JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 11 de septiembre de 1988
Harare, Zimbabwe
Al término de esta sagrada liturgia, oremos con amor filial a María, Madre de Dios, Madre del Cristo Eucarístico.
En la liturgia de la Palabra, de la Misa de hoy, recordábamos la respuesta de Pedro a Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Pedro fue el primero en hacer tal profesión pública de fe. Pero mucho antes que la confesión de Pedro, María ya creía.
Tú, Virgen bendita de Nazaret, Tú, mujer de fe, / Tú escuchaste el anuncio del Ángel Gabriel. / Tú pusiste tu confianza en la Palabra de Dios. / Tú aceptaste en la fe que el Hijo a quien concebirías / y darías a luz sería llamado "Hijo del Altísimo" (Lc 1, 32).
En este día, María, Auxilio de los cristianos, te consagro, en el amor, a todo el pueblo de Zimbabwe. Mira la fe de los que están aquí reunidos en oración. También nosotros hemos recibido la gracia maravillosa de conocer y creer en Jesús, tu único Hijo e Hijo de Dios.
Pero mira, María, Nuestra Señora del Monte Carmelo, cómo está sometida a prueba nuestra fe y cómo a veces titubeamos. Intercede en nuestro favor ante el Padre. Pídele que nos cubra con su Espíritu Santo. Que el Espíritu fortalezca nuestros débiles corazones e ilumine nuestros espíritus dubitativos de forma que podamos creer firmemente, como Tú, que "ninguna cosa es imposible para Dios" (Lc 1, 37).
Oh María, Inmaculada Concepción, Tú no pecaste nunca y desde el principio fuiste preservada de las dañosas consecuencias del pecado en tu alma. Sin embargo, conociste las profundidades del sufrimiento humano y el alcance terrible del mal en el mundo ya que permaneciste a los pies de la cruz y participaste con corazón atravesado de Madre en la pasión y muerte de tu Hijo.
Sabes, Madre dulcísima, cómo ha sufrido esta nación durante la Guerra de Independencia y los años siguientes por actos de violencia en lugares diversos. Tú eres Nuestra Señora de la Paz y hoy nos dirigimos con gozo a Ti bajo esta advocación.
Mira estos hijos e hijas tuyos que hoy te consagro con confianza. Han conocido los horrores del odio y la violencia. Tienen hambre de justicia y paz. Desean la reconciliación y armonía entre las tribus y razas de Zimbabwe, entre todos los pueblos de la tierra.
Tu amado Hijo murió en la cruz para "reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52). Somos un pueblo que cree que Jesús ha muerto por todos nosotros. Creemos que Jesús vive por todos nosotros. Creemos que Él es el Príncipe de la Paz. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Alcánzanos el favor de creer cada vez más firmemente en la victoria de la cruz y de vivir en comunión de amor con Jesús y con todos nuestros hermanos.
Y ahora, con las palabras del Ángelus, unamos nuestros corazones Y nuestras voces en la oración.
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