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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON LOS MONAGUILLOS ALEMANES

Martes 5 de agosto de 2014

Vídeo

 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS

 

Las palabras de san Pablo que acabamos de escuchar, tomadas de la Carta a los Gálatas, atraen nuestra atención. El tiempo se ha cumplido, dice Pablo. Ahora Dios realiza su obra decisiva. Lo que Él desde siempre quiso decir a los hombres —y lo hizo a través de las palabras de los profetas—, ahora lo manifiesta con un signo evidente. Dios nos muestra que Él es el Padre bueno. ¿Y cómo hace esto? ¿Cómo lo hace? Lo hace a través de la Encarnación de su Hijo, que se hace como uno de nosotros. A través de este hombre concreto de nombre Jesús podemos comprender lo que Dios verdaderamente quiere. Él quiere personas humanas libres, porque se sienten siempre protegidas como hijos de un Padre bueno.

Para realizar este designio, Dios necesita sólo una persona humana. Necesita una mujer, una madre, que traiga el Hijo al mundo. Ella es la Virgen María, que veneramos con esta celebración vespertina. María fue totalmente libre. En su libertad dijo «sí». Ella realizó el bien para siempre. Así sirvió a Dios y a los hombres. Ella sirvió a Dios y a los hombres. Imitemos su ejemplo, si queremos saber lo que Dios espera de nosotros sus hijos.

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE

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[¡Muchas gracias por vuestra visita!]

Deseo ofreceros algunos puntos de reflexión teniendo presentes las preguntas que me han dirigido vuestros representantes, estos cuatro...

Vosotros os preguntáis qué podéis hacer para ser más protagonistas en la Iglesia y qué espera la comunidad cristiana de los acólitos. Primero de todo recordemos que el mundo necesita personas que testimonien a los demás que Dios nos ama, que es nuestro Padre. En la sociedad, todas la personas tienen la tarea de ponerse al servicio del bien común, ofreciendo las cosas necesarias para la existencia: el alimento, la vestimenta, la atención médica, la educación, la información, la justicia... Nosotros, discípulos del Señor, tenemos una misión más: la de ser «canales» que transmiten el amor de Jesús. Y en esta misión vosotros, muchachos y muchachas, tenéis un papel especial: estáis llamados a hablar de Jesús a vuestros coetáneos, no sólo en el seno de la comunidad parroquial o de vuestra asociación, sino sobre todo fuera. Este es un compromiso reservado especialmente a vosotros, porque con vuestra valentía, vuestro entusiasmo, la espontaneidad y la facilidad en provocar el encuentro podéis llegar más fácilmente a la mente y al corazón de quienes están alejados del Señor. Numerosos muchachos y jóvenes de vuestra edad tienen una gran necesidad de que alguien con su vida les diga que Jesús nos conoce, que Jesús nos ama, que Jesús nos perdona, comparte con nosotros nuestras dificultades y nos sostiene con su gracia.

Pero para hablar a los demás de Jesús es necesario conocerlo y amarlo, tener experiencia de Él en la oración, en la escucha de su Palabra. En esto a vosotros os ayuda vuestro servicio litúrgico, que os permite estar cerca de Jesús Palabra y Pan de vida. Os doy un consejo: el Evangelio que escucháis en la liturgia, releedlo personalmente, en silencio, y aplicadlo a vuestra vida; y con el amor de Cristo, recibido en la santa Comunión, podréis ponerlo en práctica. El Señor llama a cada uno de vosotros a trabajar en su campo; os llama a ser alegres protagonistas en su Iglesia, dispuestos a comunicar a vuestros amigos lo que Él os ha comunicado, especialmente su misericordia.

Comprendo vuestras dificultades en compaginar el compromiso de un acólito con las diversas actividades, necesarias para vuestro crecimiento humano y cultural. Es necesario organizarse un poco, programar de modo equilibrado las cosas... pero vosotros sois alemanes, y esto lo sabéis hacer bien. Nuestra vida está compuesta por el tiempo, y el tiempo es don de Dios, por lo tanto, es necesario emplearlo en acciones buenas y fructuosas. Tal vez muchos muchachos y jóvenes pierden demasiadas horas en cosas de poca importancias: chatear en internet o con los móviles, las «telenovelas», los productos del progreso tecnológico, que deberían simplificar y mejorar la calidad de vida, algunas veces distraen la atención de lo que es realmente importante. Entre las muchas cosas que hay que hacer en la rutina cotidiana, una de las prioridades debería ser la de acordarse de nuestro Creador que nos permite vivir, nos ama y nos acompaña en nuestro camino.

Precisamente porque Dios nos ha creado a su imagen, hemos recibido de Él también ese gran don que es la libertad. Pero si no se usa bien, la libertad nos puede llevar lejos de Dios, puede hacernos perder la dignidad con la que Él nos ha revestido. Por ello son necesarias las orientaciones, las indicaciones y también la normas, tanto en la sociedad como en la Iglesia, para ayudarnos a hacer la voluntad de Dios, viviendo así según nuestra dignidad de hombres y de hijos de Dios. Cuando la libertad no se plasma desde el Evangelio, puede transformarse en esclavitud: la esclavitud del pecado. Nuestros padres, Adán y Eva, alejándose de la voluntad divina cayeron en el pecado, es decir, en el mal uso de la libertad. Queridos muchachos y muchachas, no uséis mal vuestra libertad. No desperdiciéis la gran dignidad de hijos de Dio que se os ha dado. Si seguís a Jesús y su Evangelio, vuestra libertad brotará como una planta florida, y dará frutos buenos y abundantes. Encontraréis la alegría auténtica, porque Él nos quiere hombres y mujeres plenamente felices y realizados. Sólo cumpliendo la voluntad de Dios podemos hacer el bien y ser luz del mundo y sal de la tierra.

Que la Virgen María, que se llamó a sí misma «esclava del Señor» (Lc 1, 38), sea vuestro modelo en el servicio a Dios; que ella, nuestra Madre, os ayude a ser, en la Iglesia y en la sociedad, protagonistas del bien y agentes de paz, muchachos y jóvenes llenos de esperanza y de valentía.

 



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