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SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS DELEGACIONES DE LAS COMUNIDADES QUE REGALARON EL PESEBRE
Y EL ÁRBOL DE NAVIDAD PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO

Sala Clementina
Viernes, 7 de diciembre de 2018

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Queridos hermanos y hermanas:

¡Gracias por vuestra visita! Os doy la bienvenida y recibo con tanta gratitud los dones que habéis venido a traerme: el árbol de Navidad y el Belén, ya instalados en la Plaza de San Pedro y que serán admirados por muchos peregrinos de todo el mundo. Saludo cordialmente a cada uno de vosotros, comenzando por el Patriarca de Venecia y el obispo de Concordia-Pordenone, a quienes agradezco sus palabras fraternales. Un saludo deferente a las autoridades civiles, y un pensamiento afectuoso a todos los habitantes de Jesolo, Pordenone, Véneto y Friuli-Venecia Giulia, a los que representáis aquí. Doy las gracias a todos los que han colaborado en la realización de estos signos navideños, especialmente a los cuatro escultores, de diferentes países, que han esculpido el Nacimiento y a los técnicos y al personal de la Gobernación.

El árbol y el Nacimiento son dos signos que nunca dejan de fascinarnos; nos hablan de la Navidad y nos ayudan a contemplar el misterio de Dios que se hizo hombre para estar cerca de cada uno de nosotros. El árbol de Navidad con sus luces nos recuerda que Jesús es la luz del mundo, es la luz del alma que ahuyenta las tinieblas de la enemistad y abre espacio al perdón. El abeto rojo que este año se coloca en la Plaza de San Pedro, procedente del bosque de Cansiglio, nos sugiere otra reflexión. Con su altura de más de veinte metros, simboliza a Dios que con el nacimiento de su Hijo Jesús se abajó hasta el hombre para elevarlo a sí y levantarlo de las nieblas del egoísmo y el pecado. El Hijo de Dios asume la condición humana para atraerla a sí y hacerla participar en su naturaleza divina e incorruptible.

El Nacimiento, situado en el centro de la Plaza, está hecho con arena de Jesolo, originaria de los Dolomitas. La arena, material pobre, recuerda la simplicidad, la pequeñez y también la fragilidad — como ha dicho el Patriarca— con que Dios se mostró con el nacimiento de Jesús en la precariedad de Belén.

Nos podría parecer que esta pequeñez contradijese la divinidad, tanto es así que alguno, desde el principio la ha considerado solamente como una apariencia, un revestimiento. En cambio no, porque la pequeñez es libertad. Los que son pequeños —en sentido evangélico— no solo son ligeros, sino que también están libres de cualquier deseo de aparecer y de cualquier pretensión de éxito; como los niños que se expresan y se mueven con espontaneidad. Todos nosotros estamos llamados a ser libres ante Dios, a tener la libertad de un niño ante su padre. El Niño Jesús, Hijo de Dios y nuestro Salvador, que colocamos en el pesebre, es Santo en pobreza, pequeñez, simplicidad, humildad.

El Nacimiento y el árbol, símbolos fascinantes de la Navidad, puedan llevar a las familias y lugares de encuentro un reflejo de la luz y la ternura de Dios, para ayudar a todos a vivir la fiesta del nacimiento de Jesús. Contemplando al niño Dios que emana luz en la humildad del Nacimiento podamos también convertirnos en testigos de humildad, ternura y bondad.

Queridos amigos, os renuevo mi gratitud y os brindo mis mejores deseos de una Feliz Navidad. ¡Una santa y feliz Navidad! Os pido que recéis por mí y os bendigo de todo corazón, así como a vuestra familia y a vuestros conciudadanos. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 7 de diciembre de 2018.

 



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