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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DE LA XVIII SESIÓN PÚBLICA
DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS

 

 

Al venerado hermano
cardenal Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo pontificio para la cultura
y del Consejo de coordinación entre las Academias pontificias

Con ocasión de la XVIII sesión pública de las Academias pontificias me alegra enviarle mi saludo cordial, que extiendo de buen grado a los presidentes y a los académicos, así como a los cardenales, obispos, embajadores y a todos los participantes.

La sesión de este año, convocada expresamente el día de la memoria litúrgica de santo Tomás de Aquino, fue organizada por la Academia pontificia dedicada a él y por la Academia pontificia de teología, y su tema es: «Oculata fides. Leer la realidad con los ojos de Cristo». Dicho tema remite precisamente a una expresión del Doctor angelicus citada en la carta encíclica Lumen fidei. Os doy las gracias por haber querido proponer esta temática a la reflexión, así como la relación entre la encíclica y la reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium.

En efecto, en ambos documentos he querido invitaros a reflexionar sobre la dimensión «luminosa» de la fe y la relación entre fe y verdad, que hay que investigar no sólo con los ojos de la mente sino también con los ojos del corazón, es decir, en la perspectiva del amor. San Pablo afirma: «Con el corazón se cree» (Rm 10, 10). «Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad» (Lumen fidei, 26). Al día siguiente de la resurrección de Jesús, sus discípulos no contemplaron una verdad puramente interior o abstracta, sino una verdad que se revelaba a ellos precisamente en el encuentro con el Resucitado, en la contemplación de su vida, de sus misterios. Con razón santo Tomás de Aquino afirma que se trata de una oculata fides, de una fe que ve (cf. ibíd., n. 30).

De ahí se derivan importantes consecuencias tanto para la acción de los creyentes como para el método de trabajo de los teólogos: «A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos. Sin embargo, si es la verdad del amor, si es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y con los otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común (…). En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (ibíd., n. 34).

Esta perspectiva —de una Iglesia totalmente en camino y misionera— es la que se desarrolla en la exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. El «sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo» (Evangelii gaudium, 27) se refiere a toda la Iglesia y a cada uno de sus miembros. También las Academias pontificias están llamadas a esta transformación, para que al cuerpo eclesial no falte su contribución propia. Pero no se trata de realizar operaciones exteriores, «de fachada». Se trata más bien, incluso para vosotros, de concentrarse aún más «en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario» (ibíd., n. 35). De este modo, «la propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante» (ibíd.). Por eso, queridos e ilustres hermanos, os pido vuestra colaboración cualificada al servicio de la misión de toda la Iglesia.

Precisamente para animar a cuantos, entre los jóvenes estudiosos de teología, quieren ofrecer su propia contribución a la promoción y a la realización de un nuevo humanismo cristiano a través de su investigación, me alegra asignar ex aequo el Premio de las Academias pontificias, dedicado este año a la investigación teológica y al estudio de las obras de santo Tomás de Aquino, a dos jóvenes estudiosos: el reverendo profesor Alessandro Clemenzia, por su obra titulada Nella Trinità come Chiesa. In dialogo con Heribert Mühlen, y la profesora Maria Silvia Vaccarezza, por su obra Le ragioni del contingente. La saggezza pratica tra Aristotele e Tommaso d’Aquino.

Por último, deseando a los académicos y a todos los presentes un compromiso fructuoso en sus respectivos campos de investigación, encomiendo a cada uno a la protección materna de la Virgen María, Sedes Sapientiae, pido un recuerdo en la oración por mí y por mi ministerio, y de corazón imparto una especial bendición apostólica.

Vaticano, 28 de enero de 2014

FRANCISCO

 

 



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