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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Tener en consideración las pequeñas cosas

Jueves, 14 de diciembre de 2017

 

Fuente:  L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 51, viernes 22 de diciembre de 2017

 

Como una madre y como un padre, que se hace llamar tiernamente con un nombre cariñoso, Dios está ahí cantando al hombre una canción de cuna, tal vez poniendo voz de niño para estar seguro de ser comprendido y sin temor de volverse incluso «ridículo», porque el secreto de su amor es «el grande que se vuelve pequeño». Este testimonio de paternidad —de un Dios que pide a cada uno mostrarle sus llagas para poder curarlas, precisamente como hace un padre con un hijo— fue relanzado por el Papa Francisco en la misa celebrada el jueves 14 de diciembre en Santa Marta.

Inspirándose en la primera lectura, extraída «del libro del consuelo de Israel del profeta Isaías» (41, 13-20), el Pontífice señaló inmediatamente como en ella se subraya «un rasgo de nuestro Dios, un rasgo que es la propia definición de Él: la ternura». Además, añadió, «lo hemos dicho» también en el salmo 144: «sus ternuras sobre todas sus obras».

«Este pasaje de Isaías —explicó— comienza con la presentación de Dios: “Porque yo Yahveh, tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: No temas, yo te ayudo”». Pero «una de las primeras cosas que impresiona de este texto» es cómo Dios «te lo dice»: «No temas, gusano de Jacob, gente de Israel». En sustancia, afirmó el Papa, Dios «habla como el padre al hijo». Y, de hecho, señaló «cuando el padre quiere hablar al hijo empequeñece la voz y también busca hacerla más parecida a la del niño». Es más, «cuando el padre habla con el hijo parece que hace el ridículo, porque se vuelve niño: esto es la ternura».

Por eso, continuó el Pontífice, «Dios nos habla así, nos acaricia así: “No temas, gusano, larva, pequeño”». De tal modo que «parece que nuestro Dios quiera cantarnos una canción de cuna». Y, aseguró, «nuestro Dios es capaz de esto, su ternura es así: es padre y madre».

Por el resto, afirmó Francisco, «tantas veces dijo: “Si una madre se olvida del hijo, yo no te olvidaré”. Nos lleva en sus entrañas». Por lo tanto, «es el Dios que con este diálogo se hace pequeño para hacernos entender, para hacer que tengamos confianza en Él y podamos decirle con la valentía de Pablo que cambia la palabra y dice: “Padre, Abbá, Padre». Y esta es la ternura de Dios».

Estamos, explicó el Papa, frente a «uno de los misterios más grandes, es una de las cosas más hermosas: nuestro Dios tiene esta ternura que nos acerca y los salva con esta ternura». Claro, continuó, «nos castiga a veces, pero nos acaricia». Es siempre «la ternura de Dios». Y Él es el grande: “No temas, yo te ayudo, tu redentor es el santo de Israel”». Y así «es el Dios grande que se hace pequeño y en su pequeñez no deja de ser grande y en esta dialéctica grande es pequeño: es la ternura de Dios, el grande que se hace pequeño y el pequeño que es grande».

«La Navidad nos ayuda a entender esto: en ese pesebre el pequeño Dios», reafirmó Francisco, confiando: «Me viene a la mente una frase de santo Tomás, en la primera parte de la Summa Theologiae. Queriendo explicar esto “¿qué es divino? ¿Qué es lo más divino?” dice: Non coerceri a maximo contineri tamen a minimo divinum est». O sea: lo que es divino es tener ideales que no estén limitados ni siquiera por lo más grande, sino ideales que estén al mismo tiempo contenidos y vividos en las cosas más pequeñas de la vida. En sustancia, explicó el Pontífice, es una invitación a «no asustarse de las cosas grandes, sino a tener en consideración las cosas pequeñas: esto es divino, las dos juntas». Y esta frase los jesuitas la conocen bien porque «fue tomada para hacer una de las lápidas de san Ignacio, como para describir también esa fuerza de san Ignacio y también su ternura».

«Es Dios grande que tiene la fuerza de todo —afirmó el Papa refiriéndose de nuevo al pasaje de Isaías— pero se empequeñece para hacerse cercano y allí nos ayuda, nos promete cosas: “He aquí que te he convertido en trillo nuevo, de dientes dobles. Triturarás los montes y los desmenuzarás y los cerros convertirás en tamo. En el santo de Israel te gloriarás”». Estas son «todas las promesas para ayudarnos a ir adelante: “Yo, Dios de Israel, no los desampararé”».

«¡Pero qué bonito es —exclamó Francisco— hacer esta contemplación de la ternura de Dios! Cuando nosotros queremos pensar solo en el Dios grande, pero olvidamos el misterio de la encarnación, esa aceptación de Dios entre nosotros viene a nuestro encuentro: el Dios que no solo es padre sino que es papá».

A este respecto, el Papa sugirió algunas líneas de reflexión para un examen de conciencia: «¿Yo soy capaz de hablar con el Señor así o tengo miedo? Que cada uno responda. Pero alguno puede decir, puede preguntar: ¿Pero cuál es el lugar teológico de la ternura de Dios? ¿Dónde se puede encontrar bien la ternura de Dios? ¿Cuál es el lugar donde se manifiesta mejor la ternura de Dios?». La respuesta, señaló Francisco, es «la llaga: mis llagas, tus llagas, cuando mi llaga se encuentra con su llaga. En sus llagas fuimos sanados».

«Me gusta pensar —confió el Pontífice volviendo a proponer los contenidos de la parábola del buen samaritano— en lo que sucedió a ese pobre hombre que había caído en las manos de los bandidos en el camino de Jerusalén a Jericó, en lo que ocurrió cuando el recobró la conciencia y se encuentra sobre la cama. Preguntó seguramente al posadero: “¿Qué ha sucedido?”, el pobre hombre le contó: “Has sido bastoneado, has perdido el conocimiento” —“Pero, ¿por qué estoy aquí? —“Porque vino uno que limpió tus llagas. Te curó. Te trajo aquí. Pagó la pensión y dijo que volverá para ajustar las cuentas si hay que pagar algo más”».

Precisamente «este es el lugar teológico de la ternura de Dios: nuestras llagas», afirmó el Papa. Y, por lo tanto, «¿qué nos pide el Señor? “Pero vamos, venga, venga: enséñame tu llaga, enséñame tus llagas. Yo quiero tocarlas. Yo quiero sanarlas”». Y es «ahí, en el encuentro de nuestra llaga con la llaga del Señor donde está el precio de nuestra salvación, ahí está la ternura de Dios».

En conclusión, Francisco sugirió pensar en todo esto «hoy, durante la jornada y busquemos sentir esta invitación del Señor: “Venga, venga: enséñame tus llagas. Yo quiero sanarlas”».

 



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