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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Fiesta de la Transfiguración del Señor
Domingo 4 de agosto de 1991

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Pasado mañana 6 de agosto, celebraremos en la liturgia la Transfiguración del Señor. Deseo dirigir vuestra atención hacia este significativo acontecimiento de la vida del Señor, que la Iglesia recuerda solemnemente.

El evangelio narra que Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y subió a un monte alto. Mientras estaba rezando allí, su rostro cambió de aspecto, resplandeció de luz fulgente, y sus vestidos relumbraron; aparecieron entonces Moisés y Elías, que conversaban con Él. Pedro dijo a Jesús: "Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". No había terminado de hablar, cuando una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: "Éste es mi Hijo amado, escuchadle" (Mc 9, 5. 7).

En este episodio admirable, nuestro Señor Jesucristo revela a los Apóstoles su "divinidad", su identidad "mesiánica" y su "misión redentora".

En efecto, toda nuestra fe se funda en la convicción clara y firme de la "divinidad" de Cristo, Hijo de Dios, que al venir a este mundo, se hizo Siervo sufriente y Redentor universal.

¡Ojalá que la fiesta de la "Transfiguración" del Señor confirme en todos vosotros la verdadera fe en Cristo y refuerce el deseo de conocerlo aún mejor, como Hijo predilecto de Dios, que se hizo por nosotros camino, verdad y vida!

2. Con el pensamiento dirigido a la visión extraordinaria del Monte Tabor, recordamos también el aniversario de la muerte de Pablo VI, acaecida hace trece años, precisamente al atardecer del día 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor. A pesar de los años transcurridos, el recuerdo de este Pontífice sigue vivo en la Iglesia. Todos guardamos en la memoria su ansia apostólica y su convencimiento de que la Iglesia "existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, (Evangelii nuntiandi, 14: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 1975, pág. 4). En su última audiencia del 2 de agosto, pocos días antes de morir, pronunció una frase que sintetiza maravillosamente su espiritualidad y su mensaje doctrinal: "La Iglesia profesa y enseña una doctrina estable y segura (...). Anuncia una palabra que dimana del pensamiento trascendente de Dios. Ésta es su fuerza y su luz (...). Cristo se ha hecho nuestro maestro para enseñarnos verdades que de suyo superan la capacidad de nuestra inteligencia. Sólo las aceptan los humildes y por ello viven en atmósfera de sabiduría y de orden superior" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de agosto de 1978, pág. 3).

3. Mientras admiramos a este gran Pontífice y rezamos por el sufragio de su alma a la luz de Cristo transfigurado y resucitado, nos dirigimos con confianza a la Virgen Santísima, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, para que acoja favorablemente nuestras intenciones.


Después del Ángelus

Saludo ahora con particular afecto a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España aquí presentes para el rezo del “Ángelus”, así como a cuantos en la Plaza de San Pedro y a través de la radio y la televisión se unen espiritualmente a nuestra plegaria mariana. Por la maternal intercesión de la Santísima Virgen pido a su Hijo Jesús, nuestro Salvador y Redentor, que derrame abundantes gracias sobre todos vosotros.



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