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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL SÍNODO DE LA IGLESIA CALDEA

Jueves, 5 de octubre de 2017

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Beatitud,
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con alegría en estos días en los que estáis reunidos en el Sínodo, mientras os preparáis para afrontar cuestiones de gran importancia para la Iglesia caldea, entre las cuales las migraciones forzosas de los cristianos, la reconstrucción de los pueblos, el retorno de los desplazados, el derecho particular de la Iglesia, la cuestión litúrgica y la pastoral vocacional. Doy gracias a su Beatitud, el Patriarca Louis Raphaël, por el saludo que me ha dirigido también en vuestro nombre. Aprovecho la oportunidad para saludar, a través de vosotros, a los fieles de la amada tierra iraquí, duramente probados, compartiendo la esperanza de las recientes noticias que hablan de la reanudación de la vida y de la actividad en regiones y ciudades hasta ahora sometidas a una opresión dolorosa y violenta. Pueda la misericordia de Dios aliviar las heridas de la guerra que atormentan los corazones de vuestras comunidades para que finalmente puedan levantarse. Si efectivamente se ha cerrado una página trágica para algunas regiones de vuestro país, cabe señalar que aún queda mucho por hacer. Os exhorto a trabajar sin descanso como constructores de unidad, ante todo entre vosotros pastores de la Iglesia caldea y con los pastores de las otras Iglesias, y además de favorecer el diálogo y la colaboración entre todos los actores de la vida pública, contribuir a facilitar el retorno de los desplazados y a sanar las divisiones y oposiciones entre hermanos. Este compromiso es más que nunca necesario en el actual contexto iraquí, ante las nuevas incertidumbres sobre el futuro. Es necesario un proceso de reconciliación nacional y un esfuerzo conjunto de todos los componentes de la sociedad, para llegar a soluciones compartidas para el bien de todo el país. Mi deseo es que no desfallezcan la fuerza de ánimo, la esperanza y las dotes de laboriosidad que os distinguen. Que permanezca firme vuestro propósito de no ceder al desaliento ante las dificultades que todavía existen no obstante todos los logros de la tarea de reconstrucción, especialmente en la llanura de Nínive. Desde la antigüedad, esa tierra, evangelizada según la tradición por el apóstol Tomás, se ha presentado al mundo como una tierra de civilización, tierra de encuentro y diálogo. Por lo tanto, es de suma importancia que los cristianos, pastores y fieles, fuertes de sus raíces, estén unidos para promover relaciones respetuosas y diálogo interreligioso entre todos los componentes del país.

Quisiera animaros también con respecto a los nuevos aspirantes al ministerio sacerdotal o a la vida religiosa: frente a la disminución de las vocaciones que padece la Iglesia, debemos evitar que entren en los seminarios personas que no han sido llamadas por el Señor; hace falta analizar muy bien la vocación de los jóvenes y verificar su autenticidad . De lo contrario, sería una hipoteca para la Iglesia.

¡Que los sacerdotes y seminaristas sientan vuestra cercanía, que es una verdadera bendición! Para los candidatos al sacerdocio, la formación sea integral, capaz de incluir los diversos aspectos de la vida, respondiendo armoniosamente a las cuatro dimensiones: humana, espiritual, pastoral e intelectual; un recorrido que prosiga naturalmente en la formación continua de los presbíteros haciéndose una realidad unitaria con ella.

Me urge invitaros, así como a los pastores de la Iglesia latina, a repensar el tema de la Diáspora, teniendo en cuenta las situaciones concretas en que viven las comunidades eclesiales, tanto desde el punto de vista numérico como del de la libertad religiosa. Debemos hacer todo lo posible para que los deseos del Concilio Vaticano II se traduzcan en realidad, facilitando la atención pastoral tanto en el propio territorio como en el que se han establecido durante mucho tiempo las comunidades orientales, fomentando al mismo tiempo la comunión y la fraternidad con las comunidades de rito latino para dar a los fieles un buen testimonio sin prolongar divisiones y desacuerdos. El diálogo ecuménico e interreligioso debe recomenzar siempre partiendo de nuestra unidad y comunión católica. En esto os ayudará la Congregación para las Iglesias Orientales.

Beatitud, queridos obispos, os invito finalmente a ser paternos con los sacerdotes, que son vuestros primeros colaboradores, y a ser con todos misericordiosos como el Padre. Que este Sínodo vuestro in Urbe, bajo la mirada de Cristo Buen Pastor, sea un tiempo de confrontación fructuosa y de reflexión fraterna para el bien de la querida Iglesia caldea. Invoco sobre vosotros la abundancia de las bendiciones del Señor y la protección de la Santísima Virgen María. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.

 



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