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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 12 de noviembre de 1989

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La Iglesia se alegra hoy por la glorificación de dos de sus hijos: Inés de Bohemia y Alberto Chmielowski. Estos dos santos se van a añadir a aquella "muchedumbre inmensa" que la liturgia nos ha invitado a contemplar en la reciente solemnidad de Todos los Santos. Ante un espectáculo tan exaltante sube espontáneamente a los labios la invocación de las letanías: "Corazón de Jesús, gozo de todos los santos, ten piedad de nosotros".

De la esperanza al cumplimiento, del deseo a la realización, de la tierra al cielo: este parece ser, amadísimos hermanos y hermanas; el ritmo según el cual suceden las tres últimas invocaciones de las letanías del Sagrado Corazón. Tras las invocaciones "salvación de los que en ti esperan", y "esperanza de los que en ti mueren", las letanías concluyen dirigiéndose al Corazón de Jesús como "gozo de todos los santos". Es ya visión de paraíso: es anotación veloz acerca de la vida del cielo; es palabra breve que abre horizontes infinitos de bienaventuranza eterna.

2. Sobre esta tierra el discípulo de Jesús vive en la espera de alcanzar a su Maestro, en el deseo de contemplar su rostro, en la aspiración ardiente de vivir siempre con él. En el cielo, en cambio, cumplida la espera, el discípulo ya ha entrado en el gozo de su Señor (cf. Mt 25, 21. 23); contempla el rostro de su Maestro, ya no transfigurado durante un solo instante (cf. Mt 17, 2; Mc 9, 2; Lc 9, 28), sino resplandeciente para siempre con el fulgor de la eterna luz (cf. Hb 1, 3); vive con Jesús y de la misma vida de Jesús.

La vida del cielo no es más que la fruición perfecta, indefectible e intensa, del amor de Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- y no es más que la revelación total del ser íntimo de Cristo, y la comunicación plena de la vida y del amor que brotan de su Corazón. En el cielo los bienaventurados ven satisfecho todo deseo, cumplida toda profecía, aplacada toda sed de felicidad, y colmada toda aspiración.

3. Por eso el Corazón de Cristo es la fuente de la vida de amor de los santos: en Cristo y por medio de Cristo los bienaventurados del cielo son amados por el Padre, que los une a Sí con el vínculo del Espíritu, divino Amor; en Cristo y por medio de Cristo, ellos aman al Padre y a los hombres, sus hermanos, con el amor del Espíritu.

El Corazón de Cristo es el espacio vital de los bienaventurados: el lugar donde ellos permanecen en el amor (cf. Jn 15, 9), sacando de él gozo perenne y sin límite. La sed infinita de amor, misteriosa sed que Dios ha puesto en el corazón humano, se apaga en el Corazón divino de Cristo.

Allí se manifiesta en plenitud el amor del Redentor hacia los hombres, necesitados de salvación; del Maestro hacia los discípulos, sedientos de verdad: del Amigo que anula las distancias y eleva a los siervos a la condición de amigos, para siempre, en todo. El intenso deseo, que sobre la tierra se manifestaba en la súplica "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20), ahora, en el cielo, se transforma en visión cara a cara, en posesión tranquila, en fusión de vida: de Cristo en los bienaventurados y de los bienaventurados en Cristo.

Elevando hacia ellos la mirada del alma y contemplándolos en torno a Cristo juntamente con su Reina, la Virgen Santísima, nosotros repetimos hoy, con firme esperanza, la alegre invocación: "¡Corazón de Jesús, gozo de todos los santos, ten piedad de nosotros!".



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