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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Para un examen de conciencia

Jueves
16 de enero de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 4, viernes 24 de enero de 2014

 

«¿Nos avergonzamos de los escándalos en la Iglesia?». Es un profundo examen de conciencia el que propuso el Papa Francisco el jueves 16 de enero, por la mañana, durante la misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Un examen de conciencia que se dirige a la raíz de las razones de los «muchos escándalos» que dijo no querer «mencionar en particular» porque «todos sabemos dónde están».

Y precisamente a causa de los escándalos no se da al pueblo de Dios «el pan de la vida» sino «un alimento envenenado». Los escándalos —explicó una vez más el Papa— tuvieron lugar porque «la Palabra de Dios era algo raro en esos hombres, en esas mujeres» que los realizaron, aprovechando su «posición de poder y comodidad en la Iglesia» sin tener, sin embargo, ninguna relación con «la Palabra de Dios». Además, algunos de estos escándalos —indicó una vez más el Papa— hicieron justamente también «pagar mucho dinero».

La reflexión del Pontífice se inspiró en la oración del salmo responsorial —el número 43— proclamado en la liturgia. Una oración que se refiere a lo relatado en la primera lectura: la derrota de Israel. Se habla de ello en el primer libro de Samuel (4- 1, 11).

Derrotas que suscitan algunas preguntas: «¿Por qué el Señor dejó así a Israel, en manos de los filisteos? ¿Abandonó el Señor a su pueblo? ¿Ocultó su rostro?». El Papa precisó que la pregunta de fondo es: «¿Por qué el Señor abandonó a su pueblo en esa lucha contra los enemigos? Pero los enemigos no sólo del pueblo, sino del Señor».

«La clave para buscar una respuesta» a esta pregunta decisiva el Pontífice la indicó en algunos versículos de la liturgia del día anterior: «En aquellos días era rara la Palabra del Señor» (1 Samuel 3, 1). «En medio de su pueblo —explicó nuevamente refiriéndose a la Escritura— no estaba la Palabra del Señor, a tal punto que el joven Samuel no comprendía» quién le llamaba. El pueblo «vivía sin la Palabra del Señor. Se había alejado de Él». El anciano sacerdote Elí era «débil» y «sus hijos, mencionados dos veces aquí», eran «corruptos: asustaban al pueblo y lo apaleaban». Así «sin la Palabra de Dios, sin la fuerza de Dios» dejaban espacio al «clericalismo» y a la «corrupción clerical».

En este contexto, sin embargo, prosiguió el Papa, el pueblo se «da cuenta» de que estaba «lejos de Dios y dice: “vayamos a buscar el arca”». Pero llevan «el arca al campamento» como si fuese la expresión de una magia: de este modo no se disponían a la búsqueda del Señor sino de «una cosa que es mágica». Y con el arca «se sienten seguros».

Por su parte, «los filisteos comprendieron el peligro», sobre todo, tras oír «el eco de ese alarido» que suscitó la llegada del arca al campamento de Israel y se preguntaron qué significaba. Por lo tanto, pensaban que habían ido a buscar a Dios y que Él estaba realmente presente en su campamento. En cambio, el pueblo de Israel no se había dado cuenta de que con el arca no había «entrado la vida».

Y la Escritura relata luego detalladamente las dos derrotas contra los filisteos. Además, «el arca de Dios fue tomada por los filisteos y los dos hijos de Elí, Jofní y Pinjás, murieron».

«Este pasaje de la Escritura —destacó el Papa— nos hace pensar» en «cómo es nuestra relación con Dios, con la Palabra de Dios. ¿Es una relación formal, o una relación lejana? La Palabra de Dios entra en nuestro corazón, cambia nuestro corazón, ¿tiene este poder, o no?». ¿O bien «es una relación formal, todo bien, pero el corazón está cerrado a esa Palabra?».

Una serie de preguntas —precisó el Pontífice— que «nos lleva a pensar en tantas derrotas de la Iglesia. En tantas derrotas del pueblo de Dios». Derrotas debidas «sencillamente» al hecho de que el pueblo «no percibe al Señor, no busca al Señor, no se deja buscar por el Señor». Luego, al verificarse la tragedia se dirige al Señor para preguntar: «pero Señor, ¿qué pasó?». Se lee en el salmo 43: «Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones» (vv. 14-15). Y es lo que nos lleva, destacó el Papa Francisco, a «pensar en los escándalos de la Iglesia: ¿pero nos avergonzamos?». Y añadió: «Muchos escándalos que yo no quiero mencionar en particular, pero todos los conocemos. Sabemos dónde están». Y fue en este punto que habló sin medios términos de «vergüenza de la Iglesia» por esos escándalos que suenan como muchas «derrotas de sacerdotes, obispos y laicos».

La cuestión, continuó el Pontífice, es que «la Palabra de Dios en esos escándalos era poco común. En esos hombres, en esas mujeres, la Palabra de Dios era rara. No tenían relación con Dios. Tenían una posición en la Iglesia, una posición de poder, incluso de comodidad». Pero «no la Palabra de Dios», eso no. Y «de nada sirve decir “pero yo llevo una medalla, yo llevo la cruz: como aquellos que llevaban el arca, sin una relación viva con Dios y con la Palabra de Dios». Recordando las palabras de Jesús respecto a los escándalos repitió que de ellos «derivó toda una decadencia del pueblo de Dios, hasta la debilidad, la corrupción de los sacerdotes».

El Papa Francisco concluyó la homilía con dos pensamientos: la Palabra de Dios y el pueblo de Dios. En cuanto al primero propuso un examen de conciencia: «¿Está viva la Palabra de Dios en nuestro corazón? ¿Cambia nuestra vida o es como el arca que va y viene» o «el evangeliario muy bonito» pero «no entra en el corazón?». En cuanto al pueblo de Dios se centró en el mal que le ocasionan los escándalos: «Pobre gente —dijo—, pobre gente. No damos de comer el pan de la vida. No damos de comer la verdad. Muchas veces damos de comer un alimento envenenado».



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