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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
DE LA FUNDACIÓN «CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE»

Sala Clementina
Viernes 13 de mayo de 2016

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Queridos amigos:

Os dirijo mi calurosa bienvenida y agradezco al presidente sus corteses palabras. En estos días de reflexión y de diálogo, habéis tomado en consideración la aportación de la comunidad económica en la lucha contra la pobreza, con particular referencia a la actual crisis de refugiados.

Os agradezco la prontitud con la que aportáis vuestras capacidades y experiencia en la discusión sobre estas delicadas cuestiones humanitarias y sobre las obligaciones morales que conllevan.

La crisis de los refugiados, cuyas proporciones están creciendo cada día, es una de aquellas con la que me siento muy cercano.

En mi reciente visita a Lesbos, fui testigo de experiencias de sufrimiento humano desgarradoras, sobre todo de familias y niños. Era mi intención, junto con mis hermanos ortodoxos el patriarca Bartolomé y el arzobispo Jerónimo, ofrecer al mundo una mayor toma de conciencia de estas «escenas de trágica y desesperada necesidad», y hacer que a las se «responda de un modo digno de nuestra humanidad común» (Visita al campo de refugiados de Moria, 16 de abril de 2016).

Más allá del aspecto inmediato y práctico de ofrecer ayuda material a nuestros hermanos y hermanas, la comunidad internacional está llamada a encontrar respuestas políticas, sociales y económicas de larga duración a problemáticas que superan los confines nacionales y continentales e involucran a toda la familia humana.

La lucha contra la pobreza no es solamente un problema económico, sino, sobre todo, un problema moral, que hace un llamamiento a una solidaridad global y al desarrollo de un acercamiento más equitativo en relación a las necesidades y las aspiraciones de las personas y los pueblos de todo el mundo.

A la luz de esta tarea comprometedora, la iniciativa de vuestra Fundación es particularmente inmediata. Inspirándose en el rico patrimonio de la doctrina social de la Iglesia, esta Conferencia explora desde diversos puntos de vista las implicaciones prácticas y éticas de la actual economía mundial, mientras, al mismo tiempo, busca poner las bases para una cultura económica y de los negocios que sea más inclusiva y respetuosa de la dignidad humana. Como san Juan Pablo II destacó en varias ocasiones, la actividad económica no puede ser llevada a cabo con un vacío institucional y político (Carta encíclica Centesimus annus, 48), pero posee un componente ético esencial; debe, además, ponerse siempre al servicio de la persona humana y del bien común.

Una visión económica exclusivamente orientada al beneficio económico y al bienestar material es —como la experiencia cotidianamente nos muestra— incapaz de contribuir de modo positivo a una globalización que favorezca el desarrollo integral de los pueblos en el mundo, una justa distribución de los recursos, la garantía del trabajo digno y el crecimiento de la iniciativa privada, así como de las empresas locales.

Una economía de la exclusión y de la inequidad (cf. Exhort. apost. Evangelii gaudium, 53) ha creado a un número cada vez mayor de desheredados y de personas descartadas como improductivas e inútiles.

Los efectos se perciben también en las sociedades más desarrolladas, en las que el crecimiento en porcentaje respecto a la pobreza y a la decadencia social representan una seria amenaza para las familias, para la clase media que se reduce y, de modo particular, para los jóvenes. Los índices de desocupación juvenil son un escándalo que no sólo requiere ser afrontado sobre todo en términos económicos, sino que se debe afrontar también, y no menos urgentemente, como una enfermedad social, dado que a nuestra juventud se le roba la esperanza y se despilfarran sus grandes recursos de energía, de creatividad y de intuición.

Mantengo la esperanza de que vuestra Conferencia pueda contribuir a generar nuevos modelos de progreso económico más directamente orientados al bien común, a la inclusión, al desarrollo integral, al aumento de trabajo y a la inversión en los recursos humanos.

El Concilio Vaticano II ha destacado, justamente, que para los cristianos, la actividad económica, financiera y de negocios no se puede separar del deber de luchar por el perfeccionamiento del orden temporal en conformidad con los valores del Reino de Dios (cf. Const. past. Gaudium et spes, 72).

Vuestra vocación es, en efecto, una vocación al servicio de la dignidad humana y de la construcción de un mundo de auténtica solidaridad. Iluminados e inspirados por el Evangelio, y mediante una fructuosa cooperación con las Iglesias locales y sus pastores, así como con otros creyentes y hombres y mujeres de buena voluntad, pueda vuestro trabajo contribuir siempre al crecimiento de la civilización del amor que abraza a toda la familia humana en la justicia y la paz.

Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la bendición del Señor y sus dones de sabiduría, gozo y fortaleza.



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