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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DEL "JOINT WORKING GROUP FOR DIALOGUE"

Jueves, 9 de marzo de 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Doy las gracias por sus palabras al cardenal Coccopalmerio y me alegra acogeros a todos vosotros, que habéis dado vida a este coloquio del Grupo Conjunto de Trabajo para el Diálogo.

Me complace recordar al cardenal Jean-Louis Tauran, que junto con el jeque Mahmoud Al-Habbash, aquí presente y a quien saludo, dio origen a este Grupo. Que su celo y sabiduría sigan inspirando vuestro compromiso y vuestras iniciativas.

Como tema del presente encuentro habéis elegido el significado espiritual de Jerusalén, ciudad santa para judíos, cristianos y musulmanes. Al respecto, deseo recordar lo que declaramos en el 2019 junto a S.M. el rey de Marruecos, es decir, el llamamiento para que Jerusalén sea considerada «como patrimonio común de la humanidad y, sobre todo, para los fieles de las tres religiones monoteístas, como lugar de encuentro y símbolo de coexistencia pacífica».

En el Evangelio, Jerusalén es el lugar en el que suceden tantos episodios de la vida de Jesús, ya desde su infancia, cuando fue presentado en el templo, donde iban sus padres todos los años por la fiesta de Pascua. En la Ciudad santa Jesús enseñó y realizó diversos signos prodigiosos; sobre todo en ella cumplió su misión, con la pasión, la muerte y la resurrección, corazón de la fe cristiana. En Jerusalén nació la Iglesia, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos, recogidos en oración con la Virgen María, y les impulsó a anunciar a todos el mensaje de la salvación.

Pero Jerusalén tiene un valor universal, contenido ya en el significado de su nombre: “Ciudad de la paz”. Y al respecto quisiera recordar ese momento de la vida de Jesús en el que, pocos días antes de su pasión, llega a la Ciudad santa y, «al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!”» (Lc 19,41-42). Jesús llora sobre Jerusalén. No debemos pasar por alto este hecho. Este llanto de Jesús merece ser meditado, en silencio. ¡Hermanos y hermanas, cuántos hombres y mujeres, judíos, cristianos, musulmanes, han llorado y lloran todavía hoy por Jerusalén! También para nosotros, a veces, pensar en la Ciudad santa mueve a las lágrimas, porque es como una madre cuyo corazón no encuentra paz a causa de los sufrimientos de sus hijos.

Este episodio evangélico recuerda el valor de la compasión: la compasión de Dios por Jerusalén, que debe convertirse en nuestra compasión, más fuerte que cualquier ideología, de cualquier afiliación. Cada vez más grande debe ser el amor por la Ciudad santa, como por una madre, que merece el respeto y la veneración de todos.

Queridos hermanos y hermanas, comparto con vosotros estos pensamientos y estos sentimientos, mientras os doy las gracias por vuestra visita y de corazón animo vuestro trabajo de diálogo interreligioso, que es tan importante. Que el Altísimo lo acompañe y lo haga siempre fructuoso. Y colme a cada uno de vosotros con sus bendiciones. ¡Gracias!



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