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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE LAS CARTAS CREDENCIALES
DE LOS EMBAJADORES DE SUIZA, LIBERIA, ETIOPÍA, SUDÁN, JAMAICA, SUDÁFRICA, INDIA

Sala Clementina
Jueves 15 de mayo 2014

 

Señores embajadores:

Me complace acogeros con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países ante la Santa Sede: Suiza, Liberia, Etiopía, Sudán, Jamaica, Sudáfrica e India. Os agradezco la disponibilidad con la que iniciáis esta misión y os pido que transmitáis mi gratitud y mi respeto a los jefes de Estado de vuestros países. A ellos y a cada uno de vosotros aseguro un recuerdo en la oración, y para las Naciones a las que pertenecéis pido a Dios omnipotente abundancia de prosperidad y de paz.

Paz. Esta palabra resume todos los bienes a los que aspira cada persona y todas las sociedades humanas. También el compromiso con el cual tratamos de promover las relaciones diplomáticas no tiene, en último término, otro fin que este: hacer crecer en la familia humana la paz en el desarrollo y en la justicia. Se trata de una meta nunca alcanzada plenamente, que pide ser buscada nuevamente por parte de cada generación, afrontando los desafíos que cada época plantea.

Contemplando los desafíos que en este tiempo nuestro es urgente afrontar para construir un mundo más pacífico, quisiera destacar dos: el comercio de armas y las migraciones forzadas.

Todos hablan de paz, todos declaran quererla, pero lamentablemente la proliferación de armamentos de todo tipo conduce en sentido contrario. El comercio de armas tiene el efecto de complicar y alejar la solución de los conflictos, tanto más porque se desarrolla y se pone en práctica en gran parte al margen de la legalidad.

Por lo tanto, considero que, mientras estamos reunidos en esta Sede apostólica, que por su naturaleza está investida de un servicio especial a la causa de la paz, podemos unir nuestras voces al desear que la comunidad internacional dé lugar a una nueva época de compromiso concertador y valiente contra el aumento de los armamentos y para su reducción.

Otro desafío a la paz que está al alcance de nuestros ojos, y que lamentablemente asume en algunas regiones y en ciertos momentos el carácter de auténtica tragedia humana, es el de las migraciones forzadas. Se trata de un fenómeno muy complejo, y es necesario reconocer que se están realizando esfuerzos considerables por parte de las Organizaciones internacionales, los Estados, las fuerzas sociales, así como de las comunidades religiosas y del voluntariado, para tratar de dar respuesta de modo civil y organizado a los aspectos más críticos, a las emergencias, a las situaciones de mayor necesidad. Pero, también aquí, nos damos cuenta de que no nos podemos limitar a resolver las emergencias. Ahora el fenómeno se ha manifestado en toda su amplitud y en su carácter, por decirlo así, epocal. Ha llegado el momento de afrontarlo con una mirada política seria y responsable, que implique a todos los niveles: global, continental, de macro-regiones, de relaciones entre Naciones, incluso a nivel nacional y local.

Nosotros podemos observar en este campo experiencias opuestas entre sí. Por una parte, historias estupendas de humanidad, de encuentro, de acogida; personas y familias que han logrado salir de realidades inhumanas y que han vuelto a encontrar la dignidad, la libertad, la seguridad. Por otra parte, lamentablemente, existen historias que nos hacen llorar y avergonzarnos: seres humanos, nuestros hermanos y hermanas, hijos de Dios que, impulsados también ellos por la voluntad de vivir y trabajar en paz, afrontan viajes extenuantes y sufren secuestros, torturas, abusos de todo tipo, para acabar a veces muriendo en el desierto o en el fondo del mar.

El fenómeno de las migraciones forzadas está estrechamente vinculado a los conflictos y a las guerras, y, por lo tanto, también al problema de la proliferación de las armas, del que hablaba antes. Son heridas de un mundo que es nuestro mundo, en el cual Dios nos ha puesto para vivir hoy y nos llama a ser responsables de nuestros hermanos y de nuestras hermanas, para que no se viole la dignidad de ningún ser humano. Sería una absurda contradicción hablar de paz, negociar la paz y, al mismo tiempo, promover o permitir el comercio de armas. Podríamos también pensar que sería una actitud en cierto sentido cínica proclamar los derechos humanos y, al mismo tiempo, ignorar o no hacerse cargo de hombres y mujeres que, obligados a dejar su tierra, mueren en el intento o no son acogidos por la solidaridad internacional.

Señores embajadores, la Santa Sede declara hoy a vosotros y a los Gobiernos de vuestros respectivos países su firme voluntad de seguir colaborando a fin de que se den pasos hacia adelante en estos frentes y en todos los caminos que conducen a la justicia y a la paz, sobre la base de los derechos humanos universalmente reconocidos.

En el momento en el que iniciáis vuestra misión, os dirijo mis felicitaciones más sentidas, asegurando la colaboración de la Curia romana para el cumplimiento de vuestra función. Y al mismo tiempo que os expreso nuevamente mi reconocimiento, invoco de buen grado sobre vosotros, sobre los colaboradores y sobre vuestras familias la abundancia de las bendiciones divinas. Gracias.



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