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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 25 de octubre de 1987

 

Amados hermanos y hermanas:

1. Nuestro pensamiento se dirige hoy al santuario de la Bienaventurada Virgen del Rosario en Pompeya, santuario muy querido por el doctor Moscati, que esta mañana he tenido la alegría de proclamar Santo. Él se detenía allí frecuentemente en sus viajes a Amalfi, Salerno, Campobasso, para visitar a algún enfermo o en otras circunstancias. "¡Cuánta dulzura experimento ―confiaba a un conocido suyo― al ir al santuario de Pompeya! A los pies de la Virgen me parece ser más pequeño, y le digo las cosas como son".

Hoy nosotros también queremos dirigirnos espiritualmente a ese centro de devoción mariana, para abrir nuestro corazón a la Virgen y decirle "las cosas como son". El santuario de Pompeya, con su vasta resonancia a nivel internacional, con la multitud de peregrinos que confluyen en él, con el gran complejo de obras que lo rodean, está dando testimonio de las poderosas energías que el culto a María es capaz de suscitar, energías que se traducen en definitiva en un amor apasionado por el hombre, por todo el hombre, en su dimensión espiritual, así como en la social y temporal.

En los orígenes de la obra de Bartolo Longo está, como sabemos, el amor al hombre, del hombre sufriente del Valle de Pompeya a finales del siglo XIX, degradado por una vida de dificultades y de ignorancia. Bartolo Longo comprendió que lo que aquella pobre gente necesitaba en abundancia era la catequesis y la presencia materna y misericordiosa de María, hecha más sensible a través de un humilde cuadro de la Virgen del Rosario, colocado en la ermita del Valle de Pompeya el 13 de noviembre de 1875.

2. Este mismo cuadro pronto se convirtió en el soporte de un movimiento de culto y de caridad a nivel internacional. Según la lúcida intuición de Bartolo Longo, la devoción mariana y el piadoso ejercicio del Rosario debían ser, no sólo para los pobres campesinos del Valle de Pompeya, sino para toda la Iglesia y la sociedad, medios extraordinariamente eficaces de promoción del hombre y de pacificación universal.

Hoy queremos recoger la invitación que nos viene de norte del Beato Bartolo Longo y del nuevo Santo, el doctor José Moscati, a un renovado empeño de devoción a María. La Virgen de Pompeya, venerada bajo el título de "Virgen del Rosario", nos indica un medio privilegiado para progresar en la devoción hacia Ella y para profundizar nuestra relación de fe y de amor hacia su Hijo Jesús: el Rosario.

La contemplación de los misterios en que se desarrolla la historia de nuestra salvación, la invocación a Dios Padre con las mismas palabras que Jesús nos enseñó, el rítmico fluir de las "Avemarías", casi hace una guirnalda de flores en torno a la más pura, a la más bella, a la más santa de todas las mujeres. La doxología final como glorificación de la Trinidad divina hace del Rosario una plegaria extraordinariamente rica de contenido, a pesar de la simplicidad de su estructura que permite su rezo en las circunstancias más diversas.

Volvamos a coger en la mano, amadísimos hermanos y hermanas, el Rosario para expresar nuestra veneración a María, para aprender de Ella a ser discípulos diligentes del divino Maestro, para implorar su asistencia celestial, tanto en nuestras necesidades cotidianas, como en los grandes problemas que angustien a la Iglesia y a toda la humanidad.



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