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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 23 de octubre de 1983

 

1. El Santo Rosario es oración cristiana, evangélica y eclesial, pero también oración que eleva los sentimientos y afectos del hombre.

En los misterios gozosos, sobre los que nos detenemos hoy brevemente, vemos un poco todo esto: la alegría de la familia, de la maternidad, del parentesco, de la amistad, de la ayuda recíproca. Cristo, al nacer asumió y santificó estas alegrías que el pecado no ha borrado totalmente. Él realizó esto por medio de María. Del mismo modo, también nosotros hoy, a través de Ella, podemos captar y hacer nuestras las alegrías del hombre: en sí mismas, humildes y sencillas, pero que se hacen grandes y santas en María y en Jesús.

En María, desposada virginalmente con José y fecundada divinamente, está la alegría del amor casto de los esposos y de la maternidad acogida y guardada como don de Dios; en María, que solícita va a Isabel, está la alegría de servir a los hermanos llevándoles la presencia de Dios; en María, que presenta a los pastores y a los Magos el esperado de Israel, está la coparticipación espontánea y confidencial, propia de la amistad; en María, que en el templo ofrece su propio Hijo al Padre celestial, está la alegría impregnada de ansias, propia de los padres y de los educadores con relación a los hijos o a los alumnos; en María, que después de tres días de afanosa búsqueda; vuelve a encontrar a Jesús, está la alegría paciente de la madre que se da cuenta de que el propio hijo pertenece a Dios antes que a ella misma.

2. Hoy para la Iglesia es la Jornada mundial de las Misiones. Con tal motivo, he celebrado esta mañana el rito eucarístico en la basílica de San Pablo Extramuros donde he entregado el crucifijo a un grupo de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que marchan a las misiones.

"La mies es mucha y los obreros pocos" (Mt 9, 37). Es necesario, queridos hermanos, que reforcemos nuestro interés por el problema misionero, con un apoyo mayor, espiritual y material, a las obras de las misiones: institutos culturales y asistenciales, escuelas, hospitales, iniciativas sociales, que son los "signos de credibilidad" y, a la vez, el testimonio mismo de una eficaz actividad misionera.

Al mismo tiempo deseo dirigir un afectuoso y especial saludo, en nombre mío y en el de toda la Iglesia, a los misioneros y misioneras que, lejos de sus patrias anuncian el mensaje de la salvación en Cristo. Mi pensamiento va a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los laicos, a los médicos, a los catequistas, a todos aquellos que gastan y entregan sus mejores energías en favor de la dilatación del reino de Dios entre los pueblos de la tierra.

Queridísimos hermanos y hermanas: El Papa y la Iglesia entera os están profundamente agradecidos; están con vosotros, junto a vosotros, con su afecto, su gratitud y su oración. ¡Animo!

El Señor, al que vosotros anunciáis a las gentes, colmará vuestros corazones de aquella profunda alegría de la que hemos hablado en este nuestro encuentro dominical del Ángelus.



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