, son la memoria de un pueblo, la memoria de las familias. Y los abuelos deben transmitir esta memoria a los nietos. Los jóvenes y los niños deben hablar con los abuelos para llevar adelante la historia. Por favor: no descartéis a los abuelos. Que estén cercanos a vuestros hijos, a los nietos.

En la mañana del domingo peregriné al Santuario mariano de Knock, tan querido por el pueblo irlandés. Allí, en la capilla construida sobre el lugar de una aparición de la Virgen, confié a su protección materna a todas las familias, en particular a las de Irlanda. Y aunque mi viaje no incluía una visita a Irlanda del norte, dirigí un saludo cordial a su pueblo y animé el proceso de reconciliación, pacificación y cooperación ecuménica.

Esta visita mía, además de la gran alegría, debía también hacerse cargo del dolor y de la amargura por los sufrimientos causados en ese país por varias formas de abusos, también por parte de miembros de la Iglesia, y por el hecho de que las autoridades eclesiásticas en el pasado no siempre han sabido afrontar de forma adecuada estos crímenes. Ha dejado un signo profundo el encuentro con algunos supervivientes —eran ocho—; y en varias ocasiones pedí perdón al Señor por estos pecados, por el escándalo y el sentido de traición procurado.

Los obispos irlandeses han iniciado un serio recorrido de purificación y reconciliación con aquellos que han sufrido abusos, y con la ayuda de las autoridades nacionales han establecido una serie de normas severas para garantizar la seguridad de los jóvenes. Y después, en mi encuentro con los obispos, le animé en su esfuerzo por remediar los fracasos del pasado con honestidad y valentía, confiando en las promesas del Señor y contando sobre la fe profunda del pueblo irlandés, para inaugurar un tiempo de renovación de la Iglesia en Irlanda. En Irlanda hay fe, hay gente de fe: una fe con grandes raíces. ¿Pero sabéis una cosa? Hay pocas vocaciones al sacerdocio. ¿Cómo es que esta fe no puede? Por estos problemas, los escándalos, tantas cosas… Tenemos que rezar para que el Señor envíe sacerdotes santos a Irlanda, envíe nuevas vocaciones. Y lo haremos juntos, rezando un «Ave María» a la Virgen de Knock. [Oración del Ave María]. Señor Jesús, envíanos sacerdotes santos.

Queridos hermanos y hermanas, el Encuentro mundial de las familias en Dublín ha sido una experiencia profética, reconfortante, de muchas familias comprometidas en el camino evangélico del matrimonio y de la vida familiar; familias discípulas y misioneras, fermento de bondad, santidad, justicia y paz. Nosotros olvidamos muchas familias —¡muchas!— que llevan adelante a la propia familia, a los hijos, con fidelidad, pidiéndose perdón cuando hay problemas. Olvidamos por qué hoy está de moda en las revistas, en los periódicos, hablar así: «Este se ha divorciado de esta… Esa de aquel… Y la separación...». Pero por favor: esto es algo feo. Es verdad: yo respeto a cada uno, debemos respetar a la gente, pero lo ideal no es el divorcio, lo ideal no es la separación, lo ideal no es la destrucción de la familia. Lo ideal es la familia unida. Así adelante: ¡este es el ideal!

El próximo Encuentro mundial de las familias tendrá lugar en Roma en 2021. Encomendémosle a todas a la protección de la Santa Familia de Jesús, María y José, para que en sus casas, parroquias y comunidades puedan ser verdaderamente «alegría para el mundo».


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica.

Los animo a que sigan adelante en su compromiso cristiano, sin desfallecer, sosteniéndose los unos a los otros. Y les pido que recen por las familias, y también por los sacerdotes, para que cada uno en su estado de vida sea, en medio de la sociedad, testigo valiente de la alegría evangelio y fermento de bondad y de santidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


El próximo sábado, 1 de septiembre, se celebra la cuarta Jornada mundial de Oración por el cuidado de la creación, que celebramos en unión con los hermanos y las hermanas ortodoxos y con la adhesión de otras Iglesias y Comunidades cristianas. En el Mensaje de este año deseo llamar la atención sobre la cuestión del agua, bien primario para tutelar y poner a disposición de todos.

Estoy agradecido por las distintas iniciativas que en varios lugares las Iglesias particulares, los Institutos de vida consagrada y las agregaciones eclesiales han predispuesto. Invito a todos a unirse en oración, el sábado, por nuestra casa común, por el cuidado de nuestra casa común.

 



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