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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de febrero de 1990

 

1. Dentro de la perspectiva del Sínodo, que tratará de la formación sacerdotal, queremos seguir reflexionando sobre quién es el sacerdote y sobre el ideal que está llamado a proponer a la Iglesia y a la sociedad. Hemos tenido ya ocasión de calificarlo como el hombre de la fe y de la esperanza. Hoy vemos en él al hombre de la caridad. Pensándolo bien, éste es un título superior a los precedentes porque, según la palabra de san Pablo, la caridad es mayor que la fe y la esperanza (cf. 1 Co 13, 13).

Cuando un joven se siente llamado al sacerdocio ministerial, en realidad él está movido por un impulso de caridad, o sea, por el deseo de amar a Cristo sin reservas, y de amar a sus hermanos con la dedicación de todo su ser. Y justamente, porque él está llamado a servir, como indica el término "ministerio", ahora bien, para servir a la manera y en nombre de Cristo, es necesario amar.

2. Con la ordenación se confiere al joven una gracia especial de caridad, porque la vida del sacerdote tiene sentido sólo como actuación de esa virtud. Los cristianos esperan del sacerdote que sea hombre de Dios y hombre de caridad. Puesto que Dios es amor, el sacerdote nunca podrá separar el servicio de Dios del amor a los hermanos; el sacerdote, al comprometerse en servicio del Reino de Dios, se empeña en el camino de la caridad.

Por lo demás, él está encargado de enseñar una doctrina en la que el doble mandamiento del amor resume toda la ley: amor a Dios y amor al prójimo. El sacerdote no puede inculcar y difundir esta doctrina si él mismo no es un auténtico testigo del amor.

Como pastor de la grey de Cristo, él no puede olvidar que su Maestro ha llegado a dar la propia vida por amor. A la luz de este ejemplo, el sacerdote sabe que no es ya el patrón de sí mismo, sino que se debe dar todo a todos, aceptando cualquier sacrificio vinculado con el amor. Esto supone un corazón generoso y abierto a la comprensión y a la simpatía hacia todos.

3. Por tanto, se comprende por qué la preparación al sacerdocio implique una seria formación en la caridad. Los jóvenes que se encaminan hacia el sacerdocio, ante todo deben estar íntimamente convencidos de la importancia fundamental de la caridad. El seminario en el que se forman tendrá que ser un auténtico ambiente de caridad fraterna en el que pueden ejercitar dicha virtud en la experiencia cotidiana de los contactos con los demás. Este "aprendizaje de la caridad" comporta múltiples aspectos, como la formación en la búsqueda de la armonía a pesar de las diferencias de carácter, en la benevolencia y en la estima en apreciar las cualidades de los otros, en el perdón inmediato de las ofensas, en la dedicación solicita.

Roguemos a la Virgen María, modelo perfecto de caridad vivida, que ayude al Sínodo a contribuir a la formación de sacerdotes profundamente animados por la caridad de Cristo.



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