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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 24 de julio de 1988

 

1. Este mes de julio hemos celebrado la memoria de Nuestra Señora del Carmen, tan querida a la piedad del pueblo cristiano en todo el mundo, y vinculada de modo especial a la vida de la gran familia religiosa carmelita.

El pensamiento se dirige a ese monte sagrado, que en el mundo bíblico siempre se ha considerado como símbolo de gracia, de bendición y de belleza. En ese monte los carmelitas dedicaron a la Virgen Madre de Dios, "Flos Carmeli", que posee la belleza de todas las virtudes, su primera iglesia, expresando así su voluntad de consagrarse completamente a Ella y de vincular indisolublemente el propio servicio a María con ese "como obsequio a Cristo" (cf. Regla carmelita, prólogo).

2. Los grandes místicos carmelitas entendieron la experiencia de Dios en la propia vida como un "camino de perfección" (Santa Teresa de Jesús), como una "subida al monte Carmelo" (San Juan de la Cruz). En este itinerario está presente María. Ella ―invocada por los carmelitas como Madre, Patrona y Hermana― se convierte, en cuanto Virgen purísima, en modelo del contemplativo sensible a la escucha y a la meditación de la Palabra de Dios y obediente a la voluntad del Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso, en el Carmelo, y en cada alma profundamente carmelita, florece una vida intensa de comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como "nueva manera" de vivir para Dios y continuar aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María.

3. Una gracia particular de la Virgen hacia los carmelitas, recordada por una venerable tradición unida a San Simón Stock, se ha extendido en el pueblo cristiano con muchos frutos espirituales. Es el escapulario del Carmen, medio de afiliación a la orden del Carmen para participar en sus beneficios espirituales, y vehículo de tierna y filial devoción mariana (cf. Pío XII, Carta Apostólica Nemini profecto latet).

Por medio del escapulario, los devotos de la Virgen del Carmen expresan la voluntad de plasmar su existencia según los ejemplos de María ―la Madre, la Patrona, la Hermana, la Virgen purísima― acogiendo con corazón puro la Palabra de Dios y dedicándose al servicio generoso de los hermanos.

Invito ahora a todos los devotos de la Virgen Santa a dirigirle una ferviente oración, para que Ella, con su intercesión, alcance a cada uno el proseguir seguro en el camino de la vida y "llegar felizmente al monte santo, Jesucristo Nuestro Señor" (cf. Colecta de la Misa en honor a Nuestra Señora del Carmen, 16 de julio).


Después del Ángelus

De corazón agradezco la presencia de los numerosos peregrinos de habla castellana en esta plegaria dedicada a la Madre del Redentor. Mi saludo se dirige de modo particular a las personas que, en la Plaza de San Pedro o a través de la radio y la televisión, han querido unirse a nosotros.

La liturgia de la Santa Misa de hoy nos muestra a un Jesús profundamente sensible y cercano a las reales necesidades de la muchedumbre que le sigue. De ahí el milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos peces. Pero Cristo, a través de esta acción, nos ha querido decir que en la peregrinación terrena tenemos que poner fija nuestra mirada en el “pan de vida eterna”: único alimento que sacia plenamente al hombre.

A vosotros y a vuestros seres queridos imparto con afecto mi Bendición Apostólica.



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