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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 8 de julio de 1984

 

1. "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo" (Mt 11, 25-27).

En este momento de la oración del "Angelus Domini" dominical, meditamos estas palabras del Evangelio según Mateo, que la liturgia de hoy nos ha hecho escuchar.

2. La Primera persona, a la cual el Padre ha revelado "estas cosas", es María. Ella es la primera, puesto que a Ella le han sido revelados en mayor profundidad los misterios de Dios. Y en Ella, de modo especial, el Padre se ha complacido;

nadie como Ella conoce al Hijo Eterno, ya que, precisamente el Hijo del Eterno Padre, en el momento de la Anunciación, se hizo el Hijo suyo;

― nadie como Ella conoce al Padre, porque, a nadie el Hijo ha revelado de un modo tal al Padre, como a Ella, su Madre;

― precisamente Ella ―según enseña el Concilio― "destaca entre los humildes y pobres del Señor, los cuales con confianza esperan y reciben, de Él, la salvación" (Lumen gentium, 55).

También a Ella, a María de Nazaret, deseamos unirnos de una manera especial, al recitar el "Ángelus", para aproximarnos en su Corazón Inmaculado al Hijo-Cristo y, mediante el Hijo, al Padre.

 



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