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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA DE TEOLOGÍA

Sala del Consistorio
Viernes, 26 de enero de 2018

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Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:

Estoy contento de acogeros y agradezco al presidente por las palabras que me ha dirigido. La celebración de un aniversario siempre es un momento de alegría, de acción de gracias por lo sucedido en el pasado y, al mismo tiempo, un compromiso por el futuro. Esto sirve también para la Pontificia Academia Teológica, que celebra este año tres siglos de institución, iniciada el 23 de abril de 1718 con Breve, por parte del Papa Clemente XI.

Tres siglos de vida constituyen una meta significativa, pero no deben ser la ocasión ni para mirar de forma narcisista a sí mismos ni para girarse de manera nostálgica al pasado. Sobre todo, representan el estímulo para una renovada conciencia de la propia identidad y para un relanzamiento de la propia misión en la Iglesia.

La Pontificia Academia de Teología ha conocido, en su historia, varios cambios de estructura y de organización para ir al encuentro siempre de nuevos desafíos de los diversos contextos sociales y eclesiales en los que se encuentra trabajando. De hecho, nace en las intenciones del cardenal Cosimo de’ Girolami, como lugar de formación teológica de los eclesiásticos en un momento en el que las demás instituciones resultaban carentes e inadecuadas para tal objetivo. Pero cuando el cambio de la situación histórica y cultural ya no pedía tal tarea, la Academia asumió la fisionomía —que todavía posee— de un grupo de estudiosos llamados a indagar y profundizar en temas teológicos de particular relevancia. Al mismo tiempo, se delineó, en la composición del cuerpo de los miembros, ese equilibrio entre miembros operantes en la Urbe y los operantes fuera de ella, que distingue todavía la peculiar dimensión católica e internacional de la institución.

Más allá de los varios cambios, hay un elemento constante que caracteriza a la Academia: estar al servicio de la Iglesia con el intento de promover, estimular y apoyar en sus varias formas la inteligencia de la fe en el Dios revelado en Cristo: fiel al magisterio de la Iglesia y abierta a las instancias y a los desafíos de la cultura, se pone como lugar de confrontación y diálogo para la comunicación del Evangelio en contextos siempre nuevos, dejándose estimular por las urgencias que llegan desde la humanidad que sufre para ofrecer la contribución de un pensamiento creyente, encarnado y solidario: también el Forum sobre la creación que estáis actualmente teniendo os empuja precisamente en esta dirección.

Después hay otro aspecto que desde su origen ha caracterizado a vuestra Academia: se trata del vínculo con las demás instituciones universitarias y educativas romanas, comenzando por la antigua Universidad «La Sapienza», continuando con las Escuelas del Seminario Romano, hasta aquellas que después se convertirán en las Pontificias Universidades de la Urbe. Los continuos contactos, en una relación de intercambio recíproco cultural, con estas instituciones y con muchas congregaciones religiosas a las que han pertenecido y pertenecen sus miembros, se han asegurado de que la Pontificia Academia de Teología no sea considerada una entidad aislada, sino que ha desarrollado su propio papel dentro de una trama de relaciones de las que se enriquecen todos los interlocutores. Mirando a ese pasado, la Academia está llamada todavía hoy a acoger la propia identidad no con una perspectiva autorreferencial, sino como promotora de un encuentro entre teología, filosofía y ciencias humanas, con el fin de que la buena semilla del Evangelio lleve fruto al vasto campo del saber. La necesidad de una cada vez más estrecha colaboración entre instituciones universitarias eclesiásticas romanas requiere que la Academia Teológica no se separe, sino que se pueda colocar en un diálogo fructífero con cada una de ellas para favorecer un trabajo común, coordinado y compartido.

Con estas perspectivas para el futuro, y asegurándoos mi oración y mi cercanía, os imparto la Bendición Apostólica. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

 



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