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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Perdonar para ser perdonados

Martes, 6 de marzo de 2018

 

Fuente:  L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 11, viernes 16 de marzo de 2018.

 

«Lamentablemente» y «siempre que»: con estas dos expresiones el Papa Francisco ha explicado qué es y cómo se vive realmente y hasta el fondo el perdón. En la misa celebrada el martes por la mañana 6 de marzo en Santa Marta, el Pontífice sugirió no avergonzarse de acusarse a sí mismos de ser «lamentablemente» pecadores. Y recordó que el Señor está siempre preparado para perdonarnos «siempre que» nosotros perdonemos a los otros.

«Siempre en este camino de conversión que es la Cuaresma hoy la Iglesia nos hace reflexionar sobre el perdón» hizo notar enseguida el Papa, preguntándose: «¿Qué es el perdón? ¿De dónde viene el perdón?». Para responder a estos interrogantes Francisco hizo referencia a las «dos lecturas de hoy» que, dijo, «podemos explicar con dos palabras sencillas: lamentablemente y siempre que». Son precisamente estas «las dos palabras del mensaje de hoy: lamentablemente y siempre que».

En la primera lectura, tomada del libro de Daniel (3, 25.34-43): «Y Azarías, de pie en medio del fuego, reza al Señor y pide: “No nos abandones para siempre, Señor, míranos”». Azarías «estaba en el fuego porque no había querido adorar al ídolo: adoraba solamente a Dios». Y de hecho «él no reprochaba a Dios, no dice: “Pero mira, yo me he expuesto por ti, he dado la cara por ti ¿y tú me pagas así?”». Por tanto Azarías «no dice esto; va a la raíz» y pregunta: «¿Por qué me sucede esto a mí y nuestro pueblo? Porque hemos pecado. Tú eres grande Señor, tú eres grande. Tú nos has salvado siempre pero, lamentablemente, hemos pecado. Nosotros queríamos servirte pero, lamentablemente, somos pecadores».

Precisamente «en ese momento —reiteró el Pontífice— Azarías confiesa el propio pecado: el pecado del pueblo. Se acusa a sí mismo». Y de hecho, «la acusación de nosotros mismos es el primer paso hacia el perdón: “Señor, no retires de nosotros tu misericordia. Nos hemos hecho pequeños, hemos pecado. ¡Si pudiéramos ser acogidos con el corazón contrito, con el espíritu humillado!”». Es así por tanto, la acusación a sí mismos: «Hemos pecado, tú eres grande, lamentablemente he pecado».

«Acusarse a sí mismo es parte de la sabiduría cristiana» insistió el Papa. Ciertamente no es sabiduría cristiana «acusar a los otros». Es necesario sin embargo acusarse a «sí mismo» y afirmar: «yo he pecado». Y «cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia», sugirió Francisco, es necesario «tener esto en la mente: Dios grande que nos ha dado tantas cosas y lamentablemente yo he pecado, yo he ofendido al Señor y pido salvación». Pero «si yo voy al sacramento de la confesión, de la penitencia, y empiezo a hablar de los pecados de los otros, no sé qué busco» afirmó el Papa: seguramente «no busco el perdón». Más bien «trato de justificarme y nadie puede justificarse a sí mismo, solamente Dios nos justifica».

«Me viene a la mente —confió Francisco— esa anécdota histórica de una señora que se acercó al confesionario y empezó a hablar de la suegra: qué hacía la suegra, cómo la hacía sufrir». Y «pasados quince minutos el confesor le dice: “Señora, está bien, usted ha confesado los pecados de su suegra, ahora confiese los suyos”».

«Muchas veces vamos a pedir perdón al Señor justificándonos, viendo qué cosa mala han hecho los otros» reiteró el Pontífice. Pero la actitud adecuada es reconocer que, «lamentablemente, yo he pecado». En resumen, «acusarse a sí mismo». Y «esto le gusta al Señor, porque el Señor recibe el corazón contrito». Al respecto son claras las palabras de Azarías: «No hay desilusión para aquellos que confían en ti». Porque «el corazón contrito dice la verdad al Señor: “Yo he hecho esto, Señor, he pecado contra ti”». Pero «el Señor le tapa la boca, como el padre al hijo pródigo, no lo deja hablar: su amor lo cubre, perdona todo».

«Acusarnos a nosotros mismos», por tanto. «Cuando yo voy a confesarme, ¿qué hago? ¿Me justifico o me acuso?» es la pregunta planteada por Francisco. Con la sugerencia de «no tener vergüenza, él nos justifica: “Señor, tú eres grande, me has dado muchas cosas, lamentable, he pecado”».

«El Señor nos perdona, siempre y no una vez» reiteró el Pontífice. «A nosotros —añadió— nos dice que perdonemos setenta veces siete, siempre, porque él perdona siempre: “Yo te perdono, pero siempre que tú perdones a los otros”». Y haciendo referencia al pasaje evangélico de Mateo (18, 21 – 35), el Papa hizo presente que «si tú vas a pedir perdón al Señor como este siervo, ¡el Señor lo perdona! Pero después si el siervo no perdona a su compañero...». Y así, añadió, «el perdón de Dios viene fuerte a nosotros, siempre que nosotros perdonemos a los otros». Pero, advirtió Francisco, «no es fácil esto porque el rencor pone nido en nuestro corazón y siempre está esa amargura». De hecho «muchas veces llevamos con nosotros la lista de cosas que me han hecho: este me ha hecho esto, me ha hecho eso, me ha hecho esto». Sin perdonar.

«Un confesor —prosiguió el Pontífice compartiendo otra confidencia— me dijo, una vez, que se encontró en dificultad cuando fue a dar los sacramentos a una anciana que iba a morir. Se confesó bien la anciana de sus pecados y, también, contó historias de familia. Y él dijo: “Pero señora, ¿usted perdona a estos familiares?” —“No, no perdono”». La mujer, afirmó el Papa, estaba «apegada al odio, el diablo la había encadenado a ese odio». Y así «esa anciana —¡anciana!— que iba a morir decía: “no perdono”». El confesor, dijo Francisco, trató de hablar de Jesús, que era bueno y ella decía que sí, era bueno y así daba la vuelta, daba la vuelta, daba la vuelta y le dijo: “¿Pero usted cree que Jesús es bueno?” —“Sí, sí”». Y el confesor «dio la absolución, pero el odio la esclavizaba».

«Te perdono, siempre que tú perdones a los otros: estas son las dos cosas que nos ayudarán para entender el camino del perdón» concluyó el Pontífice. Y después se debe «dar gloria a Dios: “Tú eres grande, Señor, me has hecho muchas cosas buenas, lamentablemente he pecado. Perdóname” —“Sí, te perdono, setenta veces siete, siempre que tú perdones a los otros”». Que «el Señor —añadió— nos haga entender estas cosas».

 



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