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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL SÍNODO GRECO-MELQUITA

Lunes, 12 de febrero de 2018

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Beatitud, queridos hermanos en el episcopado:

Os doy las gracias por vuestra visita. La feliz ocasión viene dada por la manifestación pública de la comunión eclesiástica, que tendrá lugar mañana por la mañana durante la celebración eucarística y que ya he tenido forma de conceder a vuestra beatitud en la Carta del 22 de junio pasado, después de su elección como patriarca, Pater et Caput, por parte del Sínodo de los Obispos.

Entonces, como hoy, querido hermano, le aseguro mi constante cercanía en la oración: que el Señor Resucitado esté cerca de usted y le acompañe en la misión encomendada. Es una oración que no puede ser separada de esa por la amada Siria y por todo Oriente Medio, región en la cual vuestra Iglesia está profundamente enraizada y desarrolla un precioso servicio por el bien del Pueblo de Dios. Una presencia, la vuestra, que no se limita a Oriente Medio, sino que se extiende, ya desde hace muchos años, a esos países en los cuales muchos fieles greco-melquitas se han trasladado buscando una vida mejor. También a estos fieles en diáspora y a sus pastores va mi oración y mi recuerdo afectuoso.

En este difícil periodo histórico muchas comunidades cristianas en Oriente Medio están llamadas a vivir la fe en el Señor en medio de muchas pruebas. Deseo vivamente que, con su testimonio de vida, los obispos y los sacerdotes greco-melquitas puedan animar a los fieles a permanecer en la tierra donde la providencia divina ha querido que nacieran. En la mencionada carta de junio recordaba que «en este tiempo, particularmente difícil, los pastores están llamados a manifestar comunión, unidad, cercanía, solidaridad y transparencia ante el pueblo de Dios que sufre». Os invito a proseguir en este camino. Como sabéis, he convocado, para el 23 de este mes, una jornada de oración y ayuno por la paz. En esa ocasión no dejaré de recordar, de forma especial, a Siria, golpeada en estos últimos años por sufrimientos indescriptibles.

Llegáis peregrinos a Roma, ante la tumba del apóstol Pedro, en conclusión de vuestra última reunión sinodal, que se ha celebrado en Líbano en los primeros días del mes. Se trata siempre de un momento fundamental, de camino común, durante el que patriarca y obispos están llamados a tomar decisiones importantes por el bien de los fieles, también a través de la elección de nuevos obispos, de pastores que sean testigos del Resucitado. Pastores que, como hizo el Señor con sus discípulos, reanimen los corazones de los fieles, estén cerca de ellos, consolándoles, bajando hacia ellos y hacia sus necesidades; pastores que, al mismo tiempo, les acompañen hacia lo alto, «buscad las cosas de arriba, donde está Cristo, buscad las cosas de arriba» (cf. Colosenses 3, 1-2). Necesitamos muchos pastores que abracen la vida con la amplitud del corazón de Dios, sin reclinarse en las satisfacciones terrenas, sin contentarse con mandar adelante lo que ya hay, sino apuntando siempre hacia arriba; pastores portadores de lo Alto, libres de las tentaciones de mantenerse «a baja cuota», desvinculados de las medidas reducidas de una vida tibia y de rutina; pastores pobres, no apegados al dinero y al lujo, en medio de un pueblo pobre que sufre; anunciadores coherentes de la esperanza pascual, en perenne camino con los hermanos y las hermanas. Si bien me complace otorgar el asentimiento pontificio a los obispos que habéis elegido, me gustaría experimentar la grandeza de estos horizontes.

Beatitud, excelencias, renuevo de corazón mi gran gratitud por vuestra visita fraterna. Cuando volváis a vuestras sedes y encontréis a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los fieles, recordadles que están en el corazón y en la oración del Papa. Que la Toda Santa Madre de Dios, Reina de la paz, os custodie y os proteja. Y mientras tengo la alegría de daros a vosotros y a vuestras comunidades mi bendición, os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.

 



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