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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU SANTIDAD MAR AWA III,
PATRIARCA Y CATHOLICÓS DE LA IGLESIA ASIRIA DE ORIENTE

Sábado, 19 de noviembre de 2022

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Santidad:

Le agradezco sus corteses palabras y fraterna visita, la primera que realiza al Vaticano como Patriarca y Catholicós de la venerable y querida Iglesia asiria de Oriente. Roma, sin embargo, no es para Vuestra Santidad extraña: en este lugar ha vivido y estudiado y quisiera decirle, parafraseando al apóstol Pablo, que aquí no es un extraño ni un forastero, sino un conciudadano (cfr. Ef  2,19), es más, un hermano amado, sobre el común fundamento de los apóstoles y de los profetas y sobre todo de la piedra angular que es Cristo Jesús, nuestro Señor y nuestro Dios (cfr. v. 20).

Le agradezco los lazos que se han tejido entre nuestras Iglesias en las últimas décadas. A partir de las numerosas visitas a Roma de Su Santidad Mar Dinkha IV, de bendita memoria: desde la primera en 1984 hasta la de diez años después, cuando firmó con el Papa Juan Pablo II  la histórica Declaración común cristológica, que puso fin a 1500 años de controversias doctrinales sobre el Concilio de Éfeso. Guardo también en mi corazón un recuerdo agradecido de los encuentros que tuve con su venerable predecesor, Su Santidad Mar Gewargis III. Con ocasión de su última visita a Roma en 2018 firmamos juntos una Declaración sobre la situación de los cristianos en Oriente Medio. Recuerdo también nuestro caluroso abrazo en Erbil, durante mi viaje a Irak, al finalizar la celebración eucarística: ese día muchos creyentes que habían experimentado inmensos sufrimientos por el solo hecho de ser cristianos, nos rodeaban con su calor y su alegría; ¡el pueblo santo de Dios parecía animarnos sobre el camino de una mayor unidad!

Al recordar nuestro camino, quisiera saludar a los miembros de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria de Oriente y recordar con gratitud el trabajo hecho hasta ahora: desde su creación en 1994, vuestra Comisión ha producido resultados valiosos. Pienso en el estudio sobre la Anáfora de los Apóstoles Addai y Mari, que ha permitido que en 2001 la recíproca admisión a la eucaristía, en circunstancias específicas, de los fieles de la Iglesia asiria de Oriente y de la Iglesia caldea; como también a la publicación en el 2017 de una Declaración común sobre la vida sacramental. Los encuentros y el diálogo, con la ayuda de Dios, han producido buenos frutos, han favorecido la colaboración pastoral por el bien de nuestros fieles, un ecumenismo pastoral que es la vía natural de la plena unidad.

Y viniendo la presente, me parece muy hermoso el tema del nuevo documento que estáis realizando: las imágenes de la Iglesia en la tradición patrística siriaca y latina. Habéis bebido de la eclesiología de los Padres, formulada en un lenguaje tipológico y simbólico inspirado en las Escrituras. Más que presentaciones conceptuales y sistemáticas, los Padres han hablado de la Iglesia evocando numerosas imágenes, como la luna, túnica inconsútil, el banquete, la sala nupcial, el barco, el jardín, la vid... Este lenguaje sencillo, universal y accesible a todos, es más parecido al de Jesús y por tanto más vivo y actual: habla a nuestros contemporáneos más que muchos conceptos. Es importante que en el camino ecuménico nos acercamos cada vez más, no solo volviendo a las raíces comunes, sino también anunciando juntos al mundo de hoy, con el testimonio de vida y con las palabras de vida, el misterio de amor de Cristo y de su esposa, la Iglesia.

