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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA POBLACIÓN DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO Y DE SUDÁN DEL SUR

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Queridos hermanos y hermanas de la República Democrática del Congo y de la República de Sudán del Sur, ¡buenos días!

Como sabéis, debía partir hoy para una peregrinación de paz y reconciliación en vuestras tierras. El Señor sabe cuán grande es mi pesar por haberme visto obligado a posponer esta visita tan deseada y esperada. Pero no perdamos la fe y alimentemos la esperanza de encontrarnos en cuanto sea posible.

Mientras tanto, me gustaría deciros que, especialmente en estas semanas, os llevo en mi corazón más que nunca. Llevo dentro de mí, en la oración, el sufrimiento que habéis sentido durante tanto tiempo, demasiado tiempo. Pienso en la República Democrática del Congo, en la explotación, la violencia y la inseguridad que sufre, sobre todo en el este del país, donde continúan los enfrentamientos armados que provocan innumerables y dramáticos sufrimientos, agravados por la indiferencia y la complacencia de tantos. Y pienso en Sudán del Sur, en el grito de paz de su pueblo que, agotado por la violencia y la pobreza, espera hechos concretos del proceso de reconciliación nacional, al que quiero contribuir no solo, sino caminando ecuménicamente junto a dos queridos hermanos: el Arzobispo de Canterbury y el Moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia.

Queridos amigos congoleños y sursudaneses, las palabras en este momento no son suficientes para transmitir la cercanía que me gustaría expresaros y el afecto que siento por vosotros. Me gustaría deciros: ¡No dejéis que os roben la esperanza! ¡No dejéis que os roben la esperanza! Pensad, vosotros, a los que aprecio tanto, cuánto más valiosos y amados sois a los ojos de Dios, que nunca decepciona a los que ponen su esperanza en Él. Tenéis una gran misión, todos vosotros, empezando por los dirigentes políticos: la de pasar página para abrir nuevos caminos, caminos de reconciliación, caminos de perdón, caminos de convivencia pacífica y de desarrollo. Es una misión que hay que emprender mirando juntos al futuro, a los muchos jóvenes que pueblan vuestras exuberantes y heridas tierras, llenándolas de luz y de futuro. Sueñan y merecen ver esos sueños hechos realidad, ver días de paz: para ellos, en particular, debemos deponer las armas, superar los rencores, escribir nuevas páginas de fraternidad.

Me gustaría deciros una cosa más: las lágrimas que derramáis en la tierra y las oraciones que eleváis al cielo no son en vano. El consuelo de Dios llegará, porque Él tiene “planes de paz y no de desgracia” (Jer  29,11). Incluso ahora, mientras espero encontrarme con vosotros, pido que su paz descienda a vuestros corazones. Y a medida que crece la expectativa de ver cada día vuestros rostros, de sentirme en casa en vuestras vibrantes comunidades cristianas, de abrazaros a todos con mi presencia y de bendecir vuestras tierras, mi oración se intensifica, al igual que mi afecto por vosotros y por vuestros pueblos. De todo corazón os bendigo y también os pido que sigáis rezando por mí. Gracias por esto.



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