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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Orar en la oscuridad

Martes 30 de septiembre de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 40, viernes 3 de octubre de 2014

 

La «oración de la Iglesia» por los numerosos «Jesús sufrientes» que «están por doquier», incluso en el mundo actual. La pidió el Papa Francisco durante la misa del 30 de septiembre, por la mañana, en Santa Marta, elevándola sobre todo por «aquellos hermanos nuestros que, por ser cristianos, son echados de sus casas y se quedan sin nada», por los ancianos dejados a un lado y por los enfermos solos en los hospitales: en definitiva, por todas las personas que viven «momentos oscuros».

El Pontífice partió del libro de Job (3, 1-3.11-17.20-23), que presenta «una oración algo especial. La misma Biblia dice que es una maldición», explicó. En efecto, «Job abrió por fin la boca y maldijo su día», quejándose «de lo le había sucedido» con estas palabras: «Muera el día que nací. ¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? Ahora descansaría tranquilo, ahora, dormiría descansado. Como aborto enterrado no existiría, igual que criatura que no llega a ver la luz».

Al respecto, el obispo de Roma observó que «Job, hombre rico, hombre justo, que adoraba verdaderamente a Dios y caminaba por la senda de los mandamientos», dijo esas cosas después de haber «perdido todo. Y fue puesto a prueba: perdió a toda la familia, todos los bienes, la salud, y todo su cuerpo se convirtió en una plaga». En resumen, «en ese momento se le termina la paciencia y dice esas cosas. Son feas. Pero él estaba acostumbrado a decir la verdad, y esta es la verdad que siente en aquel momento».

Y lo mismo le sucede a Jeremías, en el capítulo 20: «Maldito el día en que nací». Palabras que nos llevan a preguntarnos: «¿Blasfema este hombre? Este hombre que está solo, así, ¿blasfema en esto? ¿Blasfema Jeremías? Jesús, cuando se queja —«Padre, ¿por qué me has abandonado?» —, ¿blasfema? El misterio es este».

El Pontífice confesó que en su experiencia pastoral tantas veces él mismo escucha a «personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas, que han perdido tanto o se sienten solas y abandonadas y van a quejarse y hacen estas preguntas: ¿Por qué? Se rebelan contra Dios». Y su respuesta es: «Sigue rezando así, porque también esta es una oración». Como lo era la de Jesús, cuando le dijo al Padre: «¿Por qué me has abandonado?», y como la de Job. Porque «rezar es ponerse verdaderamente ante Dios. Se reza con la realidad. La verdadera oración viene del corazón, del momento que uno está viviendo». Es precisamente «la oración en los momentos de oscuridad, en los momentos de la vida en los que no hay esperanza» y «no se ve el horizonte»; hasta tal punto que «tantas veces se pierde la memoria y no tenemos en qué anclar nuestra esperanza».

De ahí la actualidad de la palabra de Dios, porque también hoy «mucha gente se encuentra en la situación de Job. Tanta gente buena, como Job, no comprende qué le ha ocurrido. Tantos hermanos y hermanas que no tienen esperanza». E inmediatamente el pensamiento del Pontífice se dirigió «a las grandes tragedias», como la de los cristianos echados de sus casas y privados de todo, que se preguntan: «Señor, ¿acaso no he creído en ti? ¿Por qué?». «¿Por qué creer en ti es una maldición?». Lo mismo vale para «los ancianos dejados a un lado», para los enfermos, para la gente sola en los hospitales. En efecto, «por toda esta gente, por estos hermanos y hermanas nuestros, y también por nosotros cuando caminamos en la oscuridad, la Iglesia reza». Y haciéndolo, «toma sobre sí este dolor».

A estas personas se suman las que, aun «sin enfermedades, sin hambre, sin necesidades importantes», se encuentran con «un poco de oscuridad en el alma». Situaciones en las que «creemos ser mártires y dejamos de rezar», enojándonos con Dios, tanto que ya ni siquiera vamos a misa. Al contrario, el pasaje de la Escritura de hoy «nos enseña la sabiduría de la oración en la oscuridad, de la oración sin esperanza». Y el Papa citó el ejemplo de santa Teresita del Niño Jesús, que «en los últimos años de su vida trataba de pensar en el cielo» y «oía dentro de sí como una voz que le decía: No seas tonta, no fantasees. ¿Sabes qué te espera? La nada».

Por lo demás, todos nosotros «muchas veces pasamos por esta situación. Y tanta gente piensa que terminará en la nada». Pero santa Teresita se defendía de esta insidia: «rezaba y pedía fuerza para ir adelante, en la oscuridad. Esto se llama “entrar en paciencia”». Una virtud que hay que cultivar con la oración, porque —advirtió el obispo de Roma— «nuestra vida es muy fácil, nuestras quejas son quejas de teatro» si las comparamos con las «quejas de tanta gente, de tantos hermanos y hermanas que están en la oscuridad, que casi han perdido la memoria, la esperanza, que son exiliados hasta de sí mismos».

Al recordar que Jesús mismo recorrió «este camino: desde la tarde al monte de los Olivos, hasta las últimas palabras en la cruz: «Padre, ¿por qué me has abandonado?», el Papa elaboró dos pensamientos conclusivos «que pueden servirnos». El primero es una invitación a «prepararnos para cuando llegue la oscuridad: vendrá, quizá no como a Job, tan duramente, pero todos tendremos un tiempo de oscuridad». Por eso es preciso «preparar el corazón para ese momento». El segundo, en cambio, es una exhortación «a rezar, como reza la Iglesia, con la Iglesia, por tantos hermanos y hermanas que padecen el exilio en sí mismos, en la oscuridad y en el sufrimiento, sin una esperanza al alcance de la mano».

 



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