Santidad, vuestra Iglesia tiene en común con la Iglesia católica caldea una luminosa historia de fe y de misión, la vida ejemplar de grandes santos, un rico patrimonio teológico y litúrgico y, sobre todo en los últimos años, inmensos sufrimientos y el testimonio de numerosos mártires. Lamentablemente Oriente Medio todavía está herido por tanta violencia, inestabilidad e inseguridad, y muchos hermanos y hermanas nuestros en la fe han tenido que dejar sus tierras. Muchos luchan para quedarse y yo renuevo con Vuestra Santidad el llamamiento para que gocen de sus derechos, en particular de la libertad religiosa y de la plena ciudadanía. En este contexto el clero y los fieles de nuestras Iglesias buscan ofrecer un testimonio común del Evangelio de Cristo en condiciones difíciles y viven ya en muchos lugares una comunión casi completa. Esto es verdad y esta situación es un signo de los tiempos, un fuerte llamado para nosotros a rezar y a trabajar intensamente para preparar el día tan esperado en el que podremos celebrar juntos la eucaristía, el Santo Qurbana, en el mismo altar, como cumplimiento de la unidad de nuestras Iglesias, unidad que no es ni absorción ni fusión, sino comunión fraterna en la verdad y en el amor.

Querido hermano, Santidad, sé que dentro de algunos días dará una ponencia sobre la sinodalidad en la tradición siriaca, en el ámbito del simposio “Escuchando a Oriente” organizado por el Angelicum , sobre la experiencia sinodal de las varias Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales. El camino de la sinodalidad, que la Iglesia católica está recorriendo, es y debe ser ecuménico, así como el camino ecuménico es sinodal. Deseo que podamos cada vez más fraternal y concretamente proseguir nuestro “syn-odos”, nuestro “camino común”, encontrándonos, preocupándonos los unos de los otros, compartiendo las esperanzas y las fatigas y sobre todo, como en esta mañana, la oración y la alabanza del Señor. Al respecto, doy las gracias a Vuestra Santidad por haber dado voz al deseo de encontrar una fecha común para que los cristianos celebren juntos la Pascua. Y sobre esto yo quisiera decir —reiterar— lo que san Pablo VI dijo en su momento: nosotros estamos preparados para aceptar cualquier propuesta que se haga juntos.  El 2025 es un año importante: se celebrará el aniversario del primer Concilio Ecuménico (Nicea), pero es importante también porque celebraremos la Pascua en la misma fecha. Entonces, tengamos la valentía de poner fin a esta división, que a veces hace reír: “¿Tú Cristo cuándo resucita?”. La señal que hay que dar es esta: un solo Cristo para todos nosotros. Seamos valiente y busquemos juntos: yo estoy dispuesto, pero no yo, la Iglesia católica está dispuesta a seguir lo que dijo san Pablo VI. Poneos de acuerdo y nosotros iremos ahí donde decís. Incluso me atrevo a expresar un sueño: que la separación con la amada Iglesia asiria de Oriente, la primera duradera en la historia de la Iglesia, pueda ser también, si Dios quiere, la primera que sea resuelta.

Encomendamos nuestro camino a la intercesión de los mártires y de los santos que, ya unidos en el Cielo, animan nuestro recorrido en la tierra. En este sentido he deseado ofrecerle, querido hermano, una reliquia del apóstol santo Tomás, por cuyo don doy las gracias al arzobispo Emidio Cipollone y la archidiócesis de Lanciano-Ortona. Sé que será colocada en la nueva Catedral Patriarcal de la Iglesia asiria de Oriente, en Erbil. Santo Tomás, que tocó con la mano las llagas del Señor, acelere la completa sanación de nuestras heridas pasadas, para que pronto podamos reconocer entorno a un solo altar eucarístico al Crucificado Resucitado y decir juntos: «Señor mío y Dios mío» (Jn  20,28).

Me gustaría decir una palabra más. Me hubiera gustado compartir con vosotros la comida, para concluir bien, comment il faut , pero tengo que partir a las 10.30. ¡Por favor, perdonadme! ¡No quisiera que se diga que este Papa es un poco tacaño y no nos invita a comer! A mí me gustaría mucho compartir la mesa, pero no faltará otra oportunidad. Gracias, Santidad, ¡y gracias a todos vosotros!



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