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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

El credo de los loros

Viernes
10 de enero de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 3, viernes 17 de enero de 2014

 

El cristiano no repite el Credo de memoria como un loro y no vive como un eterno «derrotado», sino que confiesa toda su fe y tiene la capacidad de adorar a Dios, llevando así hacia lo alto el termómetro de la vida de la Iglesia. Para el Papa Francisco «confesar y confiarse» son las dos palabras clave que alimentan y refuerzan la actitud de quien cree, porque «nuestra fe es la victoria que venció al mundo» como escribe el apóstol Juan en su primera carta. El Pontífice lo reafirmó en la misa celebrada el viernes 10 de enero, por la mañana, en la capilla de la Casa de Santa Marta.

El Papa Francisco retomó de este modo el hilo conductor de la meditación del día anterior, presentando su reflexión centrada en la primera carta de Juan. Quien, explicó, «insiste, subraya mucho esa palabra que para él es como la expresión de la vida cristiana: permanecer, permanecer en el Señor». Y «en estos días —continuó— hemos visto cómo» Juan «piensa este permanecer: nosotros en el Señor y el Señor en nosotros. Esto significa permanecer en el amor, porque los dos mandamientos principales son los del amor a Dios y al prójimo».

Para Juan, por lo tanto, el centro de la vida cristiana es el «permanecer en el Señor, permanecer el Señor en nosotros, permanecer en el amor. Y por esto, dice, nos dio el Espíritu. Es precisamente el Espíritu Santo quien hace esta obra del permanecer». En el pasaje de la primera lectura (4, 19 – 5, 4) proclamado en la liturgia, el apóstol —indicó el Papa— da la respuesta a una pregunta que nos surge naturalmente: por nuestra parte, ¿qué debemos hacer para vivir el estilo del «permanecer»? Escribe Juan: quien permanece en Dios, quienquiera que sea engendrado por Dios, quien permanece en el amor vence el mundo. «Y la victoria es nuestra fe», explicó el Pontífice repitiendo las palabras del apóstol. Para vivir «este permanecer», afirmó, «por parte nuestra» está precisamente la fe, mientras que «por parte de Dios está el Espíritu Santo, que hace esta obra de gracia».

«¡Es fuerte!», exclamó el Papa, porque «la victoria que venció el mundo es nuestra fe. Nuestra fe lo puede todo: ¡es victoria!». Se trata de una verdad que «sería hermoso» repetirnos con frecuencia, «porque muchas veces somos cristianos derrotados. La Iglesia —afirmó el Pontífice— está llena de cristianos derrotados, que no creen que la fe es victoria, que no viven esta fe. Y si no se vive esta fe está la derrota, y vence el mundo, el príncipe del mundo».

La pregunta fundamental, entonces, que hemos de plantearnos a nosotros mismos es: «¿Qué es esta fe?». El Papa Francisco recordó al respecto cómo Jesús hablaba de la fe y mostraba la fuerza de la misma, como se deduce de los episodios evangélicos de la mujer hemorroísa, de la cananea, del hombre que se acerca para pedir una curación con fe —«¡es grande tu fe!»— y del ciego de nacimiento. El Señor, recordó, «decía también que el hombre que tiene fe como un grano de mostaza puede mover montañas».

Precisamente «esta fe nos pide dos actitudes: confesar y confiarnos» dijo el Papa. Ante todo «la fe es confesar a Dios; pero al Dios que se ha revelado a nosotros desde el tiempo de nuestros padres hasta ahora: el Dios de la historia». Es lo que afirmamos todos los días en el Credo. Pero —puntualizó el Pontífice— «una cosa es recitar el Credo desde el corazón y otra como loros: creo en Dios, creo en Jesucristo, creo...». El Papa continuó proponiendo un examen de conciencia: «¿Creo en lo que digo? ¿Esta confesión de fe es auténtica o lo digo de memoria porque se debe decir? ¿O creo a medias?».

Por lo tanto, se debe «confesar la fe». Y confesarla «toda, no una parte. ¡Toda!». Pero, añadió, se debe también «custodiarla por entero como llegó a nosotros por el camino de la tradición. ¡Toda la fe!». El Pontífice indicó luego «el signo» para reconocer si confesamos «bien la fe». En efecto «quien confiesa bien la fe, toda la fe, tiene la capacidad de adorar a Dios». Es un «signo» que puede parecer «un poco extraño —comentó el Papa— porque sabemos cómo pedir a Dios, cómo dar gracias a Dios. Pero adorar a Dios, alabar a Dios es algo más. Sólo quien tiene esta fe fuerte es capaz de la adoración».

Precisamente sobre la adoración, destacó el Papa, «me atrevo a decir que el termómetro de la vida de la Iglesia está un poco bajo: nosotros, cristianos, no tenemos mucha capacidad de adorar —algunos sí—, porque en la confesión de la fe no estamos convencidos. O estamos convencidos a medias». Deberíamos, en cambio, recuperar la capacidad «de alabar y adorar» a Dios; incluso porque, añadió el Pontífice, la oración para «pedir y agradecer la hacemos todos».

En cuanto a la segunda actitud, el Papa Francisco recordó cómo «el hombre o la mujer que tiene fe se confía a Dios. Se confía. Pablo, en el momento sombrío de su vida, decía: yo sé bien de quién me he fiado. De Dios. Del Señor Jesús». Y «fiarse —afirmó— nos conduce a la esperanza. Así como la confesión de la fe nos conduce a la adoración y a la alabanza de Dios, el confiarse a Dios nos lleva a una actitud de esperanza».

Sin embargo —alertó el Pontífice— «hay muchos cristianos con una esperanza con demasiada agua», una esperanza aguada que no es «fuerte». ¿Y cuál es la razón de esta «esperanza débil»? Precisamente la falta de «fuerza y valentía para confiarse al Señor». Para ser, por el contrario, «cristianos vencedores», destacó, debemos creer «confesando la fe, y también custodiando la fe, y encomendándonos a Dios, al Señor. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.

«Para permanecer en el Señor, para permanecer en el amor —repitió— es necesario el Espíritu Santo, por parte de Dios. Pero por parte nuestra: confesar la fe que es un don y confiarse al Señor Jesús para adorar, alabar y ser personas de esperanza». El Papa Francisco concluyó la homilía con la oración que «el Señor nos haga comprender y vivir esta hermosa frase» del apóstol Juan que vuelve a proponer la liturgia: «Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe».

 



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