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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Tres gracias

Martes 27 de septiembre de 2016

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 39, viernes 30 de septiembre de 2016

 

«Reconocer la desolación espiritual, rezar cuando hayamos sido sometidos a este estado de desolación espiritual y saber acompañar a las personas que sufren duros momentos de tristeza y de desolación espiritual». Son las tres gracias que hay que pedir al Señor y que el Papa Francisco señaló al comentar las lecturas del martes 27 de septiembre, durante la misa matinal en Santa Marta.

Al ofrecer la celebración del día, fiesta litúrgica de san Vicente de Paúl, por las religiosas de la comunidad de la Casa —que por el santo francés «fueron fundadas» y cuya «vida sigue el camino señalado por él: hacer la caridad»— el Papa centró su propia reflexión, sobre todo, en la primera lectura del libro de Job (3, 1-3.11-17.20-23). Este último «tenía problemas» porque «había perdido todo. Todos sus bienes, e incluso a sus hijos. Y después se había puesto enfermo de una enfermedad que parecía la lepra: agresiva, lleno de llagas». En fin, «su sufrimiento era tal» que «en un momento determinado, abrió la boca y maldijo el día en que nació, lo que le ocurría», diciendo: «Perezca el día en que nací y la noche que dijo: “¡Un varón ha sido concebido!”. Todo esto hubiera sido mejor que no hubiera sido, que no hubiera ocurrido. Mejor la muerte que vivir así».

Sin embargo, observó el Pontífice, «la Biblia dice que Job era justo, era santo». Y un santo generalmente no «puede hacer estas cosas». Efectivamente, puntualizó el Papa, Job «no maldijo a Dios. Solamente se desahogó y esto era un desahogo: el desahogo de un hijo ante el Padre». Un poco como hizo el profeta Jeremías, según lo narrado en el capítulo 20 de su libro en el Antiguo Testamento: «Comienza con una cosa muy bonita —hizo notar Francisco— y dice al Señor: “Yo he sido seducido por ti, Señor”»; pero inmediatamente después, como Job, también Jeremías dice: «Maldito el día en el que he sido concebido». Y aún así «estos dos casos no son blasfemias: son desahogos». En ambos «se desahogan ante Dios así», porque «los dos se encontraban sumidos en una gran desolación espiritual».

A propósito de lo anterior, el Pontífice subrayó cómo la desolación espiritual es «una cosa que ocurre a todos: puede ser más fuerte, más débil... pero, ese estado oscuro del alma, sin esperanza, desconfiado, sin ganas de vivir, sin ver el final del túnel, con muchas inquietudes en el corazón y también en las ideas», lo vive cada mujer y cada hombre. «La desolación espiritual —explicó— nos hace sentir como si tuviéramos el alma aplanada», que «no quiere vivir: “¡la muerte es mejor!” es el desahogo de Job; mejor morir que vivir así».

Pero, dijo el Papa, «cuando nuestro espíritu se encuentra en este estado de tristeza prolongada, en el que casi no se respira, debemos entender» que eso «sucede a todos»: de modo más o menos acentuado, pero les ocurre a todos. Esta es la invitación a «entender qué sucede en nuestro corazón», a preguntarse «qué se debe hacer cuando vivimos estos momentos oscuros, a causa de una tragedia familiar, una enfermedad, cualquier cosa que te deja por los suelos». Ciertamente, aclaró, no es el caso de «tomar una pastilla para dormir y alejarse de los hechos, o tomar una, dos, tres, cuatro copitas» para olvidar, porque «esto no ayuda». En cambio, «la liturgia de hoy nos hace ver cómo» hay que comportarse «con esta desolación espiritual, cuando estamos apáticos, alicaídos, sin esperanza».

Una ayuda llega del salmo responsorial: «Llegue hasta ti mi súplica, Señor». Por lo tanto, lo primero que hay que hacer es rezar. «Oración fuerte, fuerte, fuerte», ha repetido Francisco, subrayando cómo el «salmo 87 que hemos recitado juntos», enseña «cómo se reza, como rezar en el momento de la desolación espiritual, de la oscuridad interior, cuando las cosas no van bien y la tristeza entra con fuerza en el corazón. “Yahveh, Dios de mi salvación, ante ti estoy clamando día y noche”: las palabras son fuertes. Es lo que dijo Job: “Grito día y noche. Por favor escucha mi súplica”». En definitiva, «es una oración» que consiste en «llamar a la puerta, pero con fuerza: “Señor, estoy colmo de desventuras. Mi vida está al borde del abismo. Ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como uno hombre acabado”».

En la vida, observó el Papa, «cuántas veces nos sentimos así, sin fuerzas». Pero «el Señor mismo nos enseña cómo rezar en estos malos momentos: “Señor, me has echado en lo profundo de la fosa, en las tinieblas, en los abismos; sobre mí pesa tu furor, llegue hasta ti mi oración”. Esta es la oración: así debemos rezar en los peores momentos, los más oscuros, de más desolación, más opresores, que nos oprimen», exhortó Francisco. Porque «esto es rezar con autenticidad» y, en cierta manera, es necesario «desahogarse también como se desahogó Job con los hijos. Como un hijo».

Después de indicar el comportamiento individual que hay que tener en los momentos de desolación espiritual, el Pontífice se detuvo luego en cómo acompañar a quien se encuentra en tales situaciones. El pasaje bíblico, en efecto, continúa con la narración de los amigos que fueron a buscar a Job y «permanecieron en silencio, mucho tiempo». En efecto, explicó el Papa, «ante una persona que se encuentra en esta situación, las palabras pueden hacer daño. Solamente tocarlo, estar cerca», de manera que «sienta la cercanía, y responder a lo que él pregunta; pero no soltar discursos».

En cambio, en el caso de Job «se ve que los amigos después de un cierto tiempo se aburrieron del silencio» y empezaron «a soltar discursos, a decir estupideces». En cambio «cuando una persona sufre, cuando una persona se encuentra en un estado de desolación espiritual, se debe hablar lo menos posible y se debe ayudar con el silencio, la cercanía, las caricias, su oración ante el Padre».

De aquí la actualidad de las lecturas litúrgicas. A partir de las cuales Francisco expresó el deseo de que «el Señor nos ayude: primero a reconocer en nosotros los momentos de desolación espiritual, cuando nos encontramos en la oscuridad, sin esperanza, y a preguntarnos por qué; segundo, a rezar como hoy nos enseña la liturgia con este salmo 87 en el momento de la oscuridad —“llegue hasta ti mi oración, Señor”». Y tercero, «cuando me acerco a una persona que sufre», sea por una enfermedad sea por cualquier otra circunstancia, «pero que se encuentra sumido en la desolación: silencio». Un silencio, concluyó, «con mucho amor, cercanía, caricias. Y no soltar discursos que al final no ayudan y, además, hacen daño».

 



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