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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 2 de diciembre de 1979

 

1. Ante todo quiero expresar de nuevo mi alegría por la visita que me ha sido dado realizar a la Iglesia hermana de Constantinopla y al Patriarca Dimitrios I en la solemnidad de San Andrés Apóstol, que es Patrono de aquella Iglesia.

La tradición de Andrés, que fue hermano de Pedro, evoca en mi alma la imagen de la Iglesia, que se construye y crece sobre la piedra angular que es Jesucristo, y al mismo tiempo sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas (cf. Ef 2, 20), con la fuerza de su unidad originaria, y a la vez con el deseo de esa unidad perfecta, que se alcanzará en un tiempo que sólo Dios conoce, por obra del Espíritu Santo, porque Él es el Espíritu de la verdad y del amor. La Iglesia, en su historia bimilenaria, se ha desarrollado desde su cuna primitiva a través de dos distintas, grandes tradiciones: las orientales y la occidental. Durante muchos siglos estas dos tradiciones manifestaron la riqueza común del Cuerpo de Cristo, completándose recíprocamente en el corazón del Pueblo de Dios y también en las instituciones jerárquicas, en los ritos litúrgicos, en la doctrina de los Padres y de los teólogos.

2. El Concilio Vaticano II nos ha hecho ver que esta riqueza y esta tradición no cesan de ser un bien común de toda la cristiandad y que ―de acuerdo con ello y bajo la acción del Espíritu Santo― debemos superar la división que grava sobre nosotros desde el siglo XI y buscar de nuevo el acercamiento y la unión.

A este propósito me place recordar aquí todo lo que reconocieron los padres del Concilio, poniendo de relieve que "las Iglesias de Oriente tienen desde su origen un tesoro, del que la Iglesia de Occidente tomó muchas cosas para su liturgia, su tradición espiritual y su ordenamiento jurídico" (Decr. Unitatis redintegratio, 14), y de modo especial en lo que se refiere al culto a la Virgen Santa a quien "los orientales ensalzan con hermosos himnos" (ib., 15) y en lo que se refiere a la espiritualidad monástica de la que procede, como de su fuente, la regla monástica de los latinos (ib.).

Las Iglesias Orientales ―concluían autorizadamente los padres conciliares― "aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, por la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen todavía a nosotros con vínculos estrechísimos" (ib.).

Me complazco en recordar aquí los méritos particulares que la Iglesia de Constantinopla tuvo en la evangelización de los eslavos. Fue la Iglesia de Constantinopla la que, respondiendo a la invitación del príncipe Rastislav, envió a los hermanos Cirilo y Metodio a la Gran Moravia, donde comenzaron una tarea de evangelización profunda, llevada adelante por sus discípulos.

Precisamente en este espíritu de comunión he emprendido y llevado a término, con la ayuda de Dios, la reciente peregrinación. Deseo que dé copiosos frutos para la causa ecuménica. Invito a todos a rezar por esta intención.

3. La gratitud es el sentimiento más vivo que se impone a mi espíritu en este momento. Siento la necesidad de dar las gracias, ante todo, a Cristo Señor y a su Santísima Madre que han estado especialmente cercanos a mí en esta peregrinación. Debo dar las gracias, después, al queridísimo hermano, Su Santidad Dimitrios I, a los Metropolitas, a los Obispos, al Clero y a los fieles del Patriarcado Ecuménico, que me han reservado rasgos de exquisita y conmovedora caridad. Y con ellos quiero dar las gracias, además, al Patriarca Shnorht Kalustian y a los cristianos de la comunidad armenia, valientemente fieles a las propias tradiciones. También mi gratitud a los venerados hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes y al pueblo de los diversos ritos católicos, que están en Turquía, por las repetidas pruebas de comunión fraterna y de sincera deferencia.

Mi saludo respetuoso y agradecido se dirige además a los gobernantes de la noble nación turca, cuya delicada cortesía he podido apreciar y las diligentes atenciones tanto en preparar la acogida, como en asegurar una estancia confortable y serena.

En Ankara he tenido un discurso especial sobre las relaciones entre la Iglesia católica y el Islam, basándome en cuanto afirma la Declaración "Nostra aetate" del Concilio Vaticano II.

Invito a todos a dar gracias a la Virgen por la protección con que me ha guiado en este viaje, rezando el "Ángelus".


Después del Ángelus

Hoy comienza el tiempo litúrgico del Adviento, que quiere ser de intensa preparación espiritual para las fiestas navideñas. En este período los Episcopados de todo el mundo promueven también la celebración del "Día del Emigrante", con la finalidad de llamar la atención de todos los hijos de la Iglesia frente a las necesidades espirituales, sicológicas físicas y económicas de quienes se hallan lejos de la patria y quizá también de la familia, en busca de un trabajo o por otros motivos.

Exhorto a todos y a cada uno de los fieles, parroquias, organizaciones católicas, comunidades religiosas, a expresar generosa y concretamente su solidaridad con estos hermanos nuestros, que se sienten frecuentemente extraños en los lugares donde viven y experimentan graves dificultades de inserción.

Deseo dirigir hoy un afectuoso saludo a los emigrantes esparcidos por todo el mundo, y el deseo de que, lejos de su casa y de sus afectos más queridos, encuentren rostros amigos y corazones abiertos, capaces de devolverles confianza en la vida y en los hombres.

 



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