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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 12 de febrero de 1989

 

1. En estos encuentros dominicales nuestros para la oración mariana, durante el camino cuaresmal hacia la Pascua, queremos detenernos y reflexionar sobre los misterios dolorosos del Santo Rosario. Nos acompaña en esta reflexión la Virgen María que fue testigo ocular de la parte culminante de la pasión.

Hablamos de misterios porque son a la vez eventos de la historia de Jesús y acontecimientos de salvación para nosotros. Son un camino que Jesús ha recorrido y recorre con nosotros para hacer que vivamos, mediante la conversión, la comunión con Dios y una renovada fraternidad con los hombres.

2. Meditamos hoy el primer misterio doloroso: la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní. Nos guía el mismo Evangelista y maestro de este año litúrgico, San Lucas (22, 29-46). Él refiere que Jesús, una vez que salió del Cenáculo, fue "como de costumbre" al monte de los Olivos. No estaba solo; sus discípulos, aún sin entender, le seguían. Por dos veces, al inicio y conclusión del suceso, les dirigió la exhortación que diariamente expresamos en el "Padrenuestro": "Orad para no caer en la tentación " (Lc 22, 40. 46).

Acojamos este domingo y durante la próxima semana de Cuaresma esta palabra divina como viático y como llamamiento real: "Orad para no caer en la tentación".

Jesús en la prueba extrema de su vida reza en soledad: "Se alejó de ellos como un tiro de piedra y postrado rezaba" (Lc 22, 41).

El contenido de la oración es filial; tiende en el desgarramiento interior a acoger la voluntad del Padre, fiel aun en la angustia por todo lo que va a suceder: "¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42).

Y Jesús entra en un sufrimiento que envuelve de forma dramática toda su persona: "Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra". Pero su oración se hizo "más intensa" (Lc 22, 44).

3. Hermanos y hermanas: Contemplemos a Jesús en el dolor físico, en el desgarrador sufrimiento sicológico y moral, en el abandono y en la soledad, pero en oración, en el esfuerzo de adherirse en fidelidad total al Padre.

En esta etapa cuaresmal tenemos un empeño concreto: interpretar nuestro sufrimiento a la luz del sufrimiento de Jesús, experto en el padecimiento y en la compasión (cf. Hb 5, 1-10); y orar, orar más.

Oración en el secreto de nuestra habitación (Mt 6, 6); oración de ofrecimiento de nuestro trabajo; oración de escucha y de meditación de la Palabra de Dios; oración en familia mediante el santo rosario; oración litúrgica, fuente y culmen de nuestra vida interior.

Que María Santísima sea nuestra maestra tanto en la (aceptación del sufrimiento) en actitud de amor obediente, como en la (elevación del alma a Dios) mediante la oración de cada día. Queremos, especialmente durante esta Cuaresma, entrar en su escuela, como discípulos atentos.



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