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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Valle de Aosta
Domingo 14 de julio de 1991

 

1. En este momento en que nos recogemos para la plegaria del Ángelus, mi pensamiento va a la Virgen de Rocciamelone, Protectora augusta de vuestro valle. La invoco junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, con las mismas palabras de mi ilustre predecesor, el Papa León XIII:

"Oh María, gran Madre de Dios, más blanca que la nieve, mira con ojos benignos a tu Susa y protege, Patrona celestial, las fronteras de Italia".

Así, con ánimo conmovido, también yo me uno a los innumerables peregrinos que desde hace cinco siglos suben incesantemente hacia la "montaña santa". Suben llevando en el corazón las angustias y esperanzas de la vida. Las ponen con confianza a los pies de la Virgen. María escucha silenciosa y acoge su invocación confiada.

2. Desde su trono de "gloria y gracia", la Madre de Dios protege el valle y asegura a cuantos recurren a ella su tierno ministerio materno.

Cristo, en el Calvario, la confió como Madre al discípulo amado (cf. Jn 19, 26-27), y Juan la acogió en su casa. También la Iglesia que está en el Valle de Susa la ha acogido "en su casa". Se puede decir que la historia de vuestro pueblo está ligada estrecha e inseparablemente a la Virgen de Rocciamelone, venerada como Patrona y Reina. Alrededor de ella la comunidad cristiana ha encontrado comprensión y socorro en los momentos de prueba, obteniendo de su amparo la fuerza necesaria para continuar en la peregrinación de la fe.

¡Que jamás se detenga este camino espiritual! ¡Que sea cada vez más valiente y fiel!

3. Dentro de poco, en la catedral, veneraré el tríptico de la Virgen de Rocciamelone, que tuve la alegría de coronar en la plaza de San Pedro el 24 de septiembre de 1980, cincuenta años después de su primera coronación. Dije en esa ocasión: "Me encomiendo a vuestras oraciones delante de este tríptico". Os lo repito hoy: durante vuestras peregrinaciones a la cumbre y al altar de Rocciamelone, acordaos del Papa y de su servicio a la Iglesia universal. Pedid por la Iglesia y por el mundo a "la gran Reina del cielo y de la tierra", como gustaba llamarla mons. Rosaz, hoy proclamado beato, para que "se digne mostrarse como nuestra madre verdadera: que con la fuerza de su protección conserve pura la vida de nuestro viaje hacia la eternidad" (Carta pastoral, 1879).

4. Me dirijo ahora a todas las personas de lengua francesa que se han unido a nosotros, sobre todo a los fieles de la diócesis de Maurienne y a su obispo.

Espero que todos los que están de vacaciones aprovechen este tiempo de descanso para reparar sus fuerzas físicas y espirituales, sin olvidarse del trabajo que realizan quienes los acogen. En vuestra región, la belleza de la naturaleza os recuerda a cada instante el poder de la acción del Creador, como dice el salmista: "Antes que los montes fueran engendrados, antes que nacieran tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios" (Sal 90, 2).

¡Que el Señor os colme de sus bendiciones!



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