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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de enero de 1988

"Vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia Él" (Mc 1, 10).

1. En la plegaria mariana de hoy pedimos a la Virgen Madre que nos obtenga el don del Espíritu, para poder acoger la riqueza del misterio, que la liturgia de este domingo celebra, conmemorando el Bautismo de Jesús. Pidamos a María, que nos precede en la fe, el poder caminar con Ella en la verdad.

También la Iglesia Oriental conmemora con gran solemnidad el Bautismo de Jesús en el Jordán. La fiesta de hoy la llaman Epifanía (manifestación), y también Día de las luces, porque allí el rito del bautismo se califica como iluminación. Sin embargo, en el lenguaje litúrgico, el término preferido para indicar el acontecimiento de hoy es "Teofanía", es decir, manifestación de Dios, manifestación de Jesús Redentor, de Jesús Hijo de Dios, y manifestación admirable del augusto misterio de la Santísima Trinidad. Después de la liturgia eucarística, se bendice solemnemente el agua de las fuentes y de los ríos en recuerdo del Bautismo de Jesús.

2. A orillas del Jordán Juan predicaba la penitencia como preparación al adviento del reino de Dios, y las turbas acudían a su llamada. Jesús que iba a comenzar su misión, quiso hacer primero un acto sublime de humildad para darnos ejemplo: Se mezcló entre la muchedumbre de los pecadores, que acudían al bautismo de Juan. Pero el Bautista lo reconoció y primero rebasó: "Soy yo el que necesito que Tú me bautices, ¿y Tú acudes a mí?" (Mt 3, 14). Pero Jesús insistió porque -dijo- "Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere" (Mt 3, 15).

La liturgia oriental reflexionó sobre esto y pone de relieve: "Era necesario que el agua, al contacto con el cuerpo inmaculado de Jesús, recibiese esa virtud regeneradora, que, junto con las arcanas palabras del sacramento, habría dado luego a cada uno de nosotros el candor de la inocencia bautismal. Y he aquí que Jesús baja al río. Una voz de trueno se oyó desde las nubes rasgadas: Este es mi Hijo amado..., mientras una blanca paloma se detiene en su vuelo sobre la cabeza de Jesús: Es el Espíritu Santo que confirma el testimonio del Padre" (cf. Troparion de la fiesta).

3. Si el bautismo, que Juan administraba con rito sencillo y austero, invitaba a la contrición de los pecados, abriendo la mente y el corazón para acoger el misterio de salvación, el bautismo cristiano no sólo quita el mal originario, que hay en el hombre, sino que nos inserta en la vida trinitaria, haciéndonos "hijos en el Hijo" y concediéndonos el don del Espíritu.

El bautismo conferido con el poder del nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, une profundamente el creyente a Cristo, lo incorpora a Él, lo reviste de Él, comprometiéndolo a renunciar a las adulaciones del pecado y a dar testimonio en el mundo del misterio de la inconmensurable caridad, con la que Dios lo ama.

Que en este compromiso de testimonio, queridos hermanos y hermanas, nos sostenga María la cual, con su "fiat", hizo un acto de obediencia casta y total, dando a todos el ejemplo de una vida abierta activamente al amor de Dios y del prójimo.



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