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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON OCASIÓN DE LA VIGILIA ECUMÉNICA DE PENTECOSTÉS
ORGANIZADA POR CHARIS EN LA IGLESIA ANGLICANA
CHRIST CHURCH DE JERUSALÉN

[Multimedia]


 

Si bien esta grabación está hecha en Roma, se hará pública desde la Iglesia anglicana de Cristo, la Christ Church, en Jerusalem, donde se encuentran reunidos creyentes de diferentes tradiciones cristianas.

Quiero agradecer a esta iglesia anglicana su hospitalidad, agradecer a las personas que han hecho posible esta transmisión y, en primer lugar, agradecer a mi hermano y amigo el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, quien nos ha compartido una preciosa reflexión sobre el Espíritu Santo.

Agradezco también a CHARIS, por haberme escuchado y hecho realidad en esta Vigilia la misión que les encomendé de trabajar por la unidad de los cristianos. Han organizado esta vigilia cristiana a través de la Comisión que formaron para este propósito, comisión integrada por cinco católicos y cinco miembros de diferentes iglesias y comunidades cristianas. Gracias.

Esta es una noche muy especial, quiero compartir con ustedes lo que hay en mi corazón, pensando en Jerusalén, la ciudad santa para los hijos de Abraham. Pienso en la habitación de arriba, la upper room, donde el enviado del Padre, el Espíritu Santo que Jesús promete después de su resurrección, desciende con poder sobre María y los discípulos, transformando para siempre sus vidas y toda la historia.

Pienso en la Iglesia de Santiago, la iglesia madre, la primera, la Iglesia de los creyentes en Jesús, el Mesías, todos ellos judíos. La Iglesia de Santiago, que nunca desapareció de la historia, está viva hoy. Pienso en la mañana siguiente. Residían en Jerusalén, nos dicen los Hechos de los Apóstoles, judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo, quienes llenos de estupor escuchaban a estos galileos hablar en sus propias lenguas (Cf. Hch 2,7-8).

Y más adelante el relato describe la comunidad de los creyentes en Jesús: “nadie pasaba necesidad porque tenían todo en común”. Y el pueblo decía de ellos: Mira cómo se aman. El amor fraterno los identifica.Y la presencia del Espíritu los hace comprensibles. Esta noche resuena en mí más que nunca el “miren cómo se aman”

¿Puede el mundo hoy decir de los cristianos, de ellos: “miren cómo se aman” o pueden decir con verdad, “miren cómo se odian” o “miren cómo se pelean”? ¿Qué nos pasó? Hemos pecado contra Dios y contra nuestros hermanos. Estamos divididos, hemos roto en mil pedazos lo que Dios ha hecho con tanto amor, compasión y ternura. Todos, todos, necesitamos pedir perdón, al Padre de todos, y también necesitamos perdonarnos a nosotros mismos.

Si siempre ha sido necesaria la unidad de los cristianos en el amor mutuo, hoy es más urgente que nunca. Miremos el mundo: la peste, efecto no sólo de un virus sino del egoísmo y de la codicia que hacen que cada vez los pobres sean más pobres, y los ricos más ricos. La naturaleza está llegando al límite de sus posibilidades por la acción depredadora del hombre. Sí, el hombre a quien Dios le confió cuidar y hacer fructificar la tierra.

Hermanos y hermanas, la noche de hoy puede ser una profecía, puede ser el comienzo del testimonio que nosotros los cristianos, juntos, tenemos que dar al mundo: ser testigos del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. El amor al que hemos sido llamados los creyentes en Jesús. Porque esta noche miles de cristianos levantamos juntos, desde los rincones de la tierra, la misma oración: ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven, Espíritu de amor y cambia la faz de la tierra y cambia mi corazón!

Esta noche, los exhorto a que se asomen al mundo y hagan realidad el testimonio de la primera comunidad cristiana: “miren cómo se aman”. ¡Salgan juntos a contagiar el mundo! Dejémonos cambiar por el Espíritu Santo para poder cambiar el mundo. Dios es fiel, no retira nunca sus promesas, y por esto, porque Dios es fiel, quiero recordar hoy, desde Jerusalén, aquella profecía del gran profeta de Israel: «Sucederá en días futuros, el monte de la Casa del Señor se afianzará en la cima de los montes, se alzará por encima de las colinas. Confluirán en él todas las naciones, acudirán pueblos numerosos. Dirán: “Vengan, subamos al Monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos”. Pues de Sion saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos, forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará la espada nación contra nación ni se ejercitarán más en la guerra (Is 2,2-4). Que así sea.

 



